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Humanities LibreTexts

5.3: Movimientos vanguardistas en Hispanoamérica

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    171148
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    Durante la primera mitad del siglo XX en Hispanoamérica, una parte significativa de la producción artística elaboró el impacto del activismo social y de los profundos cambios ideológicos que ocurrieron en el mundo occidental durante esos años. Estos movimientos, paralelos a los europeos, se agruparon bajo el nombre genérico de "vanguardia" (avant-garde), que comparten características con lo que en el mundo anglosajón se conoce como Modernism en el campo de la estética.

    La pintura de la izquierda ilustra el rico desarrollo de la estética vanguardista en Hispanoamérica. Con elementos surrealistas, que aprovechan el simbolismo del inconsciente, de los sueños y de la herencia ancestral, se representa aquí la compleja relación entre clases sociales, raíces culturales y visiones sobre la identidad personal y colectiva que caracterizó la experimentación de los movimientos vanguardistas, en diálogo con innovaciones de diversas geografías, campos del conocimiento y fuentes históricas.

     

    Las dos Fridas, 1939
    "Las dos Fridas" (1939), de Frida Kahlo (México 1907-1954).

    Contexto ideológico-político

    materias primas: raw materials
    obrero: industry worker
    apoyo: support
    fortalecimiento: strengthening
    huelga: strike
    así como: as well as

    Como hemos visto (§5.1), el siglo XX comenzó en muchos países latinoamericanos con una expansión eco­nó­mi­ca exporta­dora de materias primas. Esto generó un considerable crecimiento ur­ba­no y aumento de las clases me­dia y obrera. Algu­nos sectores de la élite co­mer­cian­te fa­vo­re­cie­ron reformas políticas para obtener el apoyo de un sector más amplio de la población. Por otro lado, el activismo obrero y cam­pe­si­no tuvo particular influencia, no solo porque estaba conectado con el fortalecimiento mundial de movimientos de izquierda, sino porque cua­lquier huelga que afectara la infraestructura de las ex­portaciones tenía un impacto crucial en la eco­no­mía de los países hispanoamericanos. Así, la movilización laboral propició pro­cesos de redefinición de lo na­cio­nal. Los deba­tes y las iniciativas que adelantaron las clases trabajadoras, así como la im­presión de que el modelo europeo no era necesariamente superior, hicieron cre­cer el interés en manifestaciones locales y en visiones alternativas sobre el destino de las naciones.

    Esta redefinición de las identidades nacionales y de las artes respondía en parte a los cam­bios por los que atravesó Europa occidental en las primeras décadas del siglo. Hasta fines del siglo XIX, la cultura Occidental se imaginaba a sí misma como una fuerza civilizadora superior para el pro­greso y la concordia social, con avances técnicos que estaban transformando el transporte, la comunica­ción y la producción en masa. Pero los horrores de la Primera Guerra Mundial (1914-18) fueron un gran golpe para esta visión positivista y generaron desconfianza frente a la ciencia y al racionalismo. Ya desde antes, especialmente con Karl Marx (1818-1883), los principios del capitalismo y de la sociedad burguesa esta­ban fuer­te­men­te cuestionados. Estudiosos de la conciencia como Sigmund Freud (1856-1939) disputaban el imperio de la razón (la idea iluminista de que el hombre era un animal racional) y subraya­ban la importancia de otros aspectos de la psique, que el padre del psicoanálisis demostró en los sue­ños y en los aspectos eró­ticos del inconsciente, como en su libro sobre La interpretación de los sueños (1900). En 1905 y 1915, Al­bert Einstein (1879-1955) dio a conocer sus teorías de la relatividad con las que integraba el tiempo a las tres dimensiones del espacio, generando una revisión total de cómo se conce­bía la realidad. Por otro lado, La decadencia de Occidente (1918-22), obra del filósofo alemán Os­wald Spengler (1880-1936), pos­tu­la­ba el envejecimiento de la civilización europea y su necesidad de renovarse en contacto con otras cul­tu­ras. La pesadilla de la Primera Guerra Mundial confirmaba estas tesis y puso además en crisis el va­lor de los proyectos expansionistas, colonialistas o imperiales. Todo ello contribuyó a un autoexamen ra­dical de la cultura y de las artes occidentales.

    En conexión con el activismo obrero y con esta revisión de la cultura, ciertos valores se hicieron prevalentes en el mundo intelectual y urbano: “estar en la vanguardia”, innovar, protestar, luchar por derechos, proclamar manifiestos, romper con la tradición, ser cosmopolita, sacudir la comodidad bur­gue­sa. Y la producción artística elaboró ese impacto de maneras muy visibles a través de mo­vi­mien­tos que se agrupan bajo el nombre genérico de “la Vanguardia” (avant-garde), un término apro­pia­da­mente militar y militante que se puso de moda en Francia para indicar este deseo com­­bativo de estar al frente de los cambios y participar en la transformación social.

    Muchos grupos de ar­tistas y poetas elaboraron sus manifiestos o se organizaron en movimientos. Famo­sos fueron, en Europa, el fovismo (1905), el cubismo (1907), el futurismo (1909), el dadaísmo (1916) y el surrealismo (1924). Ca­da uno de estos “-ismos” define sus propias prioridades estéticas, pero todos estaban animados por el entusiasmo de proponer nuevas posibilidades expresivas que acom­pa­ña­ran el rápido ritmo de los cambios socioculturales. En la estética vanguardista predomina:

    • la experimentación con formas y posibilidades expresivas (romper normas, sentido lúdico);
    • un nivel de activismo o emancipación en contra de lo tradicional o convencional;
    • autodefinición: cada movimiento produce su propia definición de “qué es arte”;
    • cuestionamiento del “yo” como unidad y de la autoridad como algo justo o deseable;
    • y una indagación en los procesos de representación:
      • buscan afectar y “chocar” al público (lector, espectador), son anti-sentimentales;
      • mostrar cómo el medio (la palabra, la pintura, etc.) influye sobre lo representado, y
      • mostrar cómo las relaciones sociales influyen sobre lo aceptable, bello o artístico.

    Cuatro movimientos europeos de vanguardia que tuvieron amplia difusión en Hispanoamérica fue­ron:

    El cubismo. En la etapa analítica (1907-12) buscó mostrar el objeto desde diversas perspectivas, para explo­rar los límites del realismo, fragmentando y recomponiendo la imagen con cuadros en los que predo­minaba una visión geométrica. En la etapa sintética (1913-30), las formas se simplificaron; se usa­ron colores más vivos y el objeto recreado se volvió más abstracto. Un famoso exponente del cu­bismo fue el español Pablo Picasso (1881-1973), antes miembro del grupo fovista[1].

    El futurismo. En 1909 apareció en Italia el “Manifiesto Futurista” que imitaba el activismo político para de­fender una corriente artística en contra del tradicionalismo y en celebración de la modernización, la velocidad, la tecnología, la violencia, la juventud y la industria. Fue un movimiento de la literatura y de las artes plásticas lanzado por Filippo Tomasso Marinetti (1876-1944). Se buscaba retratar el carác­ter dinámico del siglo XX glorificando la guerra, el peligro, las máquinas. En literatura se defen­día la imaginación libre, la ruptura de la sintaxis, la subversión de signos ortográficos, el empleo de tin­tas de diversos colores, la disposición desordenada de letras, palabras y versos. En 1918 el “Partido Político Futurista” se unió al fascismo de Mussolini.

    El expresionismo. Ya desde los primeros años del siglo XX, varios artistas alemanes y del norte de Europa occidental buscaron representar el dolor y la violencia antes y después de las guerras mundiales, explorando la percepción subjetiva para evocar ideas y estados de ánimo e innovar en posibilidades creativas. Su estética enfatiza la libertad individual, la expresión emocional, el irracionalismo y temas impactantes o tabú como lo morboso, demoníaco, fantástico o sexual. En varias de estas características se asemeja al fovismo francés[1].

    El surrealismo. Como movimiento, se fundó a partir de un manifiesto impulsado en 1924 por el francés André Breton (1896-1966). El nombre proviene de una obra del poeta Guillaume Apollinaire (1880-1918), fuerte crítico de la Guerra Mundial, subtitulada por él "drama surrealista" (Les mamelles de Tire­sias, 1917). Influenciados por los descubrimientos del psicoanálisis, los surrealistas están especial­mente interesados en la libre asociación, los sueños, la vida interior, la comprensión alternativa de la realidad y la percepción mitológica del mundo (arquetipos). Los pintores españoles Salvador Dalí (1904-1989) y Joan Miró (1893-1983), y el director Luis Buñuel (1900-1983), son algunos de sus re­pre­sen­tantes más influyentes. En América Latina, el surrealismo tuvo vida propia, enriquecido con las fuentes culturales indígenas y africanas. En la pintura del cubano Wilfredo Lam (1902-1982) y de la mexicana Frida Kahlo (1907-1954), se encuentra este tipo de surrealismo latinoamericano o “poscolo­nial” que, al llevar más lejos las implicaciones del movimiento europeo, rompe con él y afirma la fuerza creadora de fuentes culturales antes menospreciadas.

    De todos estos movimientos, el que tuvo un impacto más duradero en la literatura del siglo XX en gene­ral, y del mundo hispánico en particular, fue el surrealismo. Esto se explica, en parte, porque es menos restrictivo en términos de sus postulados formales: está más interesado en investigar un tipo de experiencia que en imponer un modo específico de representarla. También articula en su estética las tres críticas básicas a las sociedades modernas: 1) la injusticia y violencia social; 2) el racionalismo; y 3) el eurocen­trismo o colonialismo. Además, explora la parte de la experiencia humana que más concierne a la producción artística y literaria como se entiende en la era contemporánea: la subjetividad, la consciencia, la identi­dad. Lo más influyente es su concepción de la obra, no como expresión de las emociones ni del yo autorial racional, sino como espacio de experimentación y descubrimiento, en el que se manifiestan otras fuerzas (el inconsciente, los arquetipos culturales, la mecánica del lenguaje). Entre los muchos nombres que podrían mencionarse en el cultivo de un surrealismo latinoamericano, destacan el pintor cubano Wilfredo Lam (1902-1982), el novelista guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974), la narradora chilena María Luisa Bombal (1910-1980), y los pintores mexicanos Frida Kahlo (1907-1954) y Rufino Tamayo (1899-1991). Este último también se asocia con la estética expresionista, con la cual se destacaron los artistas Débora Arango (Colombia 1907-2005) y Oswaldo Guayasamín (Ecuador 1919-1999), entre muchos otros.

    Detalle del mural de Oswaldo Guayasamín (Palacio Legislativo, Quito) 001
    Detalle de un mural del ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, muestra del arte muralista que se desarrolló desde los años 1920 a partir de la revolución mexicana y se extendió por Hispanoamérica con una estética vanguardista mixta.
    H3kt0r, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons


    [1] El fovismo o fauvisme (1905) había enfatizado la intensidad emocional a través de la distorsión de las formas y del uso disonante de los colores. Su exponente más destacado fue Henri Matisse (1869-1954).


    Poesía hispanoamericana de vanguardia

    Las poéticas inmediatamente posteriores al Modernismo pueden agru­parse en dos di­rec­cio­nes. La pri­­mera, conocida como pos­mo­der­nis­mo his­pa­no­a­me­ri­ca­no, enfatiza la simplificación formal y las imá­ge­­nes accesibles con un espíritu localista; la segunda, de tipo vanguardista, radicaliza la explora­ción sobre el lu­gar crítico del arte en las sociedades modernas con una intensa experimentación formal y un es­pí­ritu cosmopolita.

    Mucha parte de la intelectualidad latinoamericana participó en el proceso de auto-revisión estética y cultural de la primera mitad del siglo XX en Occidente. Al entusiasmo renovador de España, con el go­bierno de la Segunda República (1931-39), por ejemplo, contribuyeron importantes poetas his­pa­no­a­me­rica­nos como Pablo Neruda y César Vallejo. Para dar otro ejemplo, el surrealismo mexicano tuvo tan­ta vitalidad como el parisino, con creadores de fama mundial como la pintora Frida Kahlo, el ci­ne­as­ta Luis Buñuel (que vivió en México desde 1949) y el poeta Octavio Paz (1914-1998). Si para difundir es­tas ideas se crearon revistas, para defenderlas se escribieron y divulgaron múltiples manifiestos. En la mayoría de los casos, sin embargo, no se siguió estrictamente la normatividad de los “-ismos”, sino que se adoptó su espíritu renovador y experimental para romper moldes convencionales y abrir caminos fruc­tíferos a la poesía: la importancia de estudiar el arte no europeo que habían fo­men­ta­do cubistas y fo­vistas, la introducción del lenguaje tecnológico que defendieron los futuristas, y el va­lor re­vo­lu­cio­na­rio o li­be­ra­dor de la creatividad no-consciente que vigorizaron los surrealistas, entre otras direcciones.

    En 1914, el poeta chileno Vicente Huidobro presentó en Santiago su manifiesto poético “Non ser­viam”, donde elaboró las bases del movimiento que después llamó creacionismo y que consistía en con­ce­­bir la poesía como creación de la realidad, no como representación de ella. Sus propuestas se hi­cie­ron más radicales cuando, con vanguardistas de París, colaboró en la revista Nord-Sud (1917-18). Obras suyas de esta época, como "Paisaje", experimentan con la dimensión visual del poema para ampliar sus posibilidades de representación y sugerencia de significados múltiples:

    Huidobro-Paisaje.png

    En 1918, en Ma­drid, Huidobro contribuyó a fundar el ultraísmo, movimiento al cual se unió también el ar­gen­ti­no Jor­ge Luis Borges (1899-1986) que vivía en España por esos años. Al regresar a Argentina, Borges y otros jó­venes escritores difundieron el ultraísmo con la premisa de eliminar la orna­men­tación (mo­der­nis­ta) y reducir la poesía a sus elementos fundamentales: la imagen, la ti­po­grafía, la innovación lin­güís­ti­ca. El movimiento también quería captar la modernización a través de neo­lo­gis­mos, referencias a los avan­ces técnicos, la parodia y la incorporación de experiencias regionales. Borges renunció des­pués a este tipo de estética a favor de la meditación filosófica y el diálogo con la cultura universal.

    El vanguardismo latinoamericano se difundió especialmente a través de revistas literarias que fomentaban la polémica y celebraban la innovación llamativa. En Ar­gen­tina sobresalen Prisma (1921), Proa (1922-25), Martín Fierro (1924-27) y, pocos años después, Sur, fundada por la escritora Victoria Ocampo (1890-1979); en Cuba, la Revista de Avance (1927-30); en Perú, Amauta (1926-30), fundada por el pensador marxista e indigenista José Carlos Mariáte­gui (1894-1930). Por esos años también apa­re­ció en México el estridentismo (c. 1922), con una estética in­fluida por el futurismo, cuyo exponente más destacado fue el poeta Manuel Maples Arce (1898-1981). Poco después se formó el grupo de los "con­temporáneos" reunido en torno a dos importantes revistas: Ulises (1927-28) y Con­tem­po­rá­neos (1928-31). Entre ellos sobresalen Carlos Pellicer (1897-1977), José Goros­tiza (1901-73), Jaime Torres Bodet (1902-74), Xavier Villaurrutia (1903-50) y Salvador Novo (1904-1974), varios de los cuales fueron tam­bién dramaturgos. Este grupo in­cor­poró el impulso van­guar­dista pro­po­nien­do di­rec­cio­nes su­gerentes pa­ra el diálogo entre la poesía, las otras artes, la psique y la sociedad.

    En los inicios del vanguardismo poético en Hispanoamérica sobresalen el modernista mexicano José Juan Tablada (1871-1945), que introdujo la plasticidad del hai-kú japonés; los argentinos Silvina Ocampo (1903-1993), Norah Lange (1905-1972) y Oliverio Girondo (1891-1967), que exploraron conceptos cubistas y posibilidades surrealistas en una poesía cosmopolita y autoconsciente; Vicente Huidobro (1893-1948), el teórico y defensor más constante del creacionismo, los poemas visuales y la búsqueda radical –de vida y de estética– que representan los movimientos de vanguardia en el mundo; y el peruano Cé­sar Vallejo (1892-1938), cuya variada obra, que conecta la combatividad vanguardista con las aspiraciones del proletariado de una manera profundamente personal y sugestiva, sigue teniendo hasta hoy una honda influencia en la pro­duc­ción poética la­ti­no­a­me­ri­cana (y mundial). Los movimientos negrista e indigenista incorporan también las estéticas de vanguardia en sus propuestas.


    Estética posmodernista vs. vaguardista

    neoclasicismovsromanticismo.png

     


    Fuentes


    • Chang-Rodríguez, Raquel y Malva Filer. Voces de Hispanoamérica. Boston: Thomson & Heinle, 2004.
    • Davies, Catherine, ed. The Companion to Hispanic Studies. Oxford University Press, 2002.
    • Franco, Jean. Historia de la literatura hispanoamericana. Barcelona: Ariel, 1983.
    • Jiménez, José Olivio.  Antología crítica de la poesía modernista hispanoamericana.  Madrid: Hiperión, 1989.
    • Oviedo, José Miguel. Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid: Alianza, 2001.
    • Quiroga, José. “La poesía hispanoamericana entre 1922 y 1975”. Historia de la literatura hispanoamericana. Ed. Roberto González Echeverría y Enrique Pupo-Walker. Trad. Ana Santonja Querol y Consuelo Triviño Anzola. Madrid: Gredos, 2006. 318-73.
    • Winn, Peter. Americas: The Changing Face of Latin America and the Caribbean. 4th ed. Berkeley: U of California, 2005.

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