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5.2: España en la primera mitad del siglo XX

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    era nacionalista


    El conflicto entre dos modelos de nación –uno monárquico y centralista en contraposición a otro democrático y pluralista– marcó con violencia la primera mitad del siglo XX en España. Tras la dictadura de la "restauración", el país vivió una breve era republicana de izquierda, para luego enfrentarse en una guerra civil que puso en escena el enfrentamiento de poderes e ideologías poco después manifestado en la Segunda Guerra Mundial. La dura guerra civil culminó en 1939 una de las dictaduras de derecha que duró treinta y cinco años, una de las más largas de Europa.

    La pintura de la derecha ilustra una de las vías experimentales de la estética de este periodo, el cubismo, agrupadas bajo el nombre de "vanguardias" o "movimientos vanguardistas". Como en este retrato que hace Juan Gris de Pablo Picasso, el sentido de realidad, de identidad y de nación se vio fragmentado y reconsiderado, tanto en España como en Europa y las Américas, en una época de intenso cuestionamiento de la fe en la ciencia y en el progreso, de la validez de los modelos de desarrollo social y de la unidad del "yo", tanto personal como colectivo.

    Juan Grist, "Retrato de Picasso"
    Retrato de Pablo Picasso (1912), de Juan Gris (Madrid, 1887- Isla de Francia, 1927).
    Juan Gris, Public domain, via Wikimedia Commons

    Vida sociopolítica

    reto: challenge
    rendimiento: performance, return
    golpe de estado: coup d’état
    sindicato: labor union



    pésimo: terrible
    desigualdad: inequality
    golpe: blow
    dimitir: to resign
    evitar: to avoid



    laico: secular, nonreligious
    inconformismo: nonconformity, discomfort

    Desde fines del siglo XIX en España, los movimientos de la clase trabajadora presentaban se­rios retos al centralismo tradicional y a una monarquía debilitada por tensiones regionales, presiones de la burguesía, pérdida de colonias y poder militar, bajo rendimiento económico y anacronismo político. El triunfo de la Revolución Rusa (1921) fue además un motivador para los sectores radicales de izquierda. En esos años ocurren graves revueltas hasta que, en 1923, el general Miguel Primo de Rivera da un golpe de estado. La dictadura, con un lenguaje de protección de las tradiciones imperiales, reprimió la actividad política, periodística y educa­tiva. Pero supo atraer progreso industrial y dar una impresión de justicia laboral. Siguiendo el ejemplo de Mussolini en Italia, en los años veinte se creó un sindicato vertical que hizo algu­nas concesiones en salarios y beneficios para los trabajadores. La migración a las ciudades se aceleró y el desempleo disminuyó.

    Pero las condiciones de trabajo siguieron siendo pésimas y muchos sectores continuaron una oposición activa contra el autoritarismo y la desigualdad social. El golpe final al régimen fue la recesión económica mundial de 1929. En 1930, Primo de Rivera dimitió, y en 1931 los partidos promonárquicos perdieron las elecciones en las principales ciudades. Para evitar una guerra civil, el rey Alfonso XIII se exilió, y se proclamó un Estado democrático en Es­paña.

    Esta “Segunda República” (hubo un breve primer periodo republicano en 1873) gobernó hasta 1939 con una tensa alianza entre fuerzas políticas liberales radicales, socialistas, anar­qui­s­tas y de nacionalistas catalanes y vascos. La ambiciosa Constitución aprobada en 1931 pro­cla­mó a España como "una república laica de trabajadores de toda clase" con igual­dad ante la ley, matrimonio civil y divorcio, separación entre la Iglesia y el Estado, votación para todos los ciudadanos de ambos sexos mayores de 23 años, y poderes para redistribuir la propiedad y na­cionalizar los servicios públicos. Pero había profundas divisiones internas entre los grupos de izquierda, gran inconformismo por parte de sectores poderosos de la Iglesia, la aristocracia y el ejército, y un ascenso de ideologías fascistas.

    un tercio: a third
    penoso: painful
    durar: to last
    bando: side, faction
    respaldar: to back
     
    de hecho: in fact



    sospechoso: suspect
    sindicalistas: labor union members
    deseoso de: anxious for
    reino: kingdom

    En julio de 1936, un grupo de generales, desde las posesiones españolas en África, dio un golpe de Estado que solamente pudo controlar un tercio del territorio peninsular. Así se inició la penosa guerra civil que duraría hasta 1939. Los dos bandos enfrentados por el control te­rri­to­rial se denominaron el nacional y el republicano. Los primeros, asociados con la derecha, tenían por lo general el apoyo del catolicismo, los propietarios de tierras, parte de los in­ver­sio­nis­tas extranjeros, y fuerzas militares de Portugal, Alemania e Italia. Los segundos, aso­ciados con la izquierda, defendían el go­bierno legal y en parte anticlerical del Frente Po­pu­lar y fueron res­paldados por grupos comunistas, por movimientos obreros, por sectores re­gio­na­listas de Ca­taluña y el País Vasco, y por los gobiernos revolucionarios de la Unión Soviética y México. De este modo, la Guerra Civil Española puso en escena el enfrentamiento de po­de­res e ideo­lo­gías que llevaría poco después a la Segunda Guerra Mundial (1939-45). De hecho, fue uti­li­za­da por Hitler como laboratorio de su capacidad bélica. La famosa pintura de Picasso so­bre el ata­que de la fuerza aérea alemana al pueblo vasco de Guernica, o las obras de im­por­tan­tes au­tores como el nor­teamericano Ernest Hemingway, el británico George Orwell, el chi­le­no Pa­blo Neruda, el peruano César Vallejo o el cubano Nicolás Guillén, son testimonio de la di­men­sión mundial que tuvo el conflicto.

    El aspecto más sangriento de la guerra civil fueron las miles de ejecuciones contra los sos­pe­cho­sos de simpatizar con el enemigo. Los nacionales persiguieron a sindicalistas, políticos e in­te­lec­tua­­les; los republicanos, a fascistas y a miembros de la élite o el clero. La superioridad mi­litar era de los nacionales, que tenían a su servicio el ejército entrenado para mantener el do­minio de Marruecos así como la aviación italiana. En abril de 1939 el jefe de las fuerzas na­cio­nales, el Generalísimo Francisco Franco, declaró la victoria contra los republicanos y asu­mió el man­do del gobierno, que conservaría por más de treinta y cinco años. Grandes secto­res de la élite y del pueblo, deseosos de estabilidad, veían en Franco a un representante legítimo de las fuerzas armadas tradicionales que había “reconquistado” España de la barbarie atea pa­ra re­u­ni­ficarla como el reino centralista y católico que había sido por más de cuatro siglos.

    Franco fortaleció su autoridad con la suspensión de los derechos civiles, la eli­mi­na­ción de los partidos políticos, el establecimiento de sindicatos verticales controlados por el Es­ta­do, la estricta censura de la información y la concentración del poder. El ejército asumió las fun­­cio­­nes de policía, con fuerte represión contra los “rojos”. Miles de republicanos fueron eje­cu­­ta­­dos, encarcelados o condenados a trabajos forzados en ferrocarriles, canales y obras pú­bli­cas. Muchos escaparon al exilio, incluyendo un gran número de intelectuales. Hasta los años 1960, la dictadura franquista vivió, en parte por estrategia propia y en parte por reacción de los otros países, un largo periodo de aislamiento ideológico, político y económico del resto de Eu­ropa. Franco murió en 1975, dejando el poder al rey Juan Carlos I de Borbón, quien conso­lidó el proceso de democratización iniciado desde comienzos de los años 1970, creando el sis­te­ma político abierto, estable y participativo que caracteriza a la España de hoy.


    Vanguardias europeas

    Aunque los acontecimientos sociopolíticos y los desarrollos estéticos de España responden a circunstancias propias, están también íntimamente conectados con procesos más amplios. La expansión industrial había producido profundos cambios en la civilización Occidental, tales como el aumento del tamaño y la influencia de la clase obrera, el crecimiento urbano, la fuerza política de la burguesía, el refinamiento de las ciencias, las invenciones técnicas, la hegemonía económico-militar de Inglaterra y Francia, y la paulatina emancipación de los territorios coloniales. Había gran entusiasmo por todo lo que la ciencia podía lograr, y Europa Occidental se pensaba a sí misma como la fuerza de progreso, libertad y justicia por excelencia. La producción cultural estaba lógicamente en diálogo con esta expansión, y en particular con la conciencia de innovación, autocrítica e individualismo que acompañaba a este progreso industrial cada vez más rápido. Ideólogos como Karl Marx y Henri de Saint-Simon habían propuesto programas políticos y visiones históricas que buscaban extender los beneficios de la industrialización a toda la población, y proponían críticas substanciales del capitalismo. Importantes cuestionamientos a la razón y la ciencia aparecieron también en la filosofía y en las nuevas disciplinas sociales, que disputaban las bondades del capitalismo y subrayaban que las fuentes de la arbitrariedad, la irracionalidad y la violencia estaban presentes también en la Civilización Occidental. Las estéticas del modernismo y de la generación del 98 fueron una manifestación de dicha conciencia crítica en las culturas hispánicas –así como lo fueron el simbolismo o el impresionismo en Francia–, en busca de nuevos modos de articular artísticamente los valores y contradicciones de la modernización, y asociados con la vida urbana y bohemia, como antagonistas de la cultura burguesa convencional asociada con el imperialismo, el lucro, el positivismo y la fe en el progreso. La confianza en las bondades de la ciencia sufrió un golpe fuerte en la Primera Guerra Mundial (1914-18), cuando muchos europeos pudieron ver en su propia tierra los horrores que la tecnología permitía producir (aviones, ataques de gas, etc.).

    Para comienzos del siglo XX, el activismo obrero –en su versión marxista o en la naciente nacionalista-fascista–, así como los avances tecnológicos, tuvieron un fuerte impacto sobre los sistemas de valores del mundo intelectual y urbano. Se quería “estar en la vanguardia”, innovar, protestar, luchar por derechos, proclamar manifiestos, romper con la tradición, ser cosmopolita, sacudir la men­ta­li­dad burguesa. En la producción artística, llevando aún más lejos lo que los bohemios del siglo XIX ha­bían iniciado, se elaboró ese impacto de maneras muy visibles a través de movimientos que se agru­pan bajo el nombre genérico de “la Vanguardia” (avant-garde), un término apropiadamente militar y mi­li­tante que se puso de moda en Francia para indicar este deseo combativo de estar al frente de los cam­bios y participar en la transformación social. Muchos grupos de artistas y poetas elaboraron sus ma­ni­fies­tos o se organizaron en movimientos. Famosos fueron, en Europa, el fovismo (1905), el cubismo (1907), el futurismo (1909), el dadaísmo (1916), y el surrealismo (1924). Cada uno de estos “-ismos” define sus propias prioridades estéticas, pero en todos predomina la experimentación formal y un nivel de activismo en contra de lo tradicional o convencional. En casi todos se busca una autodefinición de las artes y una indagación en los procesos de representación: buscan afectar al público (lector, es­pec­ta­dor), haciéndole consciente de cómo el medio (la palabra, la pintura, etc.) influye sobre lo representado, y cómo las relaciones sociales inciden sobre lo que se considera bello o artístico en un momento dado. Todos están animados por el entusiasmo de proponer nuevas posibilidades expresivas que acom­pa­ña­ran el rápido ritmo de los cambios socioculturales.

     

    Remedios_Varo_Ciencia_inutil.jpeg


    Ciencia inútil o El alquimista (1955), de Remedios Varo.
    Astarmarket, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

    Posiblemente el movimiento vanguardista que tuvo más impacto y duración fue el surrealismo. Inspirada en el descubrimiento del in­cons­cien­te que Sigmund Freud hizo famoso en su Interpretación de los sueños (1900), la estética surrealista indaga la subjetividad no racional en imágenes evocativas, con frecuencia asociadas con el mun­do onírico.

    La obra de Remedios Varo (España 1908 - México, 1963) es representativa de este movimiento estético. En la década de 1930, Varo fue parte del Grupo Logicofobista, un movimiento catalán que buscaba una síntesis entre espiritualismo y surrealismo. Con la guerra civil española, la artista se radica en París y luego, con la ocupación nazi, se exilia en México, donde permanece el resto de su vida. La pintura de la izquierda ilustra varios elementos surrealistas: cuestionamiento de la validez científica, ambiente onírico (de sueños), incorporación de simbologías variadas y retos a la perspectiva y a la percepción. En estas estrategias se evidencia una preocupación central de las vanguardias: abrir la mente a las posibilidades de generar experiencias alternativas de la realidad y así impactar la vivencia personal y colectiva.


    Las vanguardias literarias en España

    Muchos artistas y escritores españoles participaron de estas innovaciones, aunque estuvieron en parte limitados por la dictadura y el carácter más rural de su sociedad. El dinamismo socioeconómico de los años veinte generó un florecimiento intelectual que se ha llamado la “edad de plata” de la producción cultural española, con figuras tan conocidas como Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) en el teatro, Luis Buñuel (1900-83) en el cine y Manuel de Falla (1876-1946) en la música, entre otros muchos. La pintura española tuvo un papel protagónico en dos movimientos de vanguardia europeos:

    El cubismo. En la etapa analítica (1907-12) buscó mostrar el objeto desde diversas perspectivas, para explo­rar los límites del realismo, fragmentando y recomponiendo la imagen con cuadros en los que predo­minaba una visión geométrica. En la etapa sintética (1913-30), las formas se simplificaron; se usa­ron colores más vivos y el objeto recreado se volvió más abstracto. El principal exponente del cu­bismo fue el español Pablo Picasso (1881-1973).

    El surrealismo. Influenciados por los descubrimientos del psicoanálisis, los surrealistas están especial­mente interesados en la libre asociación, los sueños, la vida interior, la comprensión alternativa de la realidad y la percepción mitológica del mundo (arquetipos). Los pintores españoles Salvador Dalí (1904-1989) y Joan Miró (1893-1983), y el director Luis Buñuel (1900-1983), son algunos de sus re­pre­sen­tantes más influyentes. 

    El cuestionamiento del realismo y de las “trampas” de la representación tuvo un desarrollo importante en el teatro español. La búsqueda de renovación promovió transformaciones en cuatro áreas fundamentales: 1) ampliación del universo temático para incluir asuntos de sexualidad y justicia social; 2) programas y compañías no comerciales, financiadas por el Estado o por suscripción comunitaria; 3) modernización de los escenarios con innovaciones tecnológicas (como plataformas rotativas y juegos de iluminación) que abrían las posibilidades de creatividad y estaban en diálogo con los retos del cine; 4) puesta en escena de obras vanguardistas, tanto españolas como de otras partes de Europa, que ex­pe­ri­men­taban con conceptos de espacio, diseño escénico y estrategias impactantes. Desde 1905 la actriz Ma­ría Guerrero había iniciado una campaña de “teatro poético” y en los años de la República (1932-36) el Teatro Español municipal de Madrid impulsó también la difusión de obras experimentales.

    Para los años 1920 y 30, un considerable número de dramaturgos como Jacinto Grau (1877-1958), Federico García Lorca (1898-1936) y Rafael Alberti (1902-1999) estaban produciendo teatro van­guar­dis­ta. El hombre deshabitado (1931) de Alberti, por ejemplo, incluía máscaras monstruosas para recrear el relato de la creación de la Biblia en un sitio urbano y moderno, en el que Dios es un malévolo vigilante noc­turno de un edificio en construcción. La innovación en el teatro se asocia especialmente con el dra­ma­turgo, poeta y narrador Ramón del Valle-Inclán. Considerado un autor clave del siglo XX, Valle-In­clán fue un innovador e intelectual de izquierda, inicialmente muy influido por la estética modernista his­panoamericana y posteriormente creador de dramas experimentales, autoconscientes y de profunda crí­tica de la civilización occidental europea. Su teatro cuestiona el racionalismo moderno, mostrando la ca­ra irracional, violenta y deshumanizante de la mentalidad occidental, como en la conjunción de pa­ro­dia histórica, denuncia política e innovación lingüística y espacial de sus “Comedias bárbaras” (una tri­lo­gía producida de 1907 a 1922) o de Divinas palabras (1920). Es famoso también por la creación de los “es­perpentos” (figuras grotescas), un tipo de obras paródicas que distorsionan la percepción con­ven­cio­nal para presentar realidades que esta oculta, humanizando objetos o animales y cosificando o ani­ma­li­zan­do seres humanos, que a menudo se presentan como marionetas, como ocurre en Luces de bohemia (1920-24) y en Martes de carnaval (1930).

    En poesía, un movimiento de vanguardia específicamente español fue el ultraísmo (1918), cen­tra­do en representar la esencia de lo poético en su elemento primordial: la creación de imágenes, li­be­radas de adjetivos inútiles y de reglas an­ti­cua­das. Esta especie de “poesía pura” experimentaba con di­versas disposiciones tipográficas, con neo­lo­gis­mos y términos tec­no­ló­gicos, y con metáforas sintéticas, cho­can­tes. Poetas españoles que participaron en este movimiento son Rafael Cansinos Assens (1882-1964) y Guillermo de Torre (1900-1971). El madrileño Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) es también una significativa figura de innovación en la poesía, con poemas brevísimos que él llama “Greguerías” (1917-35), tales como: “Las puertas se enfadan con el viento” (Doors get angry with the wind).

    El nutrido grupo de poetas que venía produciendo una lírica transformadora desde la década de 1910 se llamó la “Generación del 27” en referencia a que en ese año celebraron su renovación literaria con motivo del aniversario del poeta Luis de Góngora (1561-1627), uno de los símbolos del impacto español en la estética occidental. Entre los nombres más conocidos se encuentran: León Felipe (1884-1968), Pedro Salinas (1891-1951), Jorge Guillén (1893-1984), Gerardo Diego (1896-1987), García Lorca, Vicente Aleixandre (1898-1984), Concha Méndez (1898-1986), Dámaso Alonso (1898-1990), Luis Cernuda (1902-1963), Alberti, Ernestina de Champourcín (1905-1999), Manuel Altolaguirre (1905-1959), Josefina de la Torre (1907-2002). La mayoría de ellos participó con entusiasmo en la trans­for­mación democrática de la Segunda República (1931-36) y se conectó con los debates estéticos de esa época en Europa. Todos reivindicaban un tipo nuevo de imagen, haciendo eco a la idea de que “la poe­sía es hoy el álgebra superior de las metáforas” (citado en Gies 555) del filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955), cuyas ideas tuvieron mucha influencia sobre este grupo de poetas.

    Durante la guerra civil (1936-39), la poesía combina inquietudes vanguardistas con formas tra­di­cionales como el romance –en su única simultaneidad épica y lírica– para inspirar las luchas, denunciar los crímenes y fomentar la reflexión frente a ese momento crucial para la nación. Un grupo de poetas más jóvenes que elabora el proceso de interiorización generado por situaciones de prisión, exilio y re­pre­sión durante la guerra y el gobierno militar subsiguiente, se llamó la “Generación del 36” por haber ce­lebrado en ese año el cuarto centenario de Garcilaso de la Vega (c. 1498-1536), cuya estética re­na­centista fue un modelo para ellos. Poetas como Miguel Hernández (1910-1942) y Luis Rosales (1910-1992), entre muchos otros, se resisten al experimentalismo de la “poesía pura” y demandan una co­nexión más sobria con las circunstancias inmediatas hacia una reflexión sobre la con­dición humana.


    Un diálogo entre Picasso y García Lorca

    Una buena manera de ilustrar las vanguardias en España es este interesante paralelismo entre el poema "La guitarra", de Federico García Lorca, y las obras de guitarristas que pintó Pablo Picasso, como este "Viejo guitarrista" (1903). El poema propone una exploración surrealista, con asociaciones similares a las que se viven en los sueños. La pintura hace parte del llamado "Periodo Azul" de Picasso, en que comienza la exploración estética que lo llevaría del impresionismo (modernista) al cubismo (vanguardista). Ambas obras captan una melancolía que puede asociarse con el quiebre identitario de la España de fines del siglo XIX y comienzos del veinte, y exploran un instrumento musical icónico para la Península Ibérica, que además llegó a través de la presencia árabe ("arena del sur caliente"), un aspecto distintivo de las culturas hispánicas en contraste con otras zonas de Europa. En ambas se representa una fragmentación de la percepción, una voluntad de proponer maneras alternativas para pensar la realidad y la experiencia, tanto personal como colectiva.

    Viejo guitarrista, Picasso

    Lorca-Guitarra.png

     


    Fuentes


    • Blanco Aguinaga, Carlos, et al. Historia social de la literatura española. Akal, 2000.
    • Carr, R. Spain 1808-1936. Oxford: Clarendon Press, 1982.
    • Davies, Catherine, ed. The Companion to Hispanic Studies. Oxford University Press, 2002.
    • Davis, Paul et al.  The Bedford Anthology of World Literature.  Boston: Bedford/St. Martin’s, 2003.
    • Gagen, Derek. “Twentieth-Century Spain.” The Companion to Hispanic Studies. London: Oxford U P, 2002.
    • García de Cortázar, Fernando y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial, 2017.
    • Gies, David, ed. The Cambridge History of Spanish Literature. 2nd ed. Cambridge: Cambridge U P, 2009.
    • Kattán Ibarra, Juan. Perspectivas culturales de España. NTC Publishing, 1990.
    • Méndez-Faith, Teresa.  Panoramas literarios: España.  Boston: Houghton Mifflin, 2008.

     


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