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Humanities LibreTexts

5.4: Hispanoamérica 1930-1969

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    171150
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    Desde los años 1930 hasta comienzos de la década de 1970, América Latina vivió una intensa confrontación entre las aspiraciones hacia un cambio social radical de inspiración comunista y el mantenimiento de un desarrollo capitalista dentro de las estructuras existentes. La era nacionalista, que hasta los años 1950 se manifestó incluso en una limitación de importaciones para fortalecer la industria local, dio lugar a una era "latinoamericanista", de entusiasmo por el cambio social y el debate sobre de qué lado estar durante la Guerra Fría.

    El triunfo de la Revolución Cubana (1959) se convirtió en un referente, tanto para las ideologías de izquierda como para las de derecha, en el debate sobre qué lugar ocuparían los países latinoamericanos en la distribución del poder mundial y cuál debería ser su modelo sociopolítico. Por ello, la producción artística y literaria de Hispanoamérica recibió gran atención internacional en esos años.

    LMural de las juventudes comunistas en La Habana
    Mural de las Juventudes Comunistas en La Habana, Cuba (años 1960).
    Este mural ilustra el marco cultural de "estudio, trabajo y fusil" (intelectuales, obreros y guerrilleros) con que una parte de la población aspiraba a generar cambios radicales y al que otra parte de la población veía como amenaza contra la estabilidad, la prosperidad y la seguridad.

    Nacionalismo y populismo

    superar: to overcome
    lograr: to attain
    soberanía: sovereignty
    debilitarse: to weaken
    materias primas: raw materials
    terrateniente: large land owner
    a menudo: often
    ejército: army
    golpe (militar): coup

    desempleo: unemployment
    escasez: scarcity
    impuestos: taxes

    dueño: owner
    sindicato: labor union
    ventaja: advantage
    obrero: industry worker


    empresario: business owner
    receta: recipe
    hasta cierto punto: to a certain extent

    tarde o temprano: sooner or later
    peligrar: to be in danger
    amenazar: to threaten
    empresa: enterprise, company cada vez más: ever more

    Tras la expansión económica de las primeras tres décadas del siglo XX, la burguesía exportadora se debilitó con la depresión que experimentó el capitalismo mundial durante los años 1930. La demanda internacional de productos agrícolas y ma­terias primas se redujo a la mitad. El péndulo entonces regresa a la derecha conservadora. La tra­dicional élite terrateniente retoma el control gubernamental, reprimiendo el activismo de iz­quier­da, a menudo con apoyo del ejército. Durante la década de los treinta hubo gobiernos militares o in­tentos de golpe en Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Bolivia, Perú, Venezuela, Cuba, la Re­pú­bli­ca Dominicana, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Honduras.[1] El ejército recupera así su in­flu­yen­te papel en la política latinoamericana. En relación con este militarismo y la crisis económica, re­a­parecen también algunas guerras nacionalistas que recuerdan las del siglo XIX: Bolivia-Pa­ra­guay (1933-38); Colombia-Perú (1932-34); Perú-Ecuador (1941-42).

    Para responder al desempleo y a la escasez de productos importados, se generaliza la es­tra­te­gia de incentivar el desarrollo de la manufactura doméstica en una política proteccionista que se lla­mó “industrialización por sustitución de importaciones” (ISI). Con este fin, los gobiernos subieron los impuestos a las importaciones, fundaron o financiaron nuevas industrias, mantuvieron los sa­la­rios bajos, y redujeron los impuestos de los productos domésticos. Se fomentó también una pro­pa­gan­da nacionalista, esfuerzos por recuperar el control doméstico de los recursos naturales, y un sen­ti­do de orgullo por lo propio frente a lo extranjero.

    Los dueños de industrias se hicieron más ricos y podían influenciar la política, pero también los sindicatos se hicieron más grandes y los partidos políticos que ganaran su apoyo tenían ventaja elec­toral. El control, entonces, debía negociarse fundamentalmente entre tres grupos de poder:
       1) los intereses de la élite terrateniente tradicional, a menudo asociada con la Iglesia;
       2) la burguesía emer­gente comercial e industrial, con creciente influencia económica y social;
       3) la clase obrera y los sindicatos, cuyo apoyo (o control) era crucial para continuar la expansión industrial.
    En muchos ca­sos, la balanza se inclinaba en favor del sector que lograra el apoyo militar y/o el de Washington. Pe­ro en ciertos países y momentos los partidos de izquierda lograron mucha influencia, como en Chi­le en los años cincuenta y sesenta.

    Las diferentes formas de gobierno en América Latina durante estas décadas representan di­ver­sas estrategias para combinar esos grupos de poder. Una de estas fórmulas fue una alianza proin­dus­trial y promilitar que intentaba incorporar los intereses de empresarios y al mismo tiempo sa­tis­fa­cer algunas demandas obreras bajo el magnetismo de un líder autoritario y carismático. Esta fue la receta del populismo, aplicada por Perón en Argentina, Vargas en Brasil, Rojas Pinilla en Colom­bia y, hasta cierto punto, Arbenz en Guatemala, Velasco Ibarra en Ecuador y Cárdenas en México. El problema era que trataban de re­pre­sentar a dos grupos emergentes con intereses en conflicto (los obreros y sus patronos), uno de los cua­les tarde o temprano se sentía traicionado, y eran insosteni­bles en tiempos de austeridad eco­nó­mi­ca. Su estabilidad además peligraba si las reformas amenaza­ban los intereses de los terratenientes o de las empresas norteamericanas. En otros casos, diferentes partidos políticos incluían a los dos gru­pos emergentes (Chile), se los excluía a fuerza de dictaduras (Venezuela, Nicaragua, Paraguay), o se generaban coaliciones entre sectores de la clase media, los obreros y los campesinos para la re­sis­tencia armada (Colombia, El Salvador). En algunos casos dichas coaliciones lograron tomarse el poder y hacer reformas liberales por un tiempo, como en la Revolución de 1936 en Paraguay, la de 1944 en Guatemala, y la de 1952 en Bolivia. Sin embargo, este tipo de revoluciones se haría cada vez más difícil dentro de la agresiva política estadounidense por asegurar la lealtad del continente en “La Guerra Fría”.


    [1] La gran excepción ha sido Costa Rica, cuyo gobierno de partidos estableció un progresivo sistema de seguridad social y de protección al trabajador y, una década después, eliminó al ejército nacional.


    Guerra Fría y activismo de izquierda


    cuantioso: quite large
    inversión: investment
    a medida que: as (process)
    lograr: to achieve

    sede: headquarters


    doblaje: dubbing
    encubierto: under cover
    de parte de: in favor of

    derrocamiento: overthrow

    entre tanto: in the meantime
    gabinete: cabinet

    a partir de: starting in

    duradero: lasting
    así como: as well as

    ambiente: climate, environment
    ámbito: sphere, field

    Evangelio: Gospel


    a largo plazo: in the long run

    El impacto más importante de la Segunda Guerra Mundial para Latinoamérica fue su de­fi­ni­ti­va inclusión dentro de la esfera de poder de Washington. Para 1945, Europa occidental había te­ni­do que liquidar sus inversiones en América para pagar la guerra, y su influencia se redujo con­si­de­ra­ble­mente. Estados Unidos, en cambio, se consolidó como potencia política, económica y militar mundial, con cuantiosas in­ver­siones en todo el continente. A medida que sus relaciones con los rusos se enfriaban, la ad­mi­nis­tra­ción Truman logró que casi todos los países latinoamericanos rompieran relaciones con la Unión So­viética y que varios gobiernos declararan ilegales los partidos comunistas locales –lo cual coin­ci­día además con los intereses de la élite económica–. En 1948, se creó en Bogotá la Organización de Esta­dos Americanos (OEA), con sede en Washington, para promover políticas comunes en el con­ti­nente. Durante los años siguientes, el Pentágono fortaleció su influencia sobre los ejércitos la­ti­no­a­me­ricanos, reforzando y ampliando sus bases militares en la región. Estados Unidos se convirtió en el principal socio comercial del Hemisferio. Y, en el campo cultural, la producción televisiva y ci­ne­ma­tográfica norteamericana, con eficientes sistemas de doblaje, inundó los mercados del continente en­tero. Las intervenciones encubiertas de la CIA se hicieron comunes, generalmente de par­te de la élite y en contra de los movimientos populares. Dos de estas intervenciones –que ali­men­taron los sentimientos antiestadounidenses de la izquierda– produjeron el de­rro­ca­mien­to del pre­sidente re­for­mista Jacobo Árbenz de Guatemala en 1954 y del chileno Salvador Allende en 1973, a pesar de que ambos habían sido elegidos democráticamente en sus res­pec­tivos países.

    Entre tanto, el apoyo popular a los partidos comunistas creció en muchos países latino­ame­ri­ca­nos, obteniendo presencia de poder en el gabinete chileno y congresistas en más de nueve go­bier­nos durante los años cuarenta. La resistencia armada en forma de guerrillas, ya comprensible por los altos índices de po­bre­za, adquirió a partir de los años cincuenta una dimensión nacionalista radical: la “liberación” del im­perialismo estadounidense y de la explotación capitalista. Y a partir de los años sesenta también la Unión Soviética y China hicieron lo suyo por inclinar a América Latina hacia su esfera, ayu­dan­do a financiar movimientos de guerrilla revolucionaria en la región. La victoria duradera de la Re­vo­lu­ción Cubana en 1959 fue un toque de alerta para Washington y para las élites, así co­mo una motivación para que proliferaran “luchas de liberación nacional” en guerrillas rurales y ur­banas por toda América Latina. Para los activistas populares, por primera vez parecía posible que los trabajadores y campesinos se tomaran el control del Estado y obtuvieran derecho a la salud, a la edu­cación y a un nivel de vida dig­no.

    Como en el movimiento estudiantil de Francia o las luchas por los derechos civiles en Estados Uni­dos, mucha parte de los estudiantes y de la intelligentsia latinoamericana se unió al entusiasmo ac­tivista que caracterizó los años sesenta en el mundo. Los intelectuales más famosos de la época representaban en sus obras la historia de mar­gina­ción y represión del pueblo así como las aspiraciones hacia sociedades más igualitarias y par­ticipativas. Uno de los libros que se difundieron ampliamente fue Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), que revisaba la historia de injusticia y explotación humana en el continente. En Chile, una coalición de izquierda (la “Unidad Popular”) ganó las elecciones en 1970, y Salvador Allende, el nuevo presidente, nacionalizó las minas de cobre que estaban en manos de empresas extranjeras, elevó el salario de los trabajadores y congeló los precios de artículos de primera necesidad, entre otras reformas de tipo socialista. El gobierno cubano también emprendió con amplios fondos so­vié­ti­cos una campaña de diseminación del socialismo en toda América. Pero ambos fallaron en la con­so­li­dación a largo plazo de economías prósperas para todos.

     


    El latinoamericanismo de los años 1960

    Como vimos, el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 se convirtió en una motivación para que proliferaran “luchas de liberación” en guerrillas rurales y urbanas por Centro y Suramérica. El término “América Latina”, entendido como unidad en­tre pueblos con las mismas aspiraciones y una historia de opresión, sirvió entonces para fo­mentar la lucha por el cambio social y por la soberanía política y cultural, particularmente de línea iz­quierdista. Tal espí­ritu utópico se manifestaba también en la convicción de que, desde México hasta el Cono Sur, estos pue­blos compartían un pasado colonial, un presente de dependencia y un mismo des­tino de liberación (la “iden­ti­dad latinoamericana” o “latinoamericanismo”) y por lo tanto debían unirse en una lucha común frente a dos enemigos: los intereses de Washington al servicio de Wall Street, y la clase dominante local asociada con esos intereses. Así, la década de 1960 marcó para Amé­­rica Latina una época de inmensa creatividad, unificación entusiasta y difusión internacional en las artes y la producción intelectual. Un gran número de jóvenes en todo el continente cantaban al ritmo de movimientos musicales como la Canción de Protesta su­damericana y la Nueva Trova cubana, simpati­zaban con grupos de izquierda en sus países, y participaban en movimientos poéticos de vanguardia. Se leían con admiración las no­ve­las que traducían estos ideales en una narrativa novedosa, vibrante y crítica. Todo esto hacía que muchos lati­noa­me­ricanos se sintieran con una voz innovadora y propia que captaba la atención europea y norteamericana por su diferencia.

    El tipo de discurso que prevaleció en estos años se sintetiza en uno de los discursos del Che Gue­vara a comienzos de la década:

    prevalecer: to predominate
    desdeñable: insignificant
    aislado: isolated
    padecer: sufrir
    albergar: to house
    abundar: exist in abundance

    «No hay enemigo pequeño ni fuerza desdeñable, porque ya no hay pueblos aislados. Como establece la segunda declaración de La Haba­na, ningún pueblo de Amé­ri­ca Latina es débil, porque forma parte de una familia de dos­cientos millones de hermanos que pade­cen las mis­mas miserias, albergan los mismos senti­mientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos con un mismo destino, y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo. Esta epopeya que tene­mos delante, llama a las masas hambrientas de indios, de cam­pe­sinos sin tierras, de obreros explotados, a las masas progresistas, a los intelectuales ho­nes­tos y brillantes que abun­dan en nuestras sufridas tierras de América Latina» (https://youtu.be/EktbVnKPx6o).

    Movimientos de obreros, campesinos y guerrilleros tomaron fuerza en muchos países. De hecho, había entre las clases medias y bajas un espíritu de unificación en torno al ideal de construir modelos sociopolíticos –como la triunfante revolución cubana o como el socialismo democrático de Salvador Allende en Chile– que beneficiaran a la mayoría de la población y no solamente a la élite.

    La teología de la liberación, creada por filósofos cristianos de Centro y Suramérica tales como el peruano Gustavo Gutiérrez y el brasileño Leonardo Boff, propuso aplicar los principios del Evan­gelio a la búsqueda activa de justicia social. La pedagogía de la liberación, propuesta por el brasileño Paulo Freire, creó una práctica de la educación diseñada para promover la acción política y valorar el conocimiento de las personas que han sufrido supresión socioeconómica por varias generaciones. Pen­sadores como Leopoldo Zea (México) y Enrique Dussel (Argentina), desarrollaban una filosofía rigurosa y alternativa para pensar “lo latinoamericano” en su especificidad y dignidad. Economistas y sociólogos como Enrique Cardoso (Brasil) y Alonso Quijano (Perú) produjeron una crítica siste­má­tica del desarrollo entendido como imitación de la modernización europea o estadounidense, elabo­rando una tesis alternativa llamada la Teoría de la Dependencia, la cual enfatizaba el cambio estruc­tural de las relaciones económicas tanto a nivel mundial como nacional. Por su parte, los escritores, compositores, cineastas y artistas más famosos de la época representaban en sus obras la historia de marginación y represión del pueblo así como su fuerza creativa y las aspiraciones hacia sociedades más igualitarias y participativas.

     


    El "Boom" de la narrativa



    apenas: barely
    lanzar: to launch

    hasta entonces: until then
    convertirse en: to become



    cúspide: peak
    rayuela: hopscotch




    acaparar: to capture, to monopolize


    habían logrado: had accomplished


    inaudito: unheard of, extraordinary
    primermundista: form the first world

    trama: plot
    telenovela: soap opera

    América Latina ocupó entonces el interés del mundo desde 1961, cuando se estabilizó el gobier­no de línea comunista y protegido por la Unión Soviética en Cuba, desafiando la hegemonía de Washing­ton en el hemisferio. La región se había convertido en zona de contienda para la Guerra Fría. Tanto en Europa como en Estados Unidos se multiplicaron los programas de estudios latinoame­ricanos, concentrados en producir conocimiento sobre esa parte del continente que, unos años antes, apenas se estudiaba. El gobierno de Kennedy lanzó la “Alianza para el Progreso”, una iniciativa de inversión para el desarrollo (capitalista) o modernización de América Latina, y comenzó a nombrar a algunos puertorriqueños como embajadores en varios países hispano­hablantes, para reforzar su afinidad con la región.

    El año de 1967 fue decisivo para las letras de América Latina, hasta entonces generalmente igno­radas en el panorama mundial. Ese año, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) se convir­tió en el primer novelista latinoamericano en recibir el Premio Nobel de literatura (la chilena Gabriela Mistral lo había recibido por su poesía en 1945). También en junio de ese año apareció la novela Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), que en pocos meses se convirtió en un bestseller mundial. Era la cúspide del "Boom" en la novela hispanoamericana, que había comenzado pocos años antes con la gran popularidad de Rayuela (1963) del argentino Julio Cortázar (1914-1984), y que también incluía la obra del peruano Mario Vargas Llosa (1936- ) y la del mexicano Carlos Fuentes (1928-2012), entre otros. Por primera vez en la historia, la producción literaria latinoamericana tenía un pa­pel protagónico en la escena internacional y, para el año dos mil, otros cuatro escritores habían reci­bi­do el Premio Nobel de literatura: Pablo Neruda (Chile) en 1971, García Márquez en 1982, Octavio Paz (México) en 1990 y Derek Walcott (St. Lucia) en 1992.

    Los escritores que conformaron el "Boom" de la novela, casi todos con ideología de izquierda, aca­pararon la atención mundial con una literatura que combinaba genialmente la experimentación moderna con elementos distintivos de la vida y la cultura latinoamericanas. La selva, el mito, la tradición oral, la presencia indígena y africana, la política turbulenta, la historia paradójica y la búsqueda insaciable de iden­tidad, se integraron en novelas monumentales cuyo lenguaje poético lograba captar muchas de las experiencias contradictorias de América Latina que eran exóticas o innovadoras para el Primer Mundo.  Fue en cierto modo una réplica de lo que pintores mexicanos como Diego Rivera, Frida Kahlo y José Clemento Orozco habían logrado en los años 1920 y 30.

    Lo "normal" para los europeos y los norteamericanos aparecía descrito como algo "mágico" para la mirada narrativa, y lo inaudito o lo mágico para la mirada primermundista se describía como una coti­dia­nidad ordinaria: "García Márquez conjured up a world in his native Colombia where magic was as real as money and ice as magical as dragon's eggs" (Winn 400). Y esta generación también había asimi­lado la influencia de la literatura internacional así como de la cultura masiva moderna, con novelas que incluían tramas de Hollywood, historias de tangos o telenovelas. La nueva novela buscaba representar la experiencia heterogénea y diversa de sus pueblos, y proponer modelos de realidad alternativos. En ese esfuerzo, se percibió un ideal común, lo cual reforzó la idea de unidad "latinoamericana".

    Años antes, en el prólogo a la novela El reino de este mundo (1949) –que narraba la revolución haitiana–, el musi­cólogo y novelista cubano Alejo Carpentier (1904-1980) había propuesto el término "lo real maravilloso" para designar esta nueva ficción que re-creaba la realidad histórica americana en su fértil combinación de mi­to­logías y modelos culturales, desde los indígenas y africanos hasta los europeos y los mestizos. Decía Carpentier:

    por: because of
    paisaje: landscape
    fáustico: like Goethe’s Faust, tragic, debased
    agotar: to exhaust

    «Por la virginidad del paisaje, por la formación, por la ontología, por la presencia fáustica del indio y del negro, por la Revelación que constituyó su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías. ¿Qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?» (12).

    El gua­te­malteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) había publicado en ese mismo año su novela Hombres de maíz (1949), la cual compartía este esfuerzo por encontrar un lenguaje adecuado a la experiencia "má­gi­ca" o surreal y por expresar la necesidad de transformación social. Esta novela combinaba técnicas su­rre­alistas con leyendas tradicionales para elaborar una realidad mágica, capaz de representar la his­to­ria de resistencia maya fren­te al avance de la cultura occidental, interpretándola en sus propios términos. Por su parte, Juan Rulfo (1918-1986) y Elena Garro (1916-1998) habían explorado el legado agridulce de la revolución mexicana, que no ha­bía sacado de la mi­se­ria a la mayoría de la población, en una narrativa que cuestionaba las divisiones en­tre lo fantasmal y lo histórico. De manera similar a Octavio Paz, el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) difería en sus ideas políticas frente a los escritores de izquierda, y buscaba temas de tipo universal en sus ficciones y poemas. Su obra, sin embargo, tuvo una influencia innegable en la generación del "Boom", tanto en su cuestionamiento de una realidad unánime como en la expe­rimentación de historias laberínticas que com­binaban herencias culturales tan diversas como la población latinoamericana misma.

    Al comenzar la década de 1960, ya existía entonces un público lector amplio en América Latina. La expansión de las ciudades y de las oportunidades educativas garantizó que una creciente clase media de profesionales y estudiantes universitarios leyeran con avidez las novelas de sus autores favoritos, con quienes compartían ideales de transformación radical de las estructuras sociales. Este entusiasmo se con­firmaba con el aparente éxito de la revolución cubana, que ayudó a esparcir por el continente un es­píritu "latinoamericanista" de trascender las fronteras nacionales y crear una conciencia de cambio po­lítico en las masas. Varias casas editoriales españolas y francesas también adelantaron una gran campaña de difusión que daba preferencia a los escritores de izquierda y fomentaba foros plurinacionales. Así, pues, se combinaron tres factores en los años sesenta: primero, la pintura, poesía y novela habían pre­parado una conciencia latinoamericanista y un público lector ávido; segundo, la izquierda política ganó gran fuerza en muchos países del continente; tercero, las editoriales europeas estimularon la publica­ción de obras latinoamericanas por el interés del público en seguir los procesos de cambio en América Latina durante la Guerra Fría.

    Y fue esta combinación de factores la que permitió que novelistas geniales como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Ernesto Sábato (Argentina 1911-2011), Juan Carlos Onetti (Uruguay 1909-1994) o José Donoso (Chile 1924-1996) pudieran difundir sus obras a cientos de miles de lectores en América Latina, Europa, Asia y los Estados Unidos, convirtiéndose en estrellas mundiales. Como Borges, criticaban las novelas "provincianas" del realismo social, y abrazaron la experimentación literaria en diálogo con las tendencias más atrevidas del Primer Mundo.

    A diferencia de Borges, un tema central del "Boom" fue la historia latinoamericana, la crítica de las condiciones sociopolíticas del continente y el fomento de una identidad regional. Cien años de soledad puede leerse como una alegoría de la historia colombiana en la trama de la familia Buendía, y Macondo se ha interpretado como una metáfora de América Latina.

    Para mediados de los 1970, la represión militar se hizo más cruda en toda la región, el go­bierno de Fidel Castro era menos popular, y el entusiasmo revolucionario se mitigó. Los escritores del "Boom" pro­fundizaron entonces en temas históricos y en la figura del dictador. Carlos Fuentes, en Terra nostra (1975), criticaba la utilización de la historia para legitimar la injusticia del presente. El paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005) ridiculizó la documentación histórica y exploró la figura del caudillo José Gaspar de Francia –quien había gobernado a su país durante cuarenta años en el siglo XIX– como una metáfora de la dictadura de Stroessner en una copiosa novela titulada Yo, El Supremo (1974). García Márquez tam­bién parodió la interminable palabrería del caudillismo en El otoño del patriarca (1975). A par­tir de los a­ños ochenta, la época del experimen­talismo literario y de las grandes metáforas colectivas lle­gó a su fin, y todos estos escritores adoptaron un estilo más realista y fácil de leer, en concordancia con las de­man­das comerciales de la era global. Un ejemplo de esta di­versidad ideológica y estética es la trayectoria de Vargas Llosa, reconocido con el premio Nobel en 2010. Su narrativa incluyó denuncia social en los años sesenta y setenta, y más tarde incorporó el hu­mor, la inves­tigación histórica y las tesis neoliberales.

    El legado del "Boom" continúa presente en diversas manifestaciones hoy asociadas con el ambiguo "realismo mágico", un término que ha servido para describir la combinación entre oralidad y escritura en otras partes del mundo, como en las novelas de Toni Morrison en los Estados Unidos. Durante los años ochenta y noventa, además, un importante número de escritoras ha gozado también de reconocimiento internacional. Luisa Valenzuela en Argentina, Isabel Allende y Marcela Serrano en Chile, Laura Restrepo en Colombia, Laura Es­quivel en México, Gioconda Belli en Nicaragua y Nélida Piñón en Brasil, son algu­nas de las narradoras que mantienen la atención internacional sobre las letras latinoamericanas y se han tomado una escena literaria que estuvo dominada tradicionalmente por las figuras masculinas.

    Según muchos escritores lati­noamericanos de hoy, ya no tiene sentido asociar el continen­te con un estilo específico, pues se trata de culturas diversas, complejas y plurales, en las que el supues­to "re­alismo mágico" –fascinado con lo exótico– es solo una posibilidad entre muchas de elaborar literariamente la experiencia he­te­­ro­génea de cada región y cada individuo. La mayoría es hoy, además, primordialmente urbana y está conec­tada ínti­mamente con los procesos de comercialización y apertura del siglo XXI.

    Con todo, la Teoría de la Dependencia, la Filosofía, Teología y Pedagogía de la Liberación y la es­tética de “lo real maravilloso” o el “Boom” de la novela fueron casos importantes en que la producción intelectual desde América Latina tuvo influencia sobre el pensamiento del Primer Mundo durante los años sesenta y setenta, promoviendo procesos de descolonización cultural y política. Los tres eran casos en que un grupo sustancial de latinoamericanos se miraban, se conocían, se nombraban a sí mismos como sujetos (agentes) de conocimiento, en vez de la situación tradicional del colonizado, que es ser mira­do, ser conocido, ser nombrado por otros como objeto (paciente) de conocimiento. Si bien este latino­a­me­ricanismo no produjo los cambios socioeconómicos radicales que muchos esperaban, marcó un hito fun­damental en la trayectoria de autodefinición colectiva en la región. Todavía hoy, grupos de hip hop como Calle 13 (Puerto Rico) celebran “lo latinoamericano” retomando los temas de la “Nueva Canción” de los años sesenta ( http://youtu.be/rqlmJdsfCJc). Muchos siguen trabajando hacia esa unificación y justicia latinoameri­canista que la poeta chilena Violeta Parra resumía en 1964:

    Mi vida, los pueblos americanos,
    mi vida, se sienten acongojados,
    Mi vida, porque los gobernadores,
    mi vida, los tienen tan separados.

    Cuándo será ese cuando, señor fiscal,
    que la América sea solo un pilar.
    Solo un pilar, ay sí, y una bandera,
    que terminen los líos en las fronteras.

    Por un puñado de tierra no quiero guerra.


    Fuentes


    • Carpentier, Alejo.  El reino de este mundo. Montevideo: Ediciones Arca, 1949.
    • Chang-Rodríguez, Raquel y Malva Filer. Voces de Hispanoamérica. Boston: Thomson & Heinle, 2004.
    • Davies, Catherine, ed. The Companion to Hispanic Studies. Oxford University Press, 2002.
    • Franco, Jean. Historia de la literatura hispanoamericana. Barcelona: Ariel, 1983.
    • Franco, Jean. The Modern Culture of Latin America. New York: Praeger, 1967.
    • Martin, Gerald. Journeys Through the Labyrinth: Latin American Fiction in the Twentieth Century. London, New York: Verso, 1989.
    • Oviedo, José Miguel. Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid: Alianza, 2001.
    • Winn, Peter. Americas: The Changing Face of Latin America and the Caribbean. Berkeley: University of California Press, 2006.

    Para repasar y pensar

    1.  ¿Qué valores y circunstancias crearon el entusiasmo latinoamericanista de los años sesenta?
    2. ¿Cómo podría definirse o explicarse el concepto del "latinoamericanismo"? ¿Qué movimientos ideológicos incluye en teología, filosofía, pedagogía, sociología, etc.? ¿Qué valores y qué inconvenientes tiene como ideal político?
    3. ¿Cuáles fueron algunas de las razones por las que las novelas latinoamericanas tuvieron tanto éxito en Europa y los Estados Unidos durante los años sesenta? ¿En qué sentido(s) este fenómeno es paradójico?
    4. ¿Cómo podría definirse o explicarse el concepto del "Realismo mágico"? ¿Qué valores y qué problemas tiene como caracterización estética de América Latina?
    5. ¿Cuáles fueron algunos de los escritores y movimientos musicales que se hicieron famosos durante el "Boom" de la novela en los años sesenta? ¿Cómo ha cambiado este panorama en décadas posteriores?

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