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4.1: El siglo XIX en España

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    El siglo XIX español se caracteriza por el declive del imperio y la crisis de poder, en medio de un violento debate entre monarquía y democracia, tradición y modernización.

    Cuán solitaria la nación que un día
    poblara inmensa gente!
    ¡La nación cuyo imperio se extendía
    del Ocaso al Oriente!
    Lágrimas viertes, infeliz ahora,
    soberana del mundo,
    ¡y nadie de tu faz encantadora
    borra el dolor profundo!
              –José de Espronceda(1808-1842),
    en "A la patria" Poesías líricas (1840).
    How lonely the nation that, one day
    was populated by great people!
    The nation whose empire covered
    from West to East!
    Tears you are dropping, now unhappy,
    ruler of the world,
    and nobody from your lovely face
    can erase the deep pain!
    La familia de Carlos IV, por Francisco de Goya
    "La familia de Carlos IV (1801).

    Vida sociopolítica

    A fines del siglo XVIII sube al trono Carlos IV de Borbón (1778-1808), quien no toma control directo de los asuntos del Estado, sino que deja el gobierno en manos de su ministro Manuel Godoy, favorito de su esposa, la reina María Luisa. Un famoso retrato, La Familia de Carlos IV, de Francisco de Goya, mues­tra la fragmentación de la familia real y la crisis del poder monárquico en España (obsérvese que cada persona mira en una dirección diferente). La antigua hegemonía española en Europa es ahora cosa del pasado.

    La colaboración del ministro Manuel Godoy con Napoleón Bonaparte ocasiona años de guerra y des­truc­ción. A principios del siglo XIX, España declara la guerra a Inglaterra y, en la batalla de Trafalgar (1805), los escuadrones españoles y franceses son destruidos. Carlos IV abdica en favor de su hijo Fernando VII (1813-1833), pero el ejército francés invade España en 1808, y José Bonaparte, her­ma­no de Napoleón, reina hasta 1813. Muchos españoles luchan por la libertad de su país en la Guerra de la Independencia (1808-1814), Fernando VII recobra su corona, y las tropas francesas se retiran en 1814. El pueblo español recibe a Fernando VII como rey a pesar de su colaboración con Napoleón, pero su reinado se caracteriza por la represión brutal contra los liberales. Estos años de caos interno se complican también con las guerras de independencia en Hispanoamérica (1808-1824), durante las que España pierde la mayor parte de sus territorios en América (excepto Cuba y Puerto Rico).

    Des­pués de la muerte de Fernando VII (1833), hereda el trono su hija Isabel II (1833-1868), que tenía en­ton­ces tres años de edad, y su tío don Carlos no la reconoce como reina. Por eso se producen dos fuertes conflictos civiles: las Guerras Carlistas (1833-1840; 1847-1849). Así, la primera mitad del siglo XIX español es de crisis económica, convulsión política y violencia social. Hacia 1833 regresan a Es­pa­ña muchos exiliados políticos que se habían refugiado en Inglaterra y en Francia, trayendo consigo las nuevas tendencias del pensamiento europeo, que impulsan el romanticismo español.

    Durante las décadas de los años 1860 y setenta, continúa una inestabilidad sociopolítica en que la aristocracia es débil para mantener el poder, pero la burguesía no es bastante fuerte para imponerse. Los liberales se rebelan contra la monarquía en la llamada «Gloriosa revolución de 1868» que derroca a la reina Isabel II, y en 1869 se vota una constitución republicana (democrática), pero inmediatamente después los car­lis­tas empiezan una nueva guerra civil. En 1873 se proclama la Primera República que dura muy po­co; termina en 1874 cuando los partidarios de Alfonso XII lo nombran rey y restauran la monarquía. Sin embargo, el nuevo rey muere muy joven, y su viuda María Cristina queda como regente du­ran­te la mi­no­ría de edad de su hijo Alfonso XIII. A fines del siglo XIX, los cubanos y los filipinos se levantan con­tra el gobierno español, y Estados Unidos declara la guerra a España en la llamada Guerra de Cuba (1898). En esta guerra, conocida en inglés como «The Spanish-American War », España perderá sus últimas colonias: Cuba, Puerto Rico, las Filipinas y Guam. Estos hechos ocasionan una profunda revisión de la identidad nacional que marcó la producción cultural y la vida política del cambio de siglo.

     


    El romanticismo

    Una reacción contra el racionalismo de la Ilustración había comenzado en Alemania e In­gla­te­rra desde la década de 1770, que valoraba el conocimiento no científico, lo irracional, lo emotivo y lo mis­terioso. Esta reacción, luego llamada el romanticismo, se extendió a través del mundo hispánico des­de comienzos del siglo XIX, canalizando los ideales nacionalistas y apasionados que acom­pa­ña­ron a las luchas de independencia y a la fundación de nuevas naciones o sistemas políticos.

    En tér­mi­nos generales, el movimiento literario del romanticismo se opone a la nor­ma­ti­vi­dad racionalista y neo­clásica del siglo XVIII, defendiendo en cambio la originalidad, la emotividad, y la libertad tanto crea­tiva como política. Los primeros románticos fueron poetas y dramaturgos tan conocidos como Schiller y Goethe en Alemania, Wordsworth, Shelley y Keats en Inglaterra, o Chateaubriand y Víctor Hugo en Francia. De este último es la famosa frase: “El romanticismo es el liberalismo en la litera­tu­ra”, que enfatiza la obra inacabada (no pulida) y apasionada en contra de reglas acadé­mi­cas estrictas. Las ca­rac­te­rísticas básicas pueden resumirse así:

    1)  La concepción de la obra como expresión del Yo creador y de su mundo subjetivo (en opo­si­ción al objetivismo neoclásico).
    2)  El culto al individualismo y la originalidad del artista (en contra del énfasis iluminista en el orden y la claridad de expresión).
    3)  El predominio de las emociones y el uso de la naturaleza como medio para reflejarlas (versus el racionalismo dieciochesco).
    4)  El ideal moderno de libertad política y personal, con fuerte tendencia nacionalista o patrió­ti­ca que enfatiza el lenguaje local (a diferencia del universalismo enciclopédico y el despotismo ilus­tra­do).
    5)  La idealización del pasado (medieval, barroco, precolombino) y del pueblo (a diferencia del culto al clasicismo grecorromano).
    6)  El exotismo y al mismo tiempo el gusto por lo típico, lo pintoresco y lo folclórico, que era algo “exótico” para los intelectuales (en contraste con la didáctica racionalista).
    7)  Búsqueda de nuevas combinaciones métricas en poesía, con rimas más libres, por ejemplo la asonancia.

    El romanticismo, entonces, puede considerarse como una rebeldía individualista que busca en­fa­tizar lo emotivo en la esfera artística. Los románticos tienen gran aprecio por lo personal, casi un culto al yo y al carácter nacional. Por eso los héroes románticos son, con frecuencia, prototipos de re­bel­día (Don Juan, el pirata, Prometeo) y los autores buscan rimas más libres y populares. Igualmente, hay una renovación de temas y entornos. Se aprecian los ambientes nocturnos y sórdidos, buscando las historias fantásticas y exóticas que los ilustrados y neoclásicos ridiculizaban. Y es debido a este in­di­vidualismo y afán de originalidad que el movimiento presenta características di­versas, a veces opues­tas, en cada país y en cada poeta.

    En España, el romanticismo representa un movimiento ideológicamente liberal que valora el individualismo y la exaltación del «yo», así como el sentimiento, la libertad y el pasado nacional. Las obras a menudo se leen como expresión de emociones en el paisaje que describen. Entre los escritores de la época romántica se cuentan el poeta José de Espronceda, cuya “Canción del pirata” (1840) todavía se enseña en muchos colegios hispánicos, así como los dramaturgos don Ángel de Saavedra, más conocido como el Duque de Rivas, autor de Don Álvaro o la fuerza del sino (1835), y José Zorrilla, autor de la conocida obra Don Juan Tenorio (1844), inspirada en el famoso “Don Juan”, que había sido convertido en clásico por el dramaturgo barroco Tirso de Molina dos siglos antes en El burlador de Sevilla (c. 1603).

    La poesía romántica de la segunda mitad del siglo XIX, que algunos críticos califican de pos­ro­mán­tica, se caracteriza por su lirismo y musicalidad, como es el caso de Gus­ta­vo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro. Por el lenguaje sonoro y sencillo, las obras de ambos, pero especialmente la de Bécquer, anuncian una tendencia nueva en la po­esía española. El caos gubernamental de esta época se refleja además en la fragmentación política de los escritores e intelectuales, quienes se dividen en dos campos: los liberales como José de Es­pron­ce­da o el novelista Benito Pérez Galdós, y los con­ser­va­do­res como el Duque de Rivas o el poeta Ra­món de Campoamor, conocido por sus poesías sen­ti­men­ta­les recogidas en las Humoradas (1886-1888).

     


    Estética neoclásica vs. romántica

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    Fuentes


    • Blanco Aguinaga, Carlos, et al. Historia social de la literatura española. Akal, 2000.
    • Carr, R. Spain 1808-1936. Oxford: Clarendon Press, 1982.
    • Davies, Catherine, ed. The Companion to Hispanic Studies. Oxford University Press, 2002.
    • Flitter, D. Spanish Romantic theory and criticism. Cambridge: Cambridge University Press, 1992.
    • García de Cortázar, Fernando y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial, 2017.
    • Glendinning, N. A Literary History of Spain: the Eighteenth Century. London: Berrn; New York: Barnes Noble, 1972.
    • Kattán Ibarra, Juan. Perspectivas culturales de España. NTC Publishing, 1990.
    • Navas Ruiz, R. El romanticismo español. 4th edn, Madrid: Cátedra, 1990.

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