Prólogo
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Los arquetipos han sido de gran interés en la filosofía, la antropología, la sociología, la sicología y los estudios literarios. En un sentido básico, un arquetipo es un modelo o idea original que se manifiesta con variaciones en muchos contextos. El arquetipo puede corresponder a un concepto, una imagen, un objeto, un rito, un acto, una situación, un mito, un personaje u otro patrón mental. Cuando se estudia la mitología, por ejemplo, se puede observar el tema común del viaje al inframundo (catábasis) por un héroe, como el de Gilgamés al fin del mundo en la mitología sumeria (narrado en el Poema de Gilgamés, 2500–2000 a.E.C.), el de Orfeo a Hades en la mitología griega (siglo III a.E.C.), el de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué a Xibalbá en la mitología maya (narrado en el Popol Vuh, escrito c. 1554–1558) o el de Jesús de Nazaret en la mitología cristiana. Tanto el héroe y el viaje al inframundo son arquetipos desde las perspectivas antropológica, psicológica y literaria. Para el psicólogo seminal Carl Jung, el arquetipo es un proceso mental colectivo—del grupo humano—que opera a nivel subconsciente. De este proceso emergen imágenes arquetípicas y la huella de este proceso la encontramos en los motifs universales que podemos identificar en el discurso. Para el filósofo Joseph Campbell, el más universal de todos los arquetipos es el héroe o aventurero ; es la figura central de la mitología y la religión, de las costumbres y los ritos, de las ciencias modernas, y está presente en el subconsciente de cada individuo, lo cual se puede verificar en el análisis de los sueños. Los arquetipos son parte de los esquemas mentales y sociales con los que experimentamos individual y colectivamente los fenómenos del mundo. Los arquetipos literarios son personajes y situaciones recurrentes en una o más épocas y en una o más tradiciones literarias. Los arquetipos literarios revelan mucho sobre el pensamiento humano en general y también sobre el pensamiento de determinados grupos en situaciones particulares.
Las leyendas son narrativas tradicionales generalmente de origen oral que comunican valores sociales relativos a un lugar y época específicos a través de una historia. Las leyendas suelen ser “locales”, íntimamente ligadas a un lugar o una geografía específica, pero cabalgan entre dos épocas: la época de los acontecimientos principales (la diégesis) y la época en que se cuentan (la emisión). Los valores comunicados pueden reflejar la sociedad referida en la leyenda, la sociedad que transmite la leyenda, o una combinación de las dos sociedades, a veces revelando tensiones entre ellas. Una leyenda importante es la de la fundación de Roma, en que los gemelos Rómulo y Remo, hijos del rey Marte, son abandonados en un río y criados primero por animales y después por pastores. Ya crecidos, descubren su identidad y se proponen fundar una gran ciudad. Esta leyenda es también una manifestación de tres arquetipos literarios: el del abandono en el mar o un río, el del niño salvaje y el de la identidad encubierta. Los tres arquetipos son recurrentes en muchas leyendas, en obras de ficción y también parecen observarse en la vida real. Otro ejemplo del abandono en un río del recién nacido sería la historia bíblica de Moisés, otro del niño salvaje sería Mowgli en The Jungle Book de Rudyard Kipling, y otro de la identidad encubierta sería Superman.
Las leyendas suelen organizarse alrededor de arquetipos—situaciones y personajes universales que son fácilmente comprendidos por el oyente—pero su relación con un lugar y época específicos les da un toque de verosimilitud y ayuda al receptor a suspender la incredulidad.
Leyendas y arquetipos del Romanticismo español
Los personajes arquetípicos más frecuentes del Romanticismo español son el rebelde, el donjuán, la virgen, la novia muerta y la celestina. El rebelde romántico es un ser siempre joven y artístico, intuitivo y naturalmente inocente, que experimenta la vida de manera más clara y directa que la sociedad, la cual, con sus restricciones e hipocresía, tiende a la degradación del individuo y su subyugación a voluntades ajenas. El donjuán es un conquistador sexual que se vale de artificios sociales, habilidad seductora y violencia para estimular su nunca satisfecho apetito hedonista. Es un joven atractivo y diestro que rechaza las normas sociales en beneficio propio y con terribles consecuecias. Los orígenes de este arquetipo se pueden encontrar en la literatura española medieval y también en la literatura árabe de la España musulmana. El nombre de este arquetipo, Don Juan, quedó sellado con el drama El burlador de Sevilla y convidado de piedra (c. 1630) de Tirso de Molina; desde entonces ha sido ampliamente imitado. La virgen es una idealización de la inocencia y como un ser incorrupto, representa una potencialidad redentora para el hombre que la posea. Su origen en el contexto español se relaciona con el culto mariano, que imagina a la Virgen María como una amable intercesora entre el individuo pecador y un Dios justiciero. Este personaje frecuentemente está destinado a la vida religiosa, hasta que tropieza con el donjuán. La novia muerta es una figura a que está sujeto el amante por un compromiso de amor ideal, un amor no interrumpido por la muerte. El amante romántico no repara en su aspecto corroído, su carne putrefacta, sino que se obsesiona por el recuerdo de su belleza anterior a la muerte. La celestina, como el donjuán, es un arquetipo especialmente español. Su origen literario es la Tragicomedia de Calisto y Melibea (1499) de Fernando de Rojas, conocida como La Celestina porque en esta novela dialogada una mujer vieja llamada Celestina, medio bruja, procuradora y restauradora de vírgenes, maneja los amoríos de los jóvenes Calisto y Melibea. Celestina es un personaje ávaro y codicioso; vende los amores a cambio de dinero y joyas y desea tener fama de hacer lo imposible, lo mismo que Don Juan.
Los autores románticos de leyendas españolas usan con frecuencia los términos leyenda y tradición. Los románticos usan esta distinción para indicar que sus tradiciones son elaboraciones literarias fieles al recuerdo oral popular de los eventos históricos. En estos casos la tradición es un artefacto histórico mientras que la leyenda se inspira en la memoria oral pero incluye elementos y técnicas que el escritor o la escritora ha añadido por su efecto estético y a veces por motivos políticos o morales. Lo que las dos tienen en común es la transmisión del eco de eventos y lugares de interés para la imaginación colectiva.
Movimientos literarios en la España del siglo XIX
Los movimientos artísticos son más evidentes cuando son vistos con respecto a sus más destacados autores y en contraste con otros movimientos. La figura n. 1 representa los principales movimientos literarios en España en el siglo XIX.
El Romanticismo es un movimiento artístico literario, visual y musical en Europa, Norteamérica y Latinoamérica. Las principales características del Romanticismo literario son: el lirismo, la subjetividad, la emoción y el culto al “yo” poético; el individualismo del artista y su creatividad y originalidad artísticas; el rechazo del mundo moderno, su frialdad científica, tecnológica y materialista; una fascinación por temas, lugares y figuras del pasado nacional; y la exageración, idealización o exotismo del pasado, especialmente de la época medieval o premoderna. En el caso español, la época de los Reyes Católicos es también un contexto preferido por su importancia en la configuración de la identidad nacional española. El Romanticismo ocurre más temprano en Alemania e Inglaterra que en Francia, España y Latinoamérica. El músico romántico más conocido es Beethoven; algunos de los escritores románticos principales son Johann Wolfgang von Goethe, Lord Byron, Jane Austen, Edgar Allen Poe y Mary Shelley; y uno de los pintores románticos más emblemáticos es el español Francisco de Goya y Lucientes.
Una corriente del movimiento romántico, de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, es la novela gótica. La novela gótica trata el pasado medieval como exótico y utiliza ambientes remotos, oscuros y amenazantes, como la noche, las ruinas y las tormentas, para sugerir un mundo de seres y fuerzas no sujetos al pensamiento racional. Los espacios comunes de las novelas góticas son el castillo, el palacio, el monasterio y la casa señorial en ruinas. De día el protagonista aprende algo de la historia o la leyenda de ese lugar maldito; de noche ocurren fenómenos sobrenaturales relativos a alguna fuerza del mal que habita en ese lugar. En el proceso de enfrentarse con la figura opresiva que personifica ese mal, el protagonista sufre fuertes ataques de emoción por el suspense en el que se encuentra y la descripción está fuertemente influida por sus estados de ánimo (falacia patética). La novela gótica inicia la ficción de terror y sus técnicas y lugares comunes ahora constituyen un modo artístico utilizado por muchos autores y que los lectores actuales reconocen fácilmente. Sus autores más conocidos en Estados Unidos hoy son probablemente Mary Shelley, Poe, y el escritor posromántico o victoriano Bram Stoker.
El Posromanticismo es una continuación del Romanticismo y el interés por las leyendas e historias tradicionales. El escritor español más destacado de este período es Gustavo Adolfo Bécquer, quien escribió leyendas y también poemas muy personales, intimistas, que él llamaba Rimas. En sentido estricto, podemos decir que este período va desde el año 1844, con la publicación de Don Juan Tenorio de José Zorrilla, hasta 1870, año de la muerte de Bécquer y de la publicación de la novela La fontana de oro del gran escritor realista Benito Pérez Galdós; pero los temas del Romanticismo, su misterio, la fascinación por lo sobrenatural y la experiencia subjetiva serán populares a lo largo del siglo XIX. Las obras del mismo Zorrilla volverán a ser muy bien acogidas por el público al final del siglo y al comienzo del siguiente, como también habrá mucho interés por lo fantasmagórico, como se refleja en el espiritismo, los médium y su comunicación con los muertos.
El costumbrismo es un modo o técnica artística en la literatura y la pintura que se desarrolla en Europa a partir del siglo XVII. Se enfoca en las costumbres de la sociedad y retrata escenas y personas típicas de un determinado lugar, con énfasis particular en el pueblo o la gente común. En el siglo XIX el interés por las costumbres locales, regionales y nacionales es amplificado por el Romanticismo, y el Costumbrismo llega a ser un movimiento pictórico y literario en España y Latinoamérica. Sus escritores principales en España son Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber), Mariano José de Larra y Ramón de Mesonero Romanos; en Latinoamérica son Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento.
El Modernismo es un movimiento literario particularmente hispano de fines del siglo XIX que busca una renovación estética basada en la belleza. Se caracteriza por una riqueza de imágenes visuales y una alta musicalidad. Está fuertemente influido por el Parnasianismo y el Simbolismo franceses, dos movimientos del período posromántico, y como el Posromanticismo en general, el Modernismo es un rechazo de la frialdad científica del Realismo y sobre todo del Naturalismo. El Parnasianismo es un rechazo tanto de la subjetividad romántica como de la utilidad realista. Se dedica únicamente al cultivo de la belleza y se inspira en las estéticas clásicas occidentales y orientales. El Simbolismo es principalmente poético y se centra en los sueños y otros estados mentales alterados como fuentes de significado individual y humano. Es extremadamente importante la experiencia sensorial, por ejemplo de colores y sonidos, y por lo tanto la sinestesia (confusión de los sentidos) es un tropo preferido del Simbolismo. La experimentación con estupefacientes es común entre muchos de los simbolistas más destacados, y el interés general por otros estados de conciencia es paralelo al desarrollo de la Psicología. El Modernismo incorpora el uso simbólico de los colores, los motivos de belleza típicos del Parnasianismo y logra una destacada musicalidad en su búsqueda de una estética pura. El Modernismo, como el Parnasianismo y el Simbolismo, rechaza por completo el proyecto social y científico del Realismo y del Naturalismo; no propone ningún tipo de utilidad, sino una dedicación completa al arte por el arte (conocida por la locución latina ars gratia artis), sin fin moralizante (conocido como “arte con fin docente” o dulce et utile) ni propósito social o político (arte comprometido o, en francés, art engagé). La obra Modernista más conocida por los estudiantes estadounidenses es probablemente Versos sencillos de José Martí; algunos de estos versos constituyen el cuerpo de la canción popular Guantanamera, de Joseíto Fernández.
El Realismo es una técnica o modo artístico y es practicado en las artes plásticas y literarias desde el Renacimiento. Se caracteriza por la mimesis de la realidad objetiva, por la verosimilitud. Los primeros cuadros realistas son para el público renacentista lo que son las ilusiones ópticas para nosotros: increíblemente fieles. En el siglo XIX, el Realismo literario constituye un movimiento centrado en el estudio de la sociedad, especialmente la burguesa. Sus principales características son la objetividad y la descripción meticulosa de situaciones y personas que hoy no consideraríamos especialmente llamativas sino típicas. El propósito de esta descripción es revelar los factores que influyen en las decisiones de los individuos bajo determinadas presiones sociales. Las novelas realistas más conocidas en Estados Unidos son probablemente Madame Bovary, de Gustave Flaubert, Great Expectations, de Charles Dickens, y Jane Eyre, de Charlotte Brontë. Los escritores realistas españoles principales son Benito Pérez Galdós, Leopoldo Alas “Clarín” y Emilia Pardo Bazán.
El Naturalismo se caracteriza por el determinismo genético y ambiental en el devenir humano, la negación de la autonomía personal, el retrato de las condiciones materiales de la existencia y en especial de los defectos sociales que reducen la vida de los individuos a la degradación y el sufrimiento. El Naturalismo es encabezado por la obra del francés Emile Zola (1840–1902) y supone una observación absolutamente objetiva de la condición humana. El Naturalismo aplica a la literatura la filosofía del Positivismo, asociado principalmente con el escritor francés Auguste Comte (1798–1857), para revelar los mecanismos del comportamiento individual y social. El Positivismo es fundamentalmente empírico y descarta lo que no se puede observar y confirmar directamente. La meta del proyecto naturalista es mejorar la vida mediante la exposición de los desajustes ocasionados por las transformaciones económicas y sociales. Suele enfocarse en las clases más bajas, el campesinado y el proletariado agrícola e industrial, y también en los vicios que aquejan a estas clases, como el alcoholismo, la prostitución y la violencia. Su recepción en España es parcial y problemática porque es determinista, materialista, y supone que los avances científicos tienden a la mejora de la sociedad. Estos principios son problemáticos en España por varias razones. Primeramente, el determinismo no admite el libre albedrío ni la providencia divina, dos elementos de la fe católica. El materialismo se opone a la fe religiosa y confiar en la ciencia es negar el valor de la doctrina católica. Además, las descripciones naturalistas son muy detalladas— como son también las realistas—y la extrema objetividad del Naturalismo implica que no hay tema que se debiera omitir por indecoroso que sea; como resultado, el Naturalismo es acusado de pornográfico, escatológico y contrario a la edificación del lector. Muchos escritores españoles realistas participaron, de manera parcial, en el Naturalismo, incorporando sobre todo el determinismo genético y ambiental pero evitando una postura crítica de los preceptos religiosos y obviando lo más feo de las descripciones escatológicas. Los escritores naturalistas españoles más conocidos son Pardo Bazán y Vicente Blasco Ibáñez. Al final del siglo XIX y entrando en el XX muchos escritores españoles, como Galdós, Pardo Bazán o Miguel de Unamuno, consideran que la influencia del catolicismo en la cultura española es tanta que la objetividad absoluta no es un vehículo apto para mejorar la experiencia vital de los españoles.
Los movimientos literarios frecuentemente están ligados a géneros o productos particulares y podemos en la Figura n. 1 distinguir entre aquellos movimientos más asociados con la prosa (cuento, novela, ensayo, etc.) y los más asociados con la lírica (poesía y teatro en verso). Esto es porque ciertos géneros son más eficaces en la transmisión de distintos valores. El Naturalismo está estrechamente vinculado a la novela y su capacidad para la descripción explícita; no se presta al lirismo. Aunque hay drama y cuento naturalistas, la mayoría de las obras maestras naturalistas son novelas. El Realismo es un movimiento principalmente novelesco. Como el propósito de los escritores realistas y naturalistas es estudiar la sociedad, los grandes maestros del género producen compendios de novelas que comprenden muchos sectores sociales e incluyen un gran número de personajes, como la serie La comédie humaine de Honoré de Balzac, de 87 novelas; las series de Novelas españolas contemporáneas y Episodios nacionales, de Galdós, de 23 y 46 novelas respectivamente; Les Rougon-Macquart de Zola, de veinte novelas; y las 41 novelas de Pardo Bazán. El Costumbrismo es importante tanto en la narrativa como en el teatro, pero el Costumbrismo literario está sobre todo asociado con un género de prosa corta muy específico, el “cuadro de costumbres” (sketch of manners en inglés), y constituye un movimiento literario en el siglo XIX cuyas obras más prominentes aparecen en las décadas de 1820 y 1830. Como implica la palabra “cuadro”, el Costumbrismo es también un arte visual, siendo las escenas y figuras costumbristas muy comunes en las artes plásticas como la pintura, el dibujo y el diseño de tapices. Estos productos visuales se destinan a la decoración de residencias, desde los palacios nobles hasta las casas modestas de la pequeña burguesía. El Romanticismo literario está asociado con la poesía y con el drama en verso. Está también muy presente en la prosa, particularmente en las leyendas, un género que tiende al misterio y borra los límites entre la razón y la imaginación. La subjetividad o lirismo de la prosa romántica suele evidenciarse no sólo en el contenido (la diégesis) sino también en el lenguaje (el discurso), con rima y otros efectos prosódicos, tropos y figuras retóricas. En el Posromanticismo, la popularidad de las historias misteriosas—como también la concentración en el lirismo y la intimidad personal de la poesía de Bécquer—es una reacción al Realismo narrativo y teatral. El Modernismo literario—que no se debe confundir con el concepto general de Modernidad—es un movimiento especialmente poético iniciado en Latinoamérica, aunque hay influencias Modernistas en la prosa del fin del siglo XIX y del temprano siglo XX.
En general, la literatura decimonónica se caracteriza por una tensión entre la tendencia romántica y la realista, es decir una tensión entre la subjetividad (sentimiento, emoción, imaginación, intuición, fantasía) y la objetividad (razón, lógica, observación, prueba, verosimilitud). La tendencia romántica es hacia temas y personajes del pasado que se prestan a la idealización, a una caracterización que los acerca a los arquetipos y les presta un interés que trasciende las épocas. La lírica romántica típicamente presenta la voz de una figura arquetípica en primera persona, como en Canción del pirata y El verdugo de Espronceda. La poesía y el drama en verso son los géneros literarios más adecuados para efectuar la idealización del héroe (o antihéroe) romántico y aun la narrativa romántica, como la de Ricardo Palma o de Gustavo Adolfo Bécquer, incluye frecuentes elementos poéticos, como el asíndeton, la aliteración, metáfora, sinestesia o el símbolo. Consideremos, por ejemplo, el ritmo y el uso del símil en esta descripción de Margarita en La camisa de Margarita del peruano Ricardo Palma: “Lucía un par de ojos negros que eran como dos torpedos cargados con dinamita y que hacían explosión sobre las entretelas del alma de los galanes limeños”. En las leyendas románticas, el narrador suele presentarse como un visitante a quien se le cuenta una leyenda en relación con algún artefacto, como, por ejemplo, un viajero que descubre un castillo en ruinas y a quien la gente local le explica la leyenda de esas ruinas. El encuentro del viajero es verosímil pero el contenido de la leyenda es generalmente fantástico y muchos de sus motivos son góticos; como resultado, la verosimilitud de este tipo de literatura es ambigua.
La tendencia realista es hacia la realidad inmediata, fácilmente comprobada con la observación, de situaciones y personas típicas de sectores sociales de relieve. La novela en especial resulta adecuada para la descripción realista y frecuentemente se utiliza en ella un narrador de tercera persona omnisciente para hacer del lector un testigo inmediato de una situación verosímil. Los cuadros y artículos de costumbres exhiben rasgos tanto de la tendencia romántica como de la realista. El modo o técnica costumbrista es un tratamiento generalmente realista de las costumbres típicas de un pueblo y aporta al Realismo una plétora de figuras y escenas enfocadas en la actualidad. Sin embargo, el movimiento costumbrista del siglo XIX exhibe una fuerte nostalgia y una caracterización pintoresca—cuando no caricaturesca—y, por lo tanto, este movimiento es denominado “Costumbrismo romántico” por muchos críticos. Aun cuando se trata del costumbrismo crítico, el de los Artículos de costumbres de Larra por ejemplo, la crítica exhibe un fuerte personalismo o subjetividad que implica al autor en la caracterización de la situación y sus personajes, es decir que hay en esta crítica falacia patética. Al considerar la tensión entre la tendencia romántica y la realista, se notará que frecuentemente los escritores de más exito son los que combinan elementos de las dos y de manera innovadora, como en el caso del realismo sicológico de Galdós o Brontë o el realismo sensacional de Dickens.
Arte y sociedad del siglo XIX en España
El siglo XIX en España es muy dinámico. Se producen significativos cambios sociales que corresponden a fenómenos internos tales como la industrialización, la urbanización, el crecimiento de la clase burguesa y el surgimiento de una nueva clase social: el proletariado. Estos cambios no son uniformes en España, sino que algunos son más pronunciados en unas regiones que en otras. Por ejemplo, la zona del río Ebro, en el norte y este del país, es la primera en industrializarse y mientras que el sueldo promedio en esta zona sube a lo largo del siglo XIX en relación con otras partes de España, baja en el sur y el oeste. Fenómenos externos también afectan a la sociedad española del siglo XIX, como las influencias artísticas y filosóficas, guerras coloniales en África y Latinoamérica, la Revolución Francesa y la invasión de España por Napoleón. Estos fenómenos internos y externos no son experimentados de manera uniforme por todos los sectores sociales, lo que da motivo a conflictos—a veces armados—entre diferentes grupos e instituciones en España. Por ejemplo, los burgueses y los proletarios exigen nuevas distribuciones del poder mientras que la aristocracia y la Iglesia Católica se oponen a estas demandas igualitarias.
Al final del siglo XVIII ya se percibe una división general en España que se manifestará a lo largo del siglo XIX y culminará en la Guerra Civil de 1936–1939. A esta división se la conoce como “las dos Españas”, expresión que representa el conflicto entre sensibilidades, costumbres, grupos e instituciones tradicionalistas por una parte y las influencias culturales y transformaciones sociales progresivas por otra. Tras la Revolución Francesa (1789), hay altas tensiones en España entre los grupos liberales y el antiguo régimen, la clase e instituciones dominantes desde la Edad Media (la nobleza, la monarquía y la Iglesia Católica). Estas tensiones retardan la recepción de nuevas ideas modernas y, a comienzos del siglo XIX, España se encuentra al margen de los avances de la Ilustración que ya están transformando a las sociedades europeas, especialmente la francesa y la inglesa. Esto no quiere decir que no haya personas ilustradas en España—la más famosa había sido el rey Carlos III (reinado: 1759–88) y en los siglos XVIII y XIX hay una minoría élite de españoles ilustrados, muchos de ellos educados en París. No obstante, muchas de las ideas de la Ilustración—tales como el poder del individuo de ser agente de su propia vida, la igualdad de todos los hombres, el valor de la razón sobre la superstición o la superioridad de la ciencia ante la religión para mejorar la vida material—son rechazadas en España, especialmente por la Iglesia Católica, los nobles rurales y los campesinos. Como Inglaterra es un país protestante y Francia es, desde la Revolución Francesa, un país oficialmente secular, la prominencia filosófica y cultural de estos dos países en la Ilustración inspira entre muchos españoles una fuerte resistencia que combina la fe católica con el nacionalismo. Francia había dominado la cultura europea a lo largo del siglo XVIII, el “Siglo de la Luces”, como foco de la Ilustración, y en el siglo XIX el Imperio Británico, con su superioridad naval, será el más fuerte del mundo. El imperio español, que había sido la envidia del mundo en los siglos XVI y XVII, es ahora débil y en el siglo XIX dejará de ser un imperio, perdiendo todas sus colonias en Latinoamérica y Oceanía. La invasión de España por parte de Napoleón (1808) y el reinado de su hermano José I (1808–1813) logran imponer temporalmente algunas políticas inspiradas por la Ilustración, como la abolición de la Inquisición española en 1808, pero la ocupación galvaniza la conciencia nacional española en contra de lo foráneo y especialmente en contra de lo francés. Ante las influencias y las amenazas extranjeras, hay en muchos sectores de España un fuerte deseo de refugiarse en la identidad nacional o local, en las tradiciones que definen las comunidades, en la geografía, la historia particular, las costumbres, y en el habla y el sentir propios de las gentes españolas.
Los eventos acaecidos en España en el siglo XIX contribuyen a su historia particular, pero no son únicos a España. La migración interna a los centros urbanos, la nueva conciencia de los obreros industriales, las reivindicaciones de la burguesía en busca de una estructura política más representativa, los avances tecnológicos y una filosofía generalmente más materialista de las cuestiones vitales son fenómenos experimentados en toda Europa—como también lo son las guerras internas y externas. Asimismo el interés y la nostalgia por lo propio, por la identidad local y nacional a diferencia de las demás naciones, es también un fenómeno pan-europeo y se expresa culturalmente en los movimientos artísticos del Romanticismo, Realismo y, en el caso español, también en el Costumbrismo. Estos movimientos contribuyen a la conciencia de identidad de la clase social más importante del siglo XIX, la burguesía.
Los burgueses llegan a ser la clase social más importante en el siglo XIX en relación a su número y su productividad económica. La nobleza entra en decadencia ante las transformaciones tecnológicas y económicas, y ocurren múltiples revoluciones y levantamientos burgueses en los años 1820 (España, Grecia, Italia), en los 1830 (Alemania, Bélgica, España, Francia, Italia, Polonia), en los 1840 (Alemania, Austria, España, Francia, Hungría, Italia, Rusia, Suiza), y en los 1850 y 1860 (España). En estas convulsiones sociales, los burgueses cesan su actividad económica normal y manifiestan su ruptura con el contrato social hasta entonces operante; es decir que salen a la calle en protesta o participan en intrigas o en luchas armadas en contra de las monarquías europeas. Con estas revoluciones, la clase burguesa impone sucesivamente estructuras políticas más representativas de sus intereses, bien estableciendo repúblicas democráticas o insistiendo en una representación democrática en forma de monarquías parlamentarias. Los valores principales con que se oponen los burgueses al privilegio aristocrático son los del derecho natural y el mérito individual. Los aristócratas defienden su superioridad social y su derecho de dirigir la sociedad basándose en quienes son, literalmente por ser descendientes de personas importantes del pasado y haber heredado de ellos una superioridad genética y vital. Los burgueses mantienen que todos son naturalmente iguales y que el mérito confiere el derecho a la dirección social, es decir que los hombres más inteligentes y más aplicados merecen gobernar, sin importar el parentesco o el origen familiar. Aunque este concepto de ascenso social no se aplicaba igualmente a todos los grupos sociales (a las mujeres y las personas de color por ejemplo), se incluye en muchas de las constituciones decimonónicas bajo el concepto de libertad individual y señala el final del antiguo régimen.
La filosofía que guía las revoluciones burguesas es la ilustrada, pero la autoconciencia social cultivada a lo largo del siglo XIX es influida por movimientos artísticos que proyectan imágenes de una identidad nacional común. Entre los movimientos literarios del siglo XIX, el Romanticismo, el Realismo y el Costumbrismo español son de principal importancia en la proyección de la identidad. Estos movimientos exploran la identidad social y nacional desde aproximaciones distintas. La aristocracia, por su parte, tiene una identidad social muy elaborada que en el antiguo régimen informa y proyecta su sentido de ser a través de palacios, decoración, escudos de armas, retratos, moda, joyería, poesía, novela, teatro, ritos y ceremonias. Esta identidad está íntimamente ligada al estatus social histórico por medio de los títulos nobiliarios y los apellidos. A la burguesía del siglo XIX le falta una identidad que corresponda a su nuevo protagonismo social, económico y político. Ocurre a la vez una gran expansión de los medios de comunicación, especialmente de la prensa, facilitada por avances tecnológicos como el telégrafo y la prensa rotativa de vapor. Esta producción mediática se corresponde con el consumo de información por parte de la nueva clase urbana cada vez más cosmopolita. La publicación de poesía y narrativa tiene una estrecha relación con las publicaciones periódicas de la época. Muchos autores trabajan en la edición de periódicos y revistas, y es frecuente publicar hasta novelas en los periódicos. Estas novelas se llaman “novelas por entregas” y se publican por capítulos, mensual o semanalmente en revistas y periódicos. La novela por entregas es un fenómeno europeo y grandes escritores españoles, tales como Juan Valera, Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós, publican obras importantes de esta forma. Las entregas pueden publicarse directamente en las planas del periódico o en folletines insertados en las planas. Los folletines también pueden ser de obras teatrales y constituyen un paso intermedio muy económico entre la cultura oral y la compra de novelas encuadernadas o la asistencia al teatro. En este sentido el folletín y el periódico, como objetos culturales materiales, facilitan y representan el ascenso de la clase burguesa.
La imaginación cultural de la primera mitad del siglo XIX está fuertemente marcada por el Romanticismo, cuya estética se contrapone a la de la Ilustración. En la cultura de la Ilustración domina el Neoclasicismo, un movimiento artístico que enfatiza la razón, la mesura, el equilibrio entre el bien social y la realización individual, y las reglas o preceptos formales del arte. El movimiento es denominado neoclásico por inspirarse en el arte clásico de Grecia y Roma (ss. V–IV a.E.C. y ss. VI a.E.C.–V E.C.), y su meta no es tanto la creatividad artística como la imitación de una perfección estética ya lograda en el arte clásico. Las artes neoclásicas principales son la arquitectura y la escultura, porque de estas artes existían modelos que imitar, es decir reliquias y ruinas arqueológicas que los artistas neoclásicos podían estudiar. En los Estados Unidos, muchos de los edificios de la capital, Washington, D.C., ejemplifican este movimiento en su imitación de templos griegos y romanos. Los temas del arte neoclásico son frecuentemente sacados de la historia y la mitología griega y romana. Su estética se enfoca en la belleza, la sencillez, y la harmonía—es decir formas claras y líneas puras, sin excesiva ornamentación. Los pintores de la Ilustración no tenían modelos clásicos que imitar, y su tratamiento de los temas clásicos incluye elementos de otros movimientos artísticos. Hay también moda neoclásica y música neoclásica. En la literatura, el Neoclasicismo se expresa claramente en el ensayo y la fábula. El ensayo es un vehículo excelente para las ideas de la Ilustración, porque en este género dominan la lógica, la claridad y el equilibrio. El ensayo frecuentemente toma forma de una epístola o carta. Las fábulas neoclásicas tienen su origen en la obra de Esopo (s. VI a.E.C.), un fabulista de la Grecia antigua, y en las muchas versiones de un texto índico del siglo III a.E.C. que circulaban en Europa bajo los títulos Panchatantra, Las fábulas de Bidpai o Kalila wa-Dimna. Tanto el ensayo como la fábula son géneros didácticos: enseñan al lector a ser un buen ciudadano y contribuir a la mejora de su sociedad. También existe la novela neoclásica, aunque como género la novela suele ser ambigua y digresiva, características que corresponden en mayor medida a los gustos anteriores a la Ilustración. En el teatro neoclásico, se intenta volver a las unidades aristotélicas, los preceptos de Aristóteles según los cuales la obra de teatro debía tener un solo tema y su acción debía ocurrir en un solo espacio y en un solo día. En el teatro y la narrativa neoclásicos son frecuentes los discursos o breves ensayos pronunciados por un personaje de autoridad social para exponer de manera lógica los beneficios y desventajas de una situación o propuesta de acción. Estos discursos emplean los tres principios aristotélicos de la persuasión: ethos (el que habla es una autoridad en el tema), logos (lo que dice es verosímil), y pathos (su argumento corresponde a los valores del público receptor). Estos discursos también revelan el espíritu reformador y no revolucionario de la Ilustración.
La Ilustración incluye una gran cantidad de obras científicas y filosóficas, además de la literatura neoclásica. Las enciclopedias modernas, compendios de tomos o libros que reúnen todo el conocimiento científico del mundo, son un proyecto de la Ilustración para facilitar la transformación científica ya en proceso. Junto con el progreso científico, la Ilustración propone muchos cambios sociales libertadores desde una postura filosófica. Por ejemplo, propuestas claves de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y su Constitución tales como la igualdad de los hombres, la libertad de confesión, la separación entre las instituciones eclesiásticas y las estatales y el derecho a la representación política son valores característicos de la Ilustración. Con el tiempo estos documentos han hecho posible una progresiva liberación del individuo en correspondencia al apoyo político y social de los grupos a que pertenece, pero hay que tener en cuenta que en el momento en que se escribieron estos documentos la realización de sus propuestas estaba limitada por la manera en que se entendían. En el caso de los Estados Unidos, ni los esclavos ni los pobres ni las mujeres se consideraban dignos de la categoría de “hombres” supuestamente iguales. La libertad que proponían los autores de estos documentos corresponde al concepto de una república, a la idea de un Estado sin monarca, pero una república dirigida de manera paternalista por una clase de hombres intelectualmente superiores. Según esta filosofía, el pleno desarrollo del individuo sólo será posible cuando este acepte el papel social que corresponde a sus capacidades. Los orígenes de esta filosofía se remontan a la República (s. IV a.E.C.) de Platón. A diferencia de la estética ordenada, racional y científica de la Ilustración, el Romanticismo presenta una libertad individual ilimitada, idealizada y revolucionaria que enfatiza las emociones, la imaginación y el azar. Una expresión muy frecuente de esta libertad es el concepto del amor romántico, un amor emocional e individual provocado por un encuentro fortuito, que vale más que la vida misma y que no termina con la muerte. El amor ilustrado respeta el orden social, político y económico y los enlaces entre amantes deben consagrarse en matrimonios que tienden a armonizar a los individuos, a los grupos y a las naciones. Por ejemplo, los pobres solo deben casarse con pobres, los nobles con nobles, y los cristianos con cristianos. Estos amores y matrimonios son generalmente concertados por las figuras de autoridad en las familias y la sociedad. Un buen ejemplo del amor ilustrado sería el de Francisca y Don Carlos en El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín (1760–1820), en que Don Diego, el tío noble y adinerado de Don Carlos, discurre sobre la vida de los jóvenes, la importancia de la correspondencia entre los novios y el consentimiento de la novia en el matrimonio. El amor romántico expone conflictos, y los amantes creen que el valor de su deseo trasciende todo obstáculo social o material. El amor romántico es frecuentemente irrealizable, pero antes que aceptar relaciones con otras personas, los amantes prefieren su propia destrucción o se refugian en una vida de sacrificio personal. Tales son los casos de doña Elvira en El estudiante de Salamanca, de José de Espronceda, quien muere de su amor no correspondido; de doña Inés en Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, quien escoge el infierno antes que abandonar a don Juan; y de doña Leonor en Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas, quien se interna en un convento cuando su familia no consiente sus relaciones con don Álvaro. El máximo ejemplo del amor frustrado en la cultura occidental es la historia de Romeo y Julieta, de Shakespeare. Esta obra, de 1597, es muy anterior al Romanticismo y el tema en sí (el amor imposible) es un arquetipo ya en la antigüedad clásica. El Romanticismo, por su parte, frecuentemente recurre a temas anteriores a la Ilustración en su idealización de las emociones y rechazo de la razón ilustrada. Como se puede ver en el amor fracasado, la libertad individual característica del Romanticismo no es necesariamente positiva; su caracterización depende de la voluntad del autor.
El Romanticismo está en boga entre los años 1800 y 1850 y coincide con muchos sucesos de importancia nacional, como, en el caso de España, la invasión por Napoleón en 1808, la Guerra de la Independencia en su contra (1808–1813), la preparación de la constitución democrática de 1812, la sublevación democrática del General Riego (1820–1823), la Primera y la Segunda Guerras Carlistas por la sucesión al trono español (1833–1840 y 1846–1849) y la independencia de las colonias que hoy forman California, Nevada, Utah, Colorado, Arizona, Nuevo México, Texas, México, Belice, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Chile, Argentina, Uruguay y la República Dominicana. El Romanticismo incluye autores de tendencias sociales y políticas a veces opuestas, y su obra refleja diferentes maneras de entender estos eventos y los cambios sociales que ocurren en el siglo XIX. En general, el Romanticismo español es más conservador que el alemán o el inglés. La estética romántica es utilizada por escritores conservadores que encuentran en las tradiciones, leyendas e historia local, regional o nacional lo que consideran la identidad nacional auténtica. En su deseo de conservar las antiguas estructuras sociales, caracterizan el individualismo como un libertinaje, con personajes libertinos o caprichosos cuyo egoísmo causa sufrimiento para otras personas y resulta en su propia exclusión social. Los escritores liberales también buscan en la geografía, la arqueología, las costumbres, tradiciones e historia local o nacional las señas de identidad nacional, pero presentan la autodeterminación individual como necesidad esencial del ser humano y la independencia de la nación como extensión de la libertad de sus ciudadanos. Debido a su interés por lo local o nacional en el siglo XIX, la estética romántica también forma parte de la expresión independista de las naciones latinoamericanas. El Romanticismo está materialmente ligado a la identidad nacional porque este movimiento produce artefactos culturales (pintura, drama, escultura, monumentos, poesía, narrativa, música) que proyectan una conciencia colectiva de los lugares, eventos, las personalidades y los temas particularmente españoles en el momento histórico en que los burgueses y demás aspirantes a la clase media buscan integrarse a un nuevo orden social.
El Realismo literario contribuye a la formación de una identidad burguesa al plasmar en los medios de comunicación una imagen de la realidad del momento. La clase burguesa es mayormente urbana, y el cuento y la novela realista contribuyen a la formación de la identidad de esta clase presentando tipos, contextos y acontecimientos urbanos; como en un espejo, los lectores burgueses se ven a sí mismos retratados y se identifican con los personajes. El Realismo presenta la vida de personas y de capas sociales que normalmente no reciben en la literatura un tratamiento profundo de su situación. Es decir que el Realismo no promueve una fascinación por héroes y arquetipos idealizados, sino que explora la vida de personas que individualmente no son importantes en la sociedad pero que, por su gran número, forman grupos sociales de peso. Cuando la novela realista trata figuras históricas o personajes célebres, lo hace con el fin de desmitificarlos y ambientarlos en situaciones concretas que den sentido a su participación en acontecimientos de gran importancia.
Aunque el Realismo es un movimiento literario, no se debe imaginar como fenómeno aislado de las otras artes y ciencias. El escritor realista trabaja como etnógrafo, observando individuos, grupos y sectores sociales con el propósito de entender los mecanismos de su pensamiento y acción. Benito Pérez Galdós es el máximo ejemplo español de este tipo de escritor, y no sólo observa a miembros de su propia clase social, sino que también hace una investigación bibliográfica en archivos históricos, hace entrevistas y visita casas de pobres en Madrid para ver personalmente su vida, sus condiciones de existencia y sus preocupaciones. Es un trabajo arriesgado por el peligro de enfermarse; en la época de Galdós, Madrid tiene uno de los niveles de mortandad infantil más altos de las capitales europeas. El empeño general de los escritores realistas no está motivado simplemente por el lucro o el renombre literario; intentan contribuir al conocimiento de las leyes que gobiernan las acciones de los individuos y de los grupos dentro de determinadas circunstancias para ayudar a mejorar la sociedad. Los autores buscan estas leyes para la elaboración verosímil de los personajes y su contexto; luego comunican esta información al público lector a través de narrativas que captan la imaginación. Son obras de ficción, pero presentan de manera verosímil fenómenos importantes de entender; por lo tanto, son modelos virtuales de sectores sociales y de tipos de individuos claves en esos sectores. El Realismo contribuye al desarrollo de la novela sicológica, un subgénero de novela muy importante hoy y cuyos orígenes, en Europa, se remontan a la novela sentimental o de emociones del Renacimiento. La actividad de los escritores realistas es paralela al desarrollo de la sicología y la sociología, y es paralela al surgimiento de la fotografía, una nueva tecnología que hace posible el análisis visual detenido de seres, contextos y fenómenos. La fotografía capta detalles que escapan al ojo humano y la literatura realista coincide con la fotografía en que es muy detallada; por lo tanto las novelas realistas suelen tener más descripción y menos acción que otros tipos de novela.
El Romanticismo, el Costumbrismo y el Realismo contribuyen a la identidad nacional cultivada en el siglo XIX. Proyectan imágenes del pasado y del presente para conferir una idea de origen y de experiencia común. Las imágenes del pasado suelen idealizarse, como una memoria colectiva selectiva, mientras que las imágenes del presente suelen corresponder a una experiencia colectiva dotada de posibilidades y obstaculizada por problemas que resolver. El Romanticismo, el Costumbrismo y el Realismo tienen en común una preocupación por lo autóctono, lo que es original de España y sus regiones y no de otra parte. La figura n. 2 representa la relación entre estos movimientos en torno a lo autóctono.
El Romanticismo idealiza la historia lejana y formas de vida ya perdidas de la época medieval o del “Siglo de Oro” (siglos XVI y XVII). Esta visión embellecida del pasado facilita una identificación a nivel nacional que trasciende las clases. El Costumbrismo, por una parte, celebra formas de vida tradicionales con las que la burguesía se identifica, pero que corresponden cada vez menos a su experiencia actual en las urbes. Muchas de las escenas costumbristas son de campesinos y de la clase baja, por ejemplo de la siembra, la cosecha, la pesca, fiestas, bodas, etc.. Aunque el Costumbrismo puede incluir retratos individuales, el enfoque general son las actividades en grupo, y se contrapone a la pérdida de actividades comunales que resulta de la emigración desde el pueblo a las grandes ciudades. La nostalgia hacia esos contextos se evidencia en la caracterización pintoresca de las escenas y los personajes y refleja el ascenso social y económico del público consumidor de tales escenas, la burguesía. Por otra parte, los escritores costumbristas más críticos, Mariano José de Larra, por ejemplo, usan el cuadro de costumbres para revelar defectos, como la hipocresía y la inseguridad, en el carácter burgués, con frecuentes toques caricaturescos. La novela realista, en su vertiente histórica, ilumina momentos claves de la historia reciente, ayudando al lector a formar una idea de los acontecimientos y los personajes responsables de la presente situación social y nacional. En su vertiente contemporánea, la novela realista refleja la situación actual de numerosos sectores de la burguesía, describiendo sus preocupaciones, sus anhelos, los límites de su pensamiento y las exigencias materiales y sociales a que se enfrentan. En estas narrativas aparecen muchos personajes típicos que toda lectora burguesa puede reconocer, como el padre de familia desempleado que tiene que pedir dinero a sus amigos por cumplir con las expectativas económicas y sociales de su familia, la mujer aburrida y desatendida por su esposo (pero acosada por amantes), la mujer yerma en rivalidad con la amante de su esposo, la buena criada o la viuda joven, etc.. Las presiones sociales, la necesidad de aparentar el bienestar económico y la frustración son muy frecuentes en la novela realista. También muy frecuentes son los personajes femeninos, hecho que corresponde en gran medida a la importancia de las mujeres burguesas como consumidoras de novelas en el siglo XIX y a los cambios en su vida ocasionados por la urbanización.
Figure \(\PageIndex{2}\): El Roman cismo, el Costumbrismo y el Realismo en relación con lo autóctono [autoctono.png].
Nota sobre Goya
La obra del artista Francsico de Goya y Lucientes (1746–1828) es de sumo interés para el Romanticismo español. Goya estudió el Barroco del siglo XVIII y luego el Neoclasicismo. Era un retratista y pintó la familia real de Carlos IV y otras figuras prominentes en la sociedad española. También pintó escenas pintorescas costumbristas para la elaboración de tapices, piezas que servían de decoración y aislamiento térmico en las casas y los palacios nobles. En la década de 1790 empezó a crear obras que trataban de la brujería y en los años 1797 y 1798 creó Los caprichos, una serie de 80 grabados de aguafuerte, aguatinta y punta seca que criticaba la superstición, el vicio y la hipocresía, lo que se puede entender como una crítica racional, aunque la temática y la carecterización corresponden al Costumbrismo y Romanticismo incipientes. Goya vivió en Madrid los años de la Guerra de Independencia y entre 1810 y 1815 creó una serie de 82 grabados retratando escenas inspiradas en el conflicto, a la cual llamó Los desastres de la guerra. También pintó, en 1814, los dos cuadros más emblemáticos de la independencia y el nacionalismo español, El dos de mayo de 1808 y El tres de mayo de 1808. Estos dos cuadros se apartan de la técnica realista por su emotividad y por la huella visual de su modo de producción, es decir que se pueden observar claramente las rápidas pinceladas y trazos de pintura húmeda sobre pintura húmeda con que Goya ejecutó los dos cuadros debido al corto plazo en que había que realizarlos. Esas huellas también dan constancia de la presencia del autor y de su genio creativo, lo cual es un elemento valorado en las artes románticas. Entre 1815 y 1823 creó una serie de veintidós grabados llamada Los disparates, la cual trata temas costumbristas, a veces de manera muy simbólica. Los grabados de las series Los Caprichos, Los desastres de la guerra y Los disparates los usó Goya para producir estampas, es decir copias impresas en masa para la venta pública.
La reproducción mecánica de grabados de aguatinta fue primeramente inventada en el siglo XVII y mejorada en el siglo XVIII, llegando a ser una técnica valorada en Inglaterra, Francia y España a finales del XVIII. Como artefactos materiales, las estampas daban al público una idea visual de su identidad social y nacional a un precio mucho más asequible para el consumidor que las piezas tradicionales. En su mayoría las estampas de la época de Goya eran simples caricaturas de tipo costumbrista o imitaciones de cuadros pintados por los grandes maestros. La contribución particular de Goya a este medio era la de tratar al aguafuerte como género propio de arte y emplearlo para fecundar su propia creatividad.
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