1.2.2: Hispanoamérica 1930-1969
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superar: to overcome |
Tras la expansión económica de las primeras tres décadas del siglo XX, la burguesía exportadora se debilitó con la depresión que experimentó el capitalismo mundial durante los años 1930. La demanda internacional de productos agrícolas y materias primas se redujo a la mitad. El péndulo entonces regresa a la derecha conservadora. La tradicional élite terrateniente retoma el control gubernamental, reprimiendo el activismo de izquierda, a menudo con apoyo del ejército. Durante la década de los treinta hubo gobiernos militares o intentos de golpe en Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Bolivia, Perú, Venezuela, Cuba, la República Dominicana, Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Honduras.[1] El ejército recupera así su influyente papel en la política latinoamericana. En relación con este militarismo y la crisis económica, reaparecen también algunas guerras nacionalistas que recuerdan las del siglo XIX: Bolivia-Paraguay (1933-38); Colombia-Perú (1932-34); Perú-Ecuador (1941-42). Para responder al desempleo y a la escasez de productos importados, se generaliza la estrategia de incentivar el desarrollo de la manufactura doméstica en una política proteccionista que se llamó “industrialización por sustitución de importaciones” (ISI). Con este fin, los gobiernos subieron los impuestos a las importaciones, fundaron o financiaron nuevas industrias, mantuvieron los salarios bajos, y redujeron los impuestos de los productos domésticos. Se fomentó también una propaganda nacionalista, esfuerzos por recuperar el control doméstico de los recursos naturales, y un sentido de orgullo por lo propio frente a lo extranjero. Los dueños de industrias se hicieron más ricos y podían influenciar la política, pero también los sindicatos se hicieron más grandes y los partidos políticos que ganaran su apoyo tenían ventaja electoral. El control, entonces, debía negociarse fundamentalmente entre tres grupos de poder: Las diferentes formas de gobierno en América Latina durante estas décadas representan diversas estrategias para combinar esos grupos de poder. Una de estas fórmulas fue una alianza proindustrial y promilitar que intentaba incorporar los intereses de empresarios y al mismo tiempo satisfacer algunas demandas obreras bajo el magnetismo de un líder autoritario y carismático. Esta fue la receta del populismo, aplicada por Perón en Argentina, Vargas en Brasil, Rojas Pinilla en Colombia y, hasta cierto punto, Arbenz en Guatemala, Velasco Ibarra en Ecuador y Cárdenas en México. El problema era que trataban de representar a dos grupos emergentes con intereses en conflicto (los obreros y sus patronos), uno de los cuales tarde o temprano se sentía traicionado, y eran insostenibles en tiempos de austeridad económica. Su estabilidad además peligraba si las reformas amenazaban los intereses de los terratenientes o de las empresas norteamericanas. En otros casos, diferentes partidos políticos incluían a los dos grupos emergentes (Chile), se los excluía a fuerza de dictaduras (Venezuela, Nicaragua, Paraguay), o se generaban coaliciones entre sectores de la clase media, los obreros y los campesinos para la resistencia armada (Colombia, El Salvador). En algunos casos dichas coaliciones lograron tomarse el poder y hacer reformas liberales por un tiempo, como en la Revolución de 1936 en Paraguay, la de 1944 en Guatemala, y la de 1952 en Bolivia. Sin embargo, este tipo de revoluciones se haría cada vez más difícil dentro de la agresiva política estadounidense por asegurar la lealtad del continente en “La Guerra Fría”. |
[1] La gran excepción ha sido Costa Rica, cuyo gobierno de partidos estableció un progresivo sistema de seguridad social y de protección al trabajador y, una década después, eliminó al ejército nacional.
Guerra Fría y activismo de izquierda
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El impacto más importante de la Segunda Guerra Mundial para Latinoamérica fue su definitiva inclusión dentro de la esfera de poder de Washington. Para 1945, Europa occidental había tenido que liquidar sus inversiones en América para pagar la guerra, y su influencia se redujo considerablemente. Estados Unidos, en cambio, se consolidó como potencia política, económica y militar mundial, con cuantiosas inversiones en todo el continente. A medida que sus relaciones con los rusos se enfriaban, la administración Truman logró que casi todos los países latinoamericanos rompieran relaciones con la Unión Soviética y que varios gobiernos declararan ilegales los partidos comunistas locales –lo cual coincidía además con los intereses de la élite económica–. En 1948, se creó en Bogotá la Organización de Estados Americanos (OEA), con sede en Washington, para promover políticas comunes en el continente. Durante los años siguientes, el Pentágono fortaleció su influencia sobre los ejércitos latinoamericanos, reforzando y ampliando sus bases militares en la región. Estados Unidos se convirtió en el principal socio comercial del Hemisferio. Y, en el campo cultural, la producción televisiva y cinematográfica norteamericana, con eficientes sistemas de doblaje, inundó los mercados del continente entero. Las intervenciones encubiertas de la CIA se hicieron comunes, generalmente de parte de la élite y en contra de los movimientos populares. Dos de estas intervenciones –que alimentaron los sentimientos antiestadounidenses de la izquierda– produjeron el derrocamiento del presidente reformista Jacobo Árbenz de Guatemala en 1954 y del chileno Salvador Allende en 1973, a pesar de que ambos habían sido elegidos democráticamente en sus respectivos países. Entre tanto, el apoyo popular a los partidos comunistas creció en muchos países latinoamericanos, obteniendo presencia de poder en el gabinete chileno y congresistas en más de nueve gobiernos durante los años cuarenta. La resistencia armada en forma de guerrillas, ya comprensible por los altos índices de pobreza, adquirió a partir de los años cincuenta una dimensión nacionalista radical: la “liberación” del imperialismo estadounidense y de la explotación capitalista. Y a partir de los años sesenta también la Unión Soviética y China hicieron lo suyo por inclinar a América Latina hacia su esfera, ayudando a financiar movimientos de guerrilla revolucionaria en la región. La victoria duradera de la Revolución Cubana en 1959 fue un toque de alerta para Washington y para las élites, así como una motivación para que proliferaran “luchas de liberación nacional” en guerrillas rurales y urbanas por toda América Latina. Para los activistas populares, por primera vez parecía posible que los trabajadores y campesinos se tomaran el control del Estado y obtuvieran derecho a la salud, a la educación y a un nivel de vida digno. Como en el movimiento estudiantil de Francia o las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos, mucha parte de los estudiantes y de la intelligentsia latinoamericana se unió al entusiasmo activista que caracterizó los años sesenta en el mundo. Los intelectuales más famosos de la época representaban en sus obras la historia de marginación y represión del pueblo así como las aspiraciones hacia sociedades más igualitarias y participativas. Uno de los libros que se difundieron ampliamente fue Las venas abiertas de América Latina, del uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), que revisaba la historia de injusticia y explotación humana en el continente. En Chile, una coalición de izquierda (la “Unidad Popular”) ganó las elecciones en 1970, y Salvador Allende, el nuevo presidente, nacionalizó las minas de cobre que estaban en manos de empresas extranjeras, elevó el salario de los trabajadores y congeló los precios de artículos de primera necesidad, entre otras reformas de tipo socialista. El gobierno cubano también emprendió con amplios fondos soviéticos una campaña de diseminación del socialismo en toda América. Pero ambos fallaron en la consolidación a largo plazo de economías prósperas para todos. |
El latinoamericanismo de los años 1960
Como vimos, el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 se convirtió en una motivación para que proliferaran “luchas de liberación” en guerrillas rurales y urbanas por Centro y Suramérica. El término “América Latina”, entendido como unidad entre pueblos con las mismas aspiraciones y una historia de opresión, sirvió entonces para fomentar la lucha por el cambio social y por la soberanía política y cultural, particularmente de línea izquierdista. Tal espíritu utópico se manifestaba también en la convicción de que, desde México hasta el Cono Sur, estos pueblos compartían un pasado colonial, un presente de dependencia y un mismo destino de liberación (la “identidad latinoamericana” o “latinoamericanismo”) y por lo tanto debían unirse en una lucha común frente a dos enemigos: los intereses de Washington al servicio de Wall Street, y la clase dominante local asociada con esos intereses. Así, la década de 1960 marcó para América Latina una época de inmensa creatividad, unificación entusiasta y difusión internacional en las artes y la producción intelectual. Un gran número de jóvenes en todo el continente cantaban al ritmo de movimientos musicales como la Canción de Protesta sudamericana y la Nueva Trova cubana, simpatizaban con grupos de izquierda en sus países, y participaban en movimientos poéticos de vanguardia. Se leían con admiración las novelas que traducían estos ideales en una narrativa novedosa, vibrante y crítica. Todo esto hacía que muchos latinoamericanos se sintieran con una voz innovadora y propia que captaba la atención europea y norteamericana por su diferencia.
El tipo de discurso que prevaleció en estos años se sintetiza en uno de los discursos del Che Guevara a comienzos de la década:
prevalecer: to predominate |
«No hay enemigo pequeño ni fuerza desdeñable, porque ya no hay pueblos aislados. Como establece la segunda declaración de La Habana, ningún pueblo de América Latina es débil, porque forma parte de una familia de doscientos millones de hermanos que padecen las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan todos con un mismo destino, y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres honrados del mundo. Esta epopeya que tenemos delante, llama a las masas hambrientas de indios, de campesinos sin tierras, de obreros explotados, a las masas progresistas, a los intelectuales honestos y brillantes que abundan en nuestras sufridas tierras de América Latina» (https://youtu.be/EktbVnKPx6o). |
Movimientos de obreros, campesinos y guerrilleros tomaron fuerza en muchos países. De hecho, había entre las clases medias y bajas un espíritu de unificación en torno al ideal de construir modelos sociopolíticos –como la triunfante revolución cubana o como el socialismo democrático de Salvador Allende en Chile– que beneficiaran a la mayoría de la población y no solamente a la élite.
La teología de la liberación, creada por filósofos cristianos de Centro y Suramérica tales como el peruano Gustavo Gutiérrez y el brasileño Leonardo Boff, propuso aplicar los principios del Evangelio a la búsqueda activa de justicia social. La pedagogía de la liberación, propuesta por el brasileño Paulo Freire, creó una práctica de la educación diseñada para promover la acción política y valorar el conocimiento de las personas que han sufrido supresión socioeconómica por varias generaciones. Pensadores como Leopoldo Zea (México) y Enrique Dussel (Argentina), desarrollaban una filosofía rigurosa y alternativa para pensar “lo latinoamericano” en su especificidad y dignidad. Economistas y sociólogos como Enrique Cardoso (Brasil) y Alonso Quijano (Perú) produjeron una crítica sistemática del desarrollo entendido como imitación de la modernización europea o estadounidense, elaborando una tesis alternativa llamada la Teoría de la Dependencia, la cual enfatizaba el cambio estructural de las relaciones económicas tanto a nivel mundial como nacional. Por su parte, los escritores, compositores, cineastas y artistas más famosos de la época representaban en sus obras la historia de marginación y represión del pueblo así como su fuerza creativa y las aspiraciones hacia sociedades más igualitarias y participativas.
El "Boom" de la narrativa
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América Latina ocupó entonces el interés del mundo desde 1961, cuando se estabilizó el gobierno de línea comunista y protegido por la Unión Soviética en Cuba, desafiando la hegemonía de Washington en el hemisferio. La región se había convertido en zona de contienda para la Guerra Fría. Tanto en Europa como en Estados Unidos se multiplicaron los programas de estudios latinoamericanos, concentrados en producir conocimiento sobre esa parte del continente que, unos años antes, apenas se estudiaba. El gobierno de Kennedy lanzó la “Alianza para el Progreso”, una iniciativa de inversión para el desarrollo (capitalista) o modernización de América Latina, y comenzó a nombrar a algunos puertorriqueños como embajadores en varios países hispanohablantes, para reforzar su afinidad con la región. El año de 1967 fue decisivo para las letras de América Latina, hasta entonces generalmente ignoradas en el panorama mundial. Ese año, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) se convirtió en el primer novelista latinoamericano en recibir el Premio Nobel de literatura (la chilena Gabriela Mistral lo había recibido por su poesía en 1945). También en junio de ese año apareció la novela Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014), que en pocos meses se convirtió en un bestseller mundial. Era la cúspide del "Boom" en la novela hispanoamericana, que había comenzado pocos años antes con la gran popularidad de Rayuela (1963) del argentino Julio Cortázar (1914-1984), y que también incluía la obra del peruano Mario Vargas Llosa (1936- ) y la del mexicano Carlos Fuentes (1928-2012), entre otros. Por primera vez en la historia, la producción literaria latinoamericana tenía un papel protagónico en la escena internacional y, para el año dos mil, otros cuatro escritores habían recibido el Premio Nobel de literatura: Pablo Neruda (Chile) en 1971, García Márquez en 1982, Octavio Paz (México) en 1990 y Derek Walcott (St. Lucia) en 1992. Los escritores que conformaron el "Boom" de la novela, casi todos con ideología de izquierda, acapararon la atención mundial con una literatura que combinaba genialmente la experimentación moderna con elementos distintivos de la vida y la cultura latinoamericanas. La selva, el mito, la tradición oral, la presencia indígena y africana, la política turbulenta, la historia paradójica y la búsqueda insaciable de identidad, se integraron en novelas monumentales cuyo lenguaje poético lograba captar muchas de las experiencias contradictorias de América Latina que eran exóticas o innovadoras para el Primer Mundo. Fue en cierto modo una réplica de lo que pintores mexicanos como Diego Rivera, Frida Kahlo y José Clemento Orozco habían logrado en los años 1920 y 30. Lo "normal" para los europeos y los norteamericanos aparecía descrito como algo "mágico" para la mirada narrativa, y lo inaudito o lo mágico para la mirada primermundista se describía como una cotidianidad ordinaria: "García Márquez conjured up a world in his native Colombia where magic was as real as money and ice as magical as dragon's eggs" (Winn 400). Y esta generación también había asimilado la influencia de la literatura internacional así como de la cultura masiva moderna, con novelas que incluían tramas de Hollywood, historias de tangos o telenovelas. La nueva novela buscaba representar la experiencia heterogénea y diversa de sus pueblos, y proponer modelos de realidad alternativos. En ese esfuerzo, se percibió un ideal común, lo cual reforzó la idea de unidad "latinoamericana". |
Años antes, en el prólogo a la novela El reino de este mundo (1949) –que narraba la revolución haitiana–, el musicólogo y novelista cubano Alejo Carpentier (1904-1980) había propuesto el término "lo real maravilloso" para designar esta nueva ficción que re-creaba la realidad histórica americana en su fértil combinación de mitologías y modelos culturales, desde los indígenas y africanos hasta los europeos y los mestizos. Decía Carpentier:
por: because of paisaje: landscape fáustico: like Goethe’s Faust, tragic, debased agotar: to exhaust |
«Por la virginidad del paisaje, por la formación, por la ontología, por la presencia fáustica del indio y del negro, por la Revelación que constituyó su reciente descubrimiento, por los fecundos mestizajes que propició, América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías. ¿Qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real-maravilloso?» (12). |
El guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) había publicado en ese mismo año su novela Hombres de maíz (1949), la cual compartía este esfuerzo por encontrar un lenguaje adecuado a la experiencia "mágica" o surreal y por expresar la necesidad de transformación social. Esta novela combinaba técnicas surrealistas con leyendas tradicionales para elaborar una realidad mágica, capaz de representar la historia de resistencia maya frente al avance de la cultura occidental, interpretándola en sus propios términos. Por su parte, Juan Rulfo (1918-1986) y Elena Garro (1916-1998) habían explorado el legado agridulce de la revolución mexicana, que no había sacado de la miseria a la mayoría de la población, en una narrativa que cuestionaba las divisiones entre lo fantasmal y lo histórico. De manera similar a Octavio Paz, el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) difería en sus ideas políticas frente a los escritores de izquierda, y buscaba temas de tipo universal en sus ficciones y poemas. Su obra, sin embargo, tuvo una influencia innegable en la generación del "Boom", tanto en su cuestionamiento de una realidad unánime como en la experimentación de historias laberínticas que combinaban herencias culturales tan diversas como la población latinoamericana misma.
Al comenzar la década de 1960, ya existía entonces un público lector amplio en América Latina. La expansión de las ciudades y de las oportunidades educativas garantizó que una creciente clase media de profesionales y estudiantes universitarios leyeran con avidez las novelas de sus autores favoritos, con quienes compartían ideales de transformación radical de las estructuras sociales. Este entusiasmo se confirmaba con el aparente éxito de la revolución cubana, que ayudó a esparcir por el continente un espíritu "latinoamericanista" de trascender las fronteras nacionales y crear una conciencia de cambio político en las masas. Varias casas editoriales españolas y francesas también adelantaron una gran campaña de difusión que daba preferencia a los escritores de izquierda y fomentaba foros plurinacionales. Así, pues, se combinaron tres factores en los años sesenta: primero, la pintura, poesía y novela habían preparado una conciencia latinoamericanista y un público lector ávido; segundo, la izquierda política ganó gran fuerza en muchos países del continente; tercero, las editoriales europeas estimularon la publicación de obras latinoamericanas por el interés del público en seguir los procesos de cambio en América Latina durante la Guerra Fría.
Y fue esta combinación de factores la que permitió que novelistas geniales como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Ernesto Sábato (Argentina 1911-2011), Juan Carlos Onetti (Uruguay 1909-1994) o José Donoso (Chile 1924-1996) pudieran difundir sus obras a cientos de miles de lectores en América Latina, Europa, Asia y los Estados Unidos, convirtiéndose en estrellas mundiales. Como Borges, criticaban las novelas "provincianas" del realismo social, y abrazaron la experimentación literaria en diálogo con las tendencias más atrevidas del Primer Mundo.
A diferencia de Borges, un tema central del "Boom" fue la historia latinoamericana, la crítica de las condiciones sociopolíticas del continente y el fomento de una identidad regional. Cien años de soledad puede leerse como una alegoría de la historia colombiana en la trama de la familia Buendía, y Macondo se ha interpretado como una metáfora de América Latina.
Para mediados de los 1970, la represión militar se hizo más cruda en toda la región, el gobierno de Fidel Castro era menos popular, y el entusiasmo revolucionario se mitigó. Los escritores del "Boom" profundizaron entonces en temas históricos y en la figura del dictador. Carlos Fuentes, en Terra nostra (1975), criticaba la utilización de la historia para legitimar la injusticia del presente. El paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005) ridiculizó la documentación histórica y exploró la figura del caudillo José Gaspar de Francia –quien había gobernado a su país durante cuarenta años en el siglo XIX– como una metáfora de la dictadura de Stroessner en una copiosa novela titulada Yo, El Supremo (1974). García Márquez también parodió la interminable palabrería del caudillismo en El otoño del patriarca (1975). A partir de los años ochenta, la época del experimentalismo literario y de las grandes metáforas colectivas llegó a su fin, y todos estos escritores adoptaron un estilo más realista y fácil de leer, en concordancia con las demandas comerciales de la era global. Un ejemplo de esta diversidad ideológica y estética es la trayectoria de Vargas Llosa, reconocido con el premio Nobel en 2010. Su narrativa incluyó denuncia social en los años sesenta y setenta, y más tarde incorporó el humor, la investigación histórica y las tesis neoliberales.
El legado del "Boom" continúa presente en diversas manifestaciones hoy asociadas con el ambiguo "realismo mágico", un término que ha servido para describir la combinación entre oralidad y escritura en otras partes del mundo, como en las novelas de Toni Morrison en los Estados Unidos. Durante los años ochenta y noventa, además, un importante número de escritoras ha gozado también de reconocimiento internacional. Luisa Valenzuela en Argentina, Isabel Allende y Marcela Serrano en Chile, Laura Restrepo en Colombia, Laura Esquivel en México, Gioconda Belli en Nicaragua y Nélida Piñón en Brasil, son algunas de las narradoras que mantienen la atención internacional sobre las letras latinoamericanas y se han tomado una escena literaria que estuvo dominada tradicionalmente por las figuras masculinas.
Según muchos escritores latinoamericanos de hoy, ya no tiene sentido asociar el continente con un estilo específico, pues se trata de culturas diversas, complejas y plurales, en las que el supuesto "realismo mágico" –fascinado con lo exótico– es solo una posibilidad entre muchas de elaborar literariamente la experiencia heterogénea de cada región y cada individuo. La mayoría es hoy, además, primordialmente urbana y está conectada íntimamente con los procesos de comercialización y apertura del siglo XXI.
Con todo, la Teoría de la Dependencia, la Filosofía, Teología y Pedagogía de la Liberación y la estética de “lo real maravilloso” o el “Boom” de la novela fueron casos importantes en que la producción intelectual desde América Latina tuvo influencia sobre el pensamiento del Primer Mundo durante los años sesenta y setenta, promoviendo procesos de descolonización cultural y política. Los tres eran casos en que un grupo sustancial de latinoamericanos se miraban, se conocían, se nombraban a sí mismos como sujetos (agentes) de conocimiento, en vez de la situación tradicional del colonizado, que es ser mirado, ser conocido, ser nombrado por otros como objeto (paciente) de conocimiento. Si bien este latinoamericanismo no produjo los cambios socioeconómicos radicales que muchos esperaban, marcó un hito fundamental en la trayectoria de autodefinición colectiva en la región. Todavía hoy, grupos de hip hop como Calle 13 (Puerto Rico) celebran “lo latinoamericano” retomando los temas de la “Nueva Canción” de los años sesenta ( http://youtu.be/rqlmJdsfCJc). Muchos siguen trabajando hacia esa unificación y justicia latinoamericanista que la poeta chilena Violeta Parra resumía en 1964:
Mi vida, los pueblos americanos,
mi vida, se sienten acongojados,
Mi vida, porque los gobernadores,
mi vida, los tienen tan separados.
Cuándo será ese cuando, señor fiscal,
que la América sea solo un pilar.
Solo un pilar, ay sí, y una bandera,
que terminen los líos en las fronteras.
Por un puñado de tierra no quiero guerra.
Fuentes
- Carpentier, Alejo. El reino de este mundo. Montevideo: Ediciones Arca, 1949.
- Chang-Rodríguez, Raquel y Malva Filer. Voces de Hispanoamérica. Boston: Thomson & Heinle, 2004.
- Davies, Catherine, ed. The Companion to Hispanic Studies. Oxford University Press, 2002.
- Franco, Jean. Historia de la literatura hispanoamericana. Barcelona: Ariel, 1983.
- Franco, Jean. The Modern Culture of Latin America. New York: Praeger, 1967.
- Martin, Gerald. Journeys Through the Labyrinth: Latin American Fiction in the Twentieth Century. London, New York: Verso, 1989.
- Oviedo, José Miguel. Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid: Alianza, 2001.
- Winn, Peter. Americas: The Changing Face of Latin America and the Caribbean. Berkeley: University of California Press, 2006.
Para repasar y pensar
- ¿Qué valores y circunstancias crearon el entusiasmo latinoamericanista de los años sesenta?
- ¿Cómo podría definirse o explicarse el concepto del "latinoamericanismo"? ¿Qué movimientos ideológicos incluye en teología, filosofía, pedagogía, sociología, etc.? ¿Qué valores y qué inconvenientes tiene como ideal político?
- ¿Cuáles fueron algunas de las razones por las que las novelas latinoamericanas tuvieron tanto éxito en Europa y los Estados Unidos durante los años sesenta? ¿En qué sentido(s) este fenómeno es paradójico?
- ¿Cómo podría definirse o explicarse el concepto del "Realismo mágico"? ¿Qué valores y qué problemas tiene como caracterización estética de América Latina?
- ¿Cuáles fueron algunos de los escritores y movimientos musicales que se hicieron famosos durante el "Boom" de la novela en los años sesenta? ¿Cómo ha cambiado este panorama en décadas posteriores?