3.1: La Hija del Sol (1849)
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Oui: mais qu’importe?
—Balzac
Tocaban a ánimas1 las campanas de la ciudad de Sevilla, y muchos corazones religiosos se alzaban2 al cielo en aquella hora dedicada por la Iglesia a recordar a los muertos. Todo yacía3 frío, silencioso y triste en la invadiente oscuridad de una noche de Diciembre; una espesa4 cortina de nubes cubría las estrellas, que son, según dice un poeta, los ojos con que mira el cielo a la tierra.
En la sala de una de las hermosas casas de Sevilla, que los extranjeros llaman palacios, frente a una chimenea en que ardía5 y daba luz como una antorcha la alegre leña6 del olivo, estaba sentada una señora, sumida7 en los pensamientos graves y tristes que infundían8 la hora y lo lóbrego de la noche. No se oía sino el gemido9 del viento, que daba tormento a los naranjos del jardín, y que penetrando por el cañón10 de la chimenea, caía sobre la llama a la cual abatía11 temblorosa, esparciendo12 ráfagas13 de vacilante14 luz por la estancia. Parecía que la soledad la abrumase,15 y cual si un genio benéfi co se ocupase en prevenir16 sus deseos, abriose la puerta, apareciendo en el umbral17 una persona cuya vista debió serle grata,18 puesto que al verla, hizo la señora un ademán19 y exclamación de alegría, y se levantó para ir a su encuentro.
La recién entrada era una señora de edad, bajita, trigueña,20 cuyos ademanes animados y cuyos ojos vivos y alegres denotaban que los años habían pasado por aquella naturaleza juvenil y activa sin doblegarla21 y sin que su dueña los notase.
—Vaya, Marquesa—dijo la recién llegada—, que para venir desde donde yo vivo hasta tu casa se necesitan amor y coche.
—Te ha bastado el amor. ¡Y cuánto te lo agradezco! Ahora conozco la verdad que encierra este refrán22: “Amor con amor se paga”. ¡Salir en una noche como ésta!
—Hija mía, no había otra—repuso la amiga—. ¿Sabes—añadió—que te he estado mirando por los cristales,23 y he visto que tienes un aire de languidez,24 según dicen los poetas del día, que maldito si te sienta bien? Si te hubiese visto tu amigo el barón de Saint-Preux,a diría que, echada25 como estás en tu sillón ante la chimenea, parecías la estatua de la Lealtad llorando ante la hoguera26 de un trono.
—Por fortuna—repuso27 riendo la Marquesa—, el trono que arde aquí lo fue siempre de un jilguero.28
—Si te viese Joaquín Beckerb , le servirías de modelo para algún cuadro de la Viuda de Padillac —prosiguió29 la que había entrado.
—Desahoga30 ese buen humor que rebosa31 en ti como la alegría en los niños—respondió con resignación la Marquesa.
—Tu recomendado sir Robert Bruced diría al verte, que lo que verdaderamente progresa en el mundo es el spleen. e
—Pero, amiga mía—replicó la Marquesa—, cuando se tienen penas...
—Si me hablas de penas, tomo el portante32 —interrumpió la señora—: tengo una cáfi la33 de ellas a tu disposición, que me dejo en casa cuando salgo. Vengo a que nos distraigamos un rato en sabrosa plática, como dicen los buenos hablistas, exóticos ya entre nosotros. Dejemos las lamentaciones para Semana Santa.
—De ningún modo me entretendrías mejor y más a mi gusto—repuso la Marquesa—que contándome la historia de aquella hermosa dama que debió a su extraordinaria belleza el nombre por el que fue conocida.
—¿La Hija del Sol?... Verdad es que prometí referírtela; y cierto es también que nadie te la podrá contar con mejores datos34 que yo, habiéndolos adquirido en la Isla de León,f teatro del suceso, donde pasé mi primera juventud, siendo mi padre capitán general del Departamento.
Sentáronse ambas amigas frente a la chimenea, avivaron el fuego, y la Marquesa se puso a escuchar con ansiosa curiosidad el siguiente relato:
“Quedó viuda la señora de *** con sólo una hija, de tan maravillosa belleza, que mereció el dictado35 de la Hija del Sol, por el cual era conocida. Criola su madre lejos del mundo, en silencio y soledad, velando36 incesantemente sobre su tesoro, hasta ponerla en manos del hombre digno y honrado que, uniéndose a la hermosa joven, le dio su nombre y hacienda. Don A. F. era un hombre de mérito, y la Hija del Sol se unió a él, sin desear y sin oponérsele la boda: siguió en esta ocasión el dictamen37 de su madre, que nunca había hallado oposición en la dócil niña.
“Gozaban hacía algun tiempo los esposos de una felicidad sin nubes, cuando un acaecimiento,38 inútil de referir, obligó a don A. F. a hacer un viaje a la Habana.
“Entonces rogó39 a su suegra que se encargase de su hija, y la llevase fuera de Cádiz durante su ausencia. Hacíalo, porque en aquella época—por los años de 1764—era Cádiz rica y poderosa, y el oro arrastraba en pos de sí ese lujo, esos placeres, esas vanidades, esa embriaguez40 y esas pasiones que son su séquito41 ordinario. Para alejarse de este foco42 de seducciones y peligros, don A. F. les suplicó43 que se trasladasen44 a la Isla, ciudad de arsenales45 y de marina,vasta y solitaria, porque Cádiz lo absorbía todo en sus cercanías.46
“Mientras un barco salía lentamente de la bahía de Cádiz, entonces animada como una feria, una berlina47 con cuatro caballos, cuyos cascabeles48 sonaban alegremente, corría por el arrecife49 que conduce de Cádiz a la Isla, y que se alza entre dos mares, que se unen tanto en las altas mareas,50 que entonces, más que camino, parece el arrecife puente.
“En la berlina se hallaban dos señoras: la una anciana, cuyo semblante expresaba cuidados y zozobras51 ; la otra joven y hermosa, cuyo rostro estaba bañado de lágrimas. Frente de ambas iba sentada una negra aún joven, doncella y compañera desde su infancia de la que lloraba; la que por sus visajes,52 gracias y niñerías logró que a una legua de Cádiz las lágrimas de su ama llegaran a secarse, y que una sonrisa reemplazase los suspiros53 que antes salían de sus labios.
“La Isla de León es una ciudad larga y angosta,54 que se levanta blanca y brillante entre los montones de sal, como un cisne55 rodeado de sus polluelos.56 Tres cosas descuellan57 en ella: las palmeras de su arenisco58 suelo, el Observatorio de su sabia marina,59 y la cúpula60 de sus católicos templos. La Isla es triste como una bella mujer arrinconada61 por una feliz competidora; o más bien la Isla, con sus arsenales, sus diques, sus cordelerías,62 sus astilleros63 y machinas,64 parece la mujer del marino en su soledad, sentada en la playa y mirando al mar.
“La berlina se paró delante de una hermosa casa, que, como la mayor parte, era de piedra y estaba solada65 de mármol, y cuyas puertas eran de caoba.66 Frente de la puerta de la calle se abría la del jardín. Precedíale una galería67 que formaban columnas de mármol, entre las cuales habían confeccionado los jazmines, las madreselvas68 y los rosales guirnalderos,69 columpios70 para mecer71 sus flores. Caminitos de ladrillos dividían el jardín en cuatro partes. Las paredes desaparecían bajo un espeso72 velo73 de enredaderas.74 En el centro del jardín había un cenador75 o merendero76 tan espesamente cubierto por rosales de Pasión, que en lo oscuro y fresco, más que cenador, parecía gruta.77 En medio, sobre un pedestal, se hallaba un amorcito78 de mármol, que con una mano escondía sus flechas, y con un dedo de la otra, que llevaba a sus labios, imponía silencio.
“En este merendero era en el que pasaba la Hija del Sol largas y solitarias horas. Algunas veces le decía Francisca, su negra, después de prolongados ratos de silencio:
—Ese niño, mi señora, nos hace señas que callemos. Más valiera que se mandase hablar, pues lo vamos a olvidar. Mi amo tiene en el barco la mar, los vientos y los peligros; pero acá nosotras no tenemos nada sino las flores.
“La Hija del Sol bostezaba79 y respondía:—Mi marido piensa
“que entre dos que bien se quieren,
con uno que goce80 basta”.
“¡Así pasaba su vida aquella mujer, que, por desgracia, no había sido enseñada a llenar su tiempo y a ocupar su mente, y a la que pesaba la ociosidad81 como al desvelado82 las tinieblas!83 Necesitaba la vida activa, para revolotear84 ligeramente y sin objeto, de flor en flor, como la mariposa.
“Un día estaba la hermosa solitaria sentada, abanicándose,85 en su ventana o cierro de cristales. Francisca, echada en el suelo, se entretenía en teñir86 de azul con agua de añil87 el blanco perrito habanero88 de su señora.
—¿Sabe usted, mi ama89—dijo de repente—, que ese oficial, ese brigadier de guardias marinas que nos sigue cuando vamos a misa, se ha mudado aquí enfrente?
“La Hija del Sol, al oír a su negra, volvió la cabeza por un irrefl exivo e involuntario impulso, y vio en el balcón de la casa a que Paca aludía, a un joven, el cual, aprovechando el instante en que ella fi jó su vista en él, la saludó con la fi nura y gracia que ha distinguido siempre a los ofi ciales de la Marina Real.
La reconvención90 que iba a hacer la Hija del Sol a su negra, espiró en sus labios al ver al joven en el que de sobra había reparado91 anteriormente. Así que Francisca prosiguió:
—Se llama D. Carlos de las Navas, tiene veinticuatro años, y es el mejor mozo92 de la brigada. Es tan bueno y tan llano,93 que todo el mundo le quiere...
—Parece que estás muy impuesta en94 todo lo concerniente a ese caballero—dijo su ama interrumpiendo a la negra—. Pero como todo eso ni me atañe95 ni me importa, guárdalo para ti y otros curiosos.
—Aquí tiene mi ama a su perrito, más azul que una pervinca96 —dijo la humilde muchacha para distraer a su ama.
“Pero la Hija del Sol no pensaba ni en el perrito azul, ni en su doncella negra. Días había que un gallardo97 joven la seguía por todas partes: le veía en todas partes, en la calle, en la iglesia, en sus pensamientos, en sus sueños! Ahora se le encuentra alojado98 frente a su ventana; se le han nombrado; se halla99 casi en relaciones con él, por medio de un saludo que no ha podido excusar!
“De más está el que se añada que las Navas, que fue uno de los más cumplidos caballeros de su época, al ver a la Hija del Sol, había concebido por ella una de aquellas pasiones que en tiempos en que no absorbía la política completamente a los hombres, henchían100 y exaltaban sus almas a punto de intentar lo imposible, movidos por ellas.
“Mucho tiempo fueron inútiles todas sus gestiones101; porque a la Hija del Sol habían sido infundidos102 principios religiosos, que si no siempre alcanzan,103 en vista de la fragilidad humana, a evitar una culpa,104 siempre llegan a enmendarla105 o a corregirla. Las Navas estaba desesperado; la Hija del Sol, por su parte, había trocado106 su anterior tranquilo fastidio107 por un constante dolor que la consumía. Francisca, la negra, llena de compasión por los sufrimientos de ambos, y cediendo108 a sus instintos de raza incivilizada, sin reflexionar en la culpable causa de estos voluntarios sufrimientos, ni en las trascendentales consecuencias de su necia109 complacencia,110 cedió a los ruegos de las Navas, y una noche en que estaba su ama tristemente sentada en el cenador del jardín, le abrió una puertecita que éste tenía, y que daba a la Albina, sitio solitario y pantanoso111 que se extiende entre la Isla y el mar.
“Es una verdad muy conocida la de que el primer paso es el que cuesta. La puerta que tan imprudentemente abrió la negra, lo fue ya cada noche. En aquella galería, poco ha112 tan sola y vacía; entre aquellas fl ores, poco ha tan desdeñadas113; a la claridad de aquella luna, poco ha tan desatendida,114 pasaban los amantes noches de encanto, y cuya felicidad adormecía hasta la conciencia. De esta suerte pasó un año.
“Entonces acaeció115 que el Capitán General del Departamento, que había ido a Jerez, murió allí repentinamente: toda la brigada de guardias marinas tuvo que trasladarse a aquel pueblo para acompañar el entierro.116 Esta ausencia, por corta que fuese, causó un vivo dolor en dos seres que había un año que no podían vivir sino en la misma atmósfera, y para los cuales era la ausencia un compuesto de dolor, de inquietud, de ansiedad, de temor y de celos.
“En la noche del segundo día estaba sentada la Hija del Sol en la galería de su jardín: Francisca lo estaba a sus pies. La luna se levantaba pura y tranquila, como un corazón exento117 de pasiones y de inquietudes.
—Mi ama—dijo Francisca, poniéndose de un salto en pie—, ahí está el señorito de las Navas. ¿No ha oído su mercé la señal?
—No es posible, Francisca—respondió azorada118 y con corazón palpitante la Hija del Sol.
—Escuche, mi ama, escuche—repuso la negra. La Hija del Sol aplicó el oído, y oyó distintamente el silbido particular que usaba las Navas para darse a conocer.
“Francisca corrió a buscar la llave del postigo, corrió hacia él, lo abrió, y las Navas, envuelto en su capa, entró con paso acelerado.
“Pero Francisca no pudo volver a cerrar el postigo, porque le empujaron dos hombres que entraron y siguieron a las Navas.
“Sobrecogida119 de un asombro que la paralizó, la negra no pudo ni moverse, ni gritar. Los que habían entrado alcanzaron a las Navas, y antes que pudiese defenderse ni parar el golpe, le clavaron120 sus puñales121 en el pecho. Las Navas cayó sin dar un gemido; cuando le vieron tendido en el suelo, los asesinos huyeron.
“Por algún tiempo el más profundo silencio siguió reinando en aquel lugar, mudo testigo de la catástrofe. Francisca permanecía paralizada bajo la doble impresión del espanto y del horror. La Hija del Sol yacía122 desmayada sobre las gradas de mármol de la galería; las Navas no daba señal de vida! La luna plateaba tranquilamente este cuadro, y las fl ores lo embalsamaban.123
“Al cabo de un rato, vuelta Francisca en sí por la activa angustia que sucedió a su pánico espanto, vuela hacía su ama, a quien ya mira deshonrada y perdida, la coge en sus brazos, la despierta, la anima.
—¡Ama mía! ¡ama mía!—exclama—. Sois perdida si aquí hallan ese cadáver! Ama mía, vuestra honra y vuestra suerte dependen de lo que podamos hacer en estos momentos; ¡y son contados! Es preciso sacar de aquí ese cadáver que os compromete. ¡Valor, mi señora, valor! Si no lo hacéis por vos, hacedlo por el amo! Saquemos de aquí ese cadáver para evitar el escándalo y la afrenta. Ayudadme a arrastrarlo a la Albina, que yo no puedo hacerlo sola.
“Y la valerosa negra arrastra a su infeliz ama, y la obliga a ayudarle a arrastrar124 el cadáver a la Albina.
—¡Basta! ¡Que no puedo más!—gemía su ama.
—¡Más todavía, mi señora!—replicaba con angustia la negra—. ¿Queréis aparecer ante los tribunales?
“Y las dos, dominando su dolor, su asombro y su fl aqueza, volvían a coger el yerto125 cadáver para alejarlo más de allí.
“Después Francisca, sosteniendo a su señora, la arrastra a su cuarto, la acuesta, vuelve al jardín, echa126 agua sobre las manchas de sangre, y hace desaparecer todo rastro,127 todo vestigio128 de aquel lúgubre129 crimen, con esa energía, hija del cariño,130 que es la más perseverante. Regresa al lado de su señora, y al verla tendida, tan blanca y tan inmóvil como si fuese aquel lecho131 su féretro,132 cae de rodillas, y elevando hacia su señora sus temblorosas manos, prorrumpe133 en sollozos134 exclamando:
—¡Ama mía, yo os perdí!
—No, Francisca, no—murmuró su señora—; me has salvado!
“Y echando uno de sus brazos de marfil135 al cuello de ébano de la esclava, la atrajo a sí prorrumpiendo en sollozos.
—Ya viene el alba—dijo poco después Francisca, que fue a abrir las ventanas, como para poner cuanto antes fin a aquella espantosa noche.
“Por más que digan los poetas, que por lo regular no conocen al alba sino de oídas, el alba es triste. Cuando el día cae, todo se prepara al reposo; al alba todo se prepara al trabajo y al sufrimiento! La luz del día alumbra136 a una ciudad muerta; tanto brillo en el cielo y tanto silencio en la tierra contrastan penosamente!137—la Hija del Sol, bella y silenciosa, se parecía a esa madrugada sin vida.
“Francisca la obligó a levantarse y a sentarse en su cierro de cristales,138 como tenía de costumbre, para evitar toda sospecha. Francisca entraba y salía en el gabinete.139
—¿Qué se dice?—le preguntaba su señora a media voz.
—Todavía nada—respondía Francisca en el mismo tono.
—¡Dios Santo! ¡Ese cadáver abandonado!—gemía la infeliz.
“Francisca cruzaba las manos y le hacía seña de que callase, señalándole a su madre, que rezaba tranquilamente sentada en el canapé.140
“De repente se oyeron los brillantes y animados sonidos de la música militar. Era la brigada de marina, que regresaba de Jerez.
gada de marina, que regresaba de Jerez. “Cada nota de la música, que tantas veces había oído cuando precedía a la brigada, y a su cabeza venía el hombre a quien amaba, y que ahora yace muerto y abandonado cadáver en la Albina; cada una de estas notas es un puñal que se clava y destroza el corazón de la infeliz mujer, en la que hasta su dolor es un delito!141
“De repente, aquella mujer que gemía quédase muda, sus ojos se abren espantados y fijos, un temblor convulsivo se apodera de ella, y sólo tiene acción para extender el brazo con un ademán lleno de espanto hacia la calle. Francisca se arrojó142 al cierro, y sigue con la vista la dirección que indican el brazo y las miradas de su ama, y ve... ve a las Navas a la cabeza de su brigada, que en aquel instante alza la cabeza, sonríe y saluda alegremente a su amada! Francisca da un grito, y cae sin sentido: la Hija del Sol, fuera de sí, clama143 al cielo pidiendo misericordia.144 Refiere a voces lo acaecido aquella noche; la creen loca, y su madre manda llamar a un facultativo145 ; pero Francisca, vuelta en sí, confirma la relación de su ama. Van a la Albina; pero allí no se halla cadáver alguno. Preguntan a las Navas; éste no ha faltado, no ha podido faltar de Jerez; lo que confi rman unánimes sus compañeros.
“La Hija del Sol, después de restablecida de una larga enfermedad, escribe a su marido, se confi esa culpable, le ruega que la perdone y le dé licencia para entrar en un convento a hacer penitencia. El marido le da esta licencia, la bula4 es otorgada, y la Hija del Sol entró y profesó146 en las Descalzas de Cádiz,g en el que, después de una vida ejemplar, murió como una santa. Francisca la siguió al convento”.
—¿Y cómo se explicó eso?—preguntó con profundo interés la Marquesa a su amiga cuando ésta hubo concluido.
—Esto no se explicó nunca para los incrédulos147 ; pero sí muy luego148 a las almas creyentes—respondió su amiga.
Esta Relación es verídica.149 La Hija del Sol nació en 1742, y murió monja Descalza en Cádiz en 1801, a los cincuenta y ocho años de edad. El señor D. Francisco Micón, Marqués del Mérito, compuso a la Hija del Sol, cuando profesó, el siguiente soneto, que si bien no tiene mucho del título de su autor, puede servir de comprobante150 a lo referido151:
A la Hija del Sol
Soneto
Ya en sacro velo esconde la hermosura
en sayal152 tosco153 garbo154 y gentileza155
la Hija del Sol, a quien por su belleza
así llamó del mundo la locura.
Entra humilde y contenta en la clausura156;
huye la mundanal157 falaz158 grandeza:
triunfadora de sí, sube a la alteza
de la santa Sión, mansión segura.
Nada pueden con ella el triste encanto
del siglo, la ilusión y la malicia;
antes los mira con horror y espanto.
Recibe el parabién,159 feliz novicia,
y recibe también el nombre santo
de hija amada del que es sol de justicia.
a El nombre Saint-Preux era muy conocido en época de Fernán Caballero por la novela romántica Julie ou la Nouvelle Héloïse (1761) de Jean-Jacques Rousseau, un gran éxito en ventas, aunque en ella el personaje masculino principal, Saint-Preux, es de origen humilde y por lo tanto no puede casarse con su amada, Julie d’Étange, hija de los barones d’Étange.
b Pintor costumbrista de Sevilla, tío de Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer.
c María Pacheco. Después de la muerte de su esposo, encabezó la sublevación comunera (1520-1522) en Toledo.
d Rey de Escocia en el siglo XIV. Figura en la película Braveheart (1995) de Mel Gibson.
e En la medicina clásica y la neoclásica el esplín y la vesícula biliar estaban asociados con el humor o líquido corporal bilis amarilla, cuyo exceso causaba agresividad.
f Área de Cádiz.
g Un convento de la Orden de los Carmelitas Descalzos, orden establecida en España en el siglo XVI por Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz
1 oración para las almas en el Purgatorio
2 se levantaban
3 se quedaba
4 densa
5 se quemaba
6 madera
7 absorta
8 causaban
9 moan
10 stack
11 movía de un lado a otro
12 scattering
13 golpes de luz
14 que se mueve al azar
15 preocupar, entristecer
16 anticipar
17 threshold
18 amena, deseable
19 gesto, expresión
20 color del trigo
21 doblarla, encorvarla, debilitarla
22 dicho, expresión popular
23 ventanas
24 débilidad atractiva, belleza enfermiza
25 puesta
26 incendio
27 respondió
28 colorín, goldfinch
29 continuó
30 expresar y comunicar para aliviarse
31 abunda
32 me marcho
33 a flock
34 información
35 título
36 vigilando
37 consejo
38 evento
39 pidió, suplicó
40 intoxicación
41 entourage
42 centro
43 pidió
44 se mudasen
45 navy yards
46 vecindades
47 tipo de carruaje
48 sleigh bells
49 tipo de carretera
50 tides
51 preocupaciónes, inquietudes
52 gesto de la cara
53 sighs
54 estrecha
55 swan
56 críos
57 se destacan, sobresalen
58 de arena
59 navy
60 the domes
61 alejada, eclipsada
62 donde se fabrica cuerdas
63 donde se fabrica naves
64 grúas, cranes
65 tiled (el suelo)
66 mahogany
67 corredor con columnas
68 honeysuckle
69 climbing roses
70 swings
71 to rock
72 denso
73 veil
74 vines, morning glories
75 pergola, gazeebo
76 idem
77 grotto
78 diminuta estatua de un joven que representa el amor
79 to yawn
80 experimente el placer
81 falta de actividad o utilidad
82 el que no consigue dormir
83 oscuridad
84 volar dando vueltas
85 fanning herself
86 to dye
87 indigo
88 bichón habanero, raza de perro
89 dueña
90 amonestación, admonición
91 fijado
92 joven militar
93 accesible, sin presunción
94 enterada de
95 no me corresponde
96 flor azul similar al periwinkle
97 airoso, galán, valiente
98 hospedado, billeted
99 se encuentra
98 aumentaban, llenaban
99 intentos
100 inculcados
101 llegan
102 pecado, delito
103 arreglarla
104 cambiado
105 tedio, aburrimiento
106 sometiéndose, rindiéndose
107 ignorante
108 satisfacción, placer
109 marshy
110 hace poco
111 menospreciadas
112 no apreciada, abandonada
113 devino, ocurrió
114 burial
115 libre
116 asustada, sobresaltada
118 sorprendida, intimidada
119 stabbed
120 dagas
121 estaba tendida, echada
122 perfumaban
123 llevar tirando por el suelo
124 rígido por estar muerto
125 aplica a
126 señal, huella
127 huella, resto
128 fúnebre, sombrío
129 amor
130 cama
131 ataúd; caja o plataforma de muerto
132 burst out
133 gemidos, lamentos
134 ivory
135 ilumina
136 tristemente
137 espacio encerrado por cristales
138 sala pequeña para recibir a los amigos
139 similar al sofá, settee
140 culpa, infracción
141 se pegó, se echó
142 grita, pide
143 compasión y perdón
144 médico
145 documento eclesiástico de autorización
146 se comprometió a hacerse monja
147 los que no tienen fe
148 pronto, facilmente
149 verdadera
150 documento que confirma
151 contado, relatado
152 prenda de vestir rústica hecha de lana burda, sackcloth toga
153 rústico
154 gracia, gallardía
155 gallardía, urbanidad
156 aislamiento
157 del mundo
158 falsa, embustera
159 felicitación