5.6: Hispanoamérica 1970-2010
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Las últimas décadas del siglo XX marcan una progresiva integración de Hispanoamérica a la "era global", y al mismo tiempo una creciente diversidad en la historia y producción cultural de cada país y región. De una era de dictaduras en los años 1970, se pasó poco a poco a un periodo de gobiernos democráticos que favorecían la inversión extranjera, en lo que se llamó la "era neoliberal" o apertura económica en los años 1990. Sociedades mayormente urbanas continúan enfrentando el reto de permitir que la mayoría de la población tenga acceso al empleo, la educación, la salud y el consumo. El cine es uno de los campos de producción cultural con mayor difusión internacional desde fines del siglo XX, y es un buen indicador de los cambios socioculturales, especialmente a partir de los años 1960. La película Señora de nadie (1982), por ejemplo, representa en Leonor, el personaje principal, la creciente participación de las mujeres en los destinos personales y sociales, así como la voluntad –y dificultad– de los habitantes de Hispanoamérica por construir sociedades autónomas. Al mismo tiempo simboliza en Fernando, su esposo, la dificultad para creer en los gobiernos que, como marido infiel, con frecuencia traicionan los intereses de sus propios países en beneficio de inversionistas extranjeros. |
Señora de nadie (1982), dirigida por María Luisa Bemberg (Argentina 1922-1995). |
Los años 1970
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Como vimos, el ambiente mundial de la Guerra Fría de los años 1960-80 fomentó la polarización ideológica en América Latina y el mundo. Para muchos izquierdistas, la solución a la pobreza no consistía en reformar las instituciones capitalistas, sino en reemplazarlas por el sistema de producción socialista hacia el comunismo, en el que todos los ciudadanos serían dueños de los medios de producción. Para muchos derechistas, la única manera de preservar las instituciones y las empresas era sofocando los movimientos de izquierda a través de la represión militar. Unos y otros recibían apoyo de las respectivas potencias mundiales enfrentadas (Estados Unidos y la Unión Soviética).. Tras el latinoamericanismo y los entusiasmos revolucionarios de los años 1960, las clases dominantes latinoamericanas favorecieron regímenes antisocialistas, muchas veces a través de dictaduras militares. Para 1976, el ejército estaba al mando de casi todos los países latinoamericanos, algunos de corte populista (Perú), otros de extrema derecha (Chile). Las únicas excepciones en la Hispanoamérica de los años setenta eran Colombia, Costa Rica, México, la República Dominicana y Venezuela, con democracias poco participativas que complacían las expectativas de Washington y de la élite controlando –a menudo con fuerte represión militar– el activismo de los sectores populares bajo la “Doctrina de Seguridad Nacional”. En esos años se denunciaron miles de allanamientos, amenazas, torturas, desapariciones y masacres contra los disidentes, muchos de los cuales se marcharon al exilio (el argentino Adolfo Pérez Esquivel recibió el premio Nobel de la Paz en 1980 por su activismo en contra de este tipo de abusos). En el otro lado del espectro, Cuba perdió credibilidad como “territorio libre de América” ya que no pudo eliminar su dependencia económica de la Unión Soviética. El gobierno de Castro también asumió una línea más dura contra la disensión interna, aumentando el número de prisioneros políticos y tornándose cada vez más dictatorial. La censura de prensa y las medidas antidemocráticas fueron así prácticas generalizadas en la región. En las dictaduras más agresivas y mejor financiadas, como en Chile y Argentina, la izquierda política quedó prácticamente desmantelada. En el caso de Guatemala, El Salvador y Nicaragua, que no tuvieron el desarrollo industrial ni urbano de otras regiones, la guerrilla rural de izquierda continuó ganando fuerza ante las deplorables condiciones de los campesinos. En el campo económico, los gobiernos de los años setenta buscaron controlar la inflación –con la consecuente y antipopular reducción efectiva de los salarios– y favorecer la expansión de las corporaciones multinacionales (IBM, Philips, Volkswagen, Bayer, ITT). En respuesta a la disposición prestamista de entidades norteamericanas y europeas tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el crecimiento económico de estos años dependió en buena medida del endeudamiento externo. La banca internacional contaba con los millonarios depósitos que hacían los magnates del Medio Oriente por los altos precios del petróleo, y buscaba clientes confiables necesitados de capital para hacer préstamos a tasas de interés lucrativas. Además, dentro de la Guerra Fría, era importante financiar los esfuerzos de control social de los gobiernos latinoamericanos para evitar que cayeran en la esfera soviética. Así, América Latina aumentó su deuda externa en la década de los setenta de 27 mil a 231 mil millones de dólares. |
Los años 1980
Casi el 80% de la población hispanoamericana vive en las ciudades, varias de las cuales se encuentran entre las más pobladas del mundo. |
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Las décadas de 1990 y 2000
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A medida que el comunismo mundial perdió credibilidad y que la Unión Soviética se disolvía, las dictaduras se quedaron sin su principal justificación (la “Seguridad Nacional”) y sin el apoyo de Washington. Además, una de las premisas neoliberales (y una condición del FMI) era atraer la inversión extranjera, la cual tiende a preferir la estabilidad constitucional. Las protestas civiles de sectores medios en favor de los derechos humanos también hicieron presión interna y externa hacia la democracia. Así, casi todos los países latinoamericanos, excepto la Cuba socialista, tenían presidentes elegidos por voto directo en 1991, incluyendo gobiernos tan habituados a la dictadura como Haití y Paraguay. En los siguientes años casi todas estas democracias se fortalecieron y ampliaron, con altibajos según las circunstancias de cada país. Se pueden identificar tres categorías generales. (1) Por un lado, están los gobiernos más abiertos, con elecciones libres generalmente justas y un respeto aceptable de los derechos de expresión y organización civil, como en Costa Rica, Uruguay y Chile. (2) En el otro extremo, hay democracias muy restringidas e inestables, como en Suriname y Guatemala. (3) Entre estos dos polos, en la mayoría de los países se dan democracias parciales con derechos civiles más o menos limitados. Casos notorios de presidentes elegidos por voto popular que luego han actuado como dictaduras son los regímenes de Fujimori en el Perú de los noventa o de Hugo Chávez en la Venezuela de los años 2000. Sin embargo, la tendencia de muchos gobiernos democráticamente electos ha sido hacia elecciones libres y más justas en las que se presentan candidatos civiles bien preparados, muchos de clase media. Se han efectuado reformas políticas hacia democracias más participativas, como en las asambleas constituyentes de Colombia y Ecuador en los noventa, o en la apertura electoral de México, que por primera vez “destronó” al PRI en 2000, tras setenta años de monopolio político. |
partidos: political parties |
Otro factor de esta ampliación democrática ha sido el resurgimiento del activismo social, que ha cambiado la dinámica de poder de los partidos. Organizaciones de mujeres, de afrodescendientes, de homosexuales, de defensores de los derechos humanos, entre muchas otras, han puesto de relieve la heterogeneidad sociocultural de la región, disputando la idea de que la respuesta a las necesidades populares es una sola (la revolución, el socialismo). El más destacable es el movimiento indígena que, ya separado del marco político de la izquierda marxista y con apoyo de organizaciones internacionales, en países como Ecuador y Bolivia es un grupo de presión imposible de ignorar para el Estado. Momentos clave de esta fuerza fueron la caída del presidente Jamil Mahuad en Quito en 1999 y el ascenso del presidente Evo Morales en La Paz en 2006. Una manifestación comparable, aunque con estrategias diferentes, es el Movimiento Zapatista de Chiapas, en México, que desde 1994 tuvo significativa influencia en la dinámica de poder en ese país. La organización Nobel reconoció el impacto global del activismo indígena al otorgar en 1992 el premio Nobel de la Paz a la guatemalteca maya-quiché Rigoberta Menchú-Tum. Esta mayor visibilidad, nacional e internacional, de los pueblos originarios y afrodescendientes ha hecho que muchos intelectuales y activistas cuestionen el adjetivo “latino” para denominar esta parte de América. Un termómetro del dinamismo de los movimientos populares ha sido la fuerza electoral de coaliciones de izquierda en casi todos los países, que han llegado a la presidencia en muchos de ellos, algo que Washington no habría permitido en décadas anteriores. Esta tendencia de la primera década del siglo XXI se ha conocido como “la ola rosada” (Pink Tide), porque representa una ideología más moderada que el comunismo “rojo” del siglo XX. El tono político es diferente en cada caso, pero entre 2000 y 2009 pueden identificarse dos líneas: una similar al populismo del siglo XX con iniciativas nacionalistas, tácticas autoritarias y actos de transformación constitucional acelerada (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua), y otra más centrista con políticas que buscan mantener el crecimiento económico, favorecer la inversión privada y mejorar gradualmente la distribución de la riqueza (Brasil, Chile, Argentina, Uruguay, Jamaica, Haití). Ambas tendencias favorecen la integración comercial entre regiones con economías comparables (Caricom, Mercosur), pero desconfían de los tratados de libre comercio entre economías demasiado desiguales (NAFTA, CAFTA). Este viraje hacia la izquierda está relacionado con los resultados mixtos de las reformas neoliberales impuestas por la banca internacional. Por un lado, la inflación se controló y la apertura comercial, que incluyó un fortalecimiento de tratados de libre comercio y un aumento de la inversión extranjera (España sola invirtió más de cien mil millones de dólares), produjo índices respetables de crecimiento económico: 3,5% en promedio para América Latina en los noventa. Por otra parte, el desempleo no se redujo, la inversión social disminuyó para recortar los gastos del Estado (menos acceso público a servicios de salud, educación y vivienda, por ejemplo), el número general de indigentes aumentó, y la distancia entre ricos y pobres se profundizó. Latinoamérica ha continuado siendo la región con la peor distribución de la riqueza en el mundo: en los noventa, el 10% de los hogares más ricos recibía el 40% de los ingresos. Por ello es lógico que muchos votantes apoyaran plataformas que prometían mayor equidad social. El escritor uruguayo Eduardo Galeano resumía así este sentimiento:
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desempleo: unemployment |
El desempleo y el incremento de la pobreza han contribuido también al aumento del narcotráfico y de la emigración. Paradójicamente, uno de los ejes de la política de Washington hacia las Américas después de la guerra fría ha consistido en responder a estos dos fenómenos que fueron involuntariamente agravados a causa de las medidas recomendadas por el propio “consenso de Washington”. La “guerra contra las drogas” de los ochenta y noventa dio al Pentágono una razón para mantener parte de la inversión militar en América Latina (que había sido millonaria durante la Guerra Fría). La invasión de Panamá en 1989 se justificó en esos términos. En los años dos mil, sin embargo, la “guerra al terror(ismo)” sostuvo el argumento militar, así que el tráfico de sustancias ilegales dejó de tratarse como un asunto bélico. Pero su aumento en la frontera mexicana hizo que el tema volviera a analizarse desde el punto de vista de la seguridad en Estados Unidos. Añadiendo otra dimensión al concepto de “globalización”, el alto número de latinoamericanos que ha emigrado –con o sin visa– a Estados Unidos desde los años setenta, y a Europa y Asia desde los noventa, está cambiando también el concepto mismo de América Latina. El censo de 2000 reveló el sorprendente dato de que Estados Unidos tenía casi 40 millones de hispanohablantes, sobrepasado solo por México, Colombia y (posiblemente) Argentina.[1] Para solo dar un ejemplo económico de su impacto, el Banco Interamericano de Desarrollo calculó que en 2006 estos emigrantes enviaron cerca de US$62.300 millones de Estados Unidos a sus países, una cifra superior a la inversión extranjera de ese año en la región (López-Córdova & Olmedo, p.1). Para algunas naciones, este ingreso es casi tan significativo como el de las exportaciones. Política y culturalmente esta presencia, que en EE. UU. se asocia con el término “latinos”, es igualmente transformadora, ya que altera el juego electoral estadounidense y fomenta una conciencia continental, ya no desde los tratados entre gobiernos, sino desde la convivencia cotidiana, no siempre armoniosa. [1] Una parte de estos 40 millones no inmigró, sino que desciende de quienes vivían en los territorios mexicanos que Estados Unidos anexó a mediados del siglo XIX (Texas, California, Nuevo México, etc.). |
Fuentes
- Chang-Rodríguez, Raquel y Malva Filer. Voces de Hispanoamérica. Boston: Thomson & Heinle, 2004.
- Craven, David. Art and Revolution in Latin America, 1910-1990. New Haven: Yale University Press, 2002.
- Davies, Catherine, ed. The Companion to Hispanic Studies. Oxford University Press, 2002.
- Galeano, Eduardo. Apuntes para el fin del milenio. Ecuador: El Conejo, 1979.
- López-Córdova, J. Ernesto y Alexandra Olmedo. “La migración internacional, las remesas y el desarrollo: una visión general”. Integración & Comercio 27 (2007).
- Miller, Francesca. Latin American Women and the Search for Social Justice. University Press of New England, 1991.
- Oviedo, José Miguel. Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid: Alianza, 2001.
- Skidmore, Thomas E. and Peter H. Smith. Modern Latin America. New York: Oxford University Press, 2005.
- Winn, Peter. Americas: The Changing Face of Latin America and the Caribbean. 4th ed. Berkeley: U of California, 2005.