4.6: El cambio de siglo y el modernismo español
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Durante un periodo conocido como "la Restauración borbónica" (regreso de la familia Borbón a la monarquía), los últimos veinticinco años del siglo XIX fueron de estabilidad institucional en España, con un modelo liberal del Estado y el ascenso de movimientos sociales y políticos, fruto del desarrollo industrial. Dentro de ese modelo, los habitantes de los territorios españoles en el Caribe obtuvieron cierta autonomía regional y los mismos derechos civiles de los peninsulares. Sin embargo, tras décadas de luchas por independizarse, Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas se separan de España tras la guerra contra Estados Unidos. Este "desastre el 98", como se nombró entonces, generó una reflexión a fondo sobre la identidad nacional y el camino político para el país. La pintura de la derecha es parte de la estética que emerge en este periodo, que investiga de qué maneras construimos la percepción individual y colectiva. Muchos pensadores y activistas se dirigen a redescubrir la "España profunda", la vida interior, local y cotidiana del pueblo, para generar un sentido de identidad nacional basado más en el aprecio por lo cercano más que por las glorias imperiales, militares o colonialistas. |
Enganchando la barca (valencia), 1899, de Joaquín Sorolla (1863-1923). Ángel M. Felicísimo from Mérida, España, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons |
Vida sociopolítica: 1875-1925
por un lado: on one hand |
Como hemos visto, en la segunda mitad del siglo XIX dos clases dominantes se disputaron el poder político español con dos proyectos de nación en conflicto. Por un lado, estaba la clase aristocrática, basada en un sistema agrícola tradicional y colonialista, con el apoyo de la Iglesia, el control militar, y una ideología monárquica y conservadora centrada en Castilla. El ejército mantenía el dominio de territorios en África, Asia y América. Por otro lado, estaba la emergente clase burguesa, liberal y urbana, basada en el comercio y la incipiente industria, más fuerte en el norte de España. Estos modelos en conflicto acentuaron la desigualdad regional, con movimientos que enfatizaban la autonomía local en Cuba, Puerto Rico, Cataluña, el País Vasco y las Filipinas. La constitución de 1875 permitió un arreglo entre las dos élites dominantes organizadas en los partidos conservador y liberal, aunque la corona mantenía mucha parte del poder ejecutivo. Como resultado del paulatino desarrollo industrial, se formó un proletariado –que se convertiría en una tercera fuerza política–, el activismo social logró mayor dinamismo, la vida urbana fue ganando protagonismo en el imaginario nacional, y la clase media se hizo más numerosa, aunque no mayoritaria. La derrota frente a los independentistas regionales y Estados Unidos, conocida como “el desastre” de 1898, en la que España perdió sus últimos territorios en América y Asia (Cuba, Puerto Rico, las Filipinas y Guam), promovió también un espíritu de cambio. Esta pérdida puso en crisis la economía colonialista y la identidad nacional. En el campo de las ideas, se fomentó una revisión de lo que debería ser España y la confrontación de la imagen oficial del país –la monarquía imperial– con las duras realidades de pobreza y conflicto social. En este clima de conflicto asciende al trono Alfonso XIII en 1902. Los movimientos de la clase trabajadora presentaban serios retos al centralismo tradicional y a la hegemonía burguesa. Al mismo tiempo, la mentalidad militarista, pretendiendo reivindicar al ejército, deseaba reforzar la autoridad central por la fuerza y restaurar el destino imperial de España con los pocos dominios que quedaban en África. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-18) el gobierno español permanece neutral, ocupado con este debate interno. En esos años ocurren graves revueltas hasta que, en 1923, el general Miguel Primo de Rivera da un golpe de estado. Su poder se consolida con el apoyo del rey, las fuerzas armadas, la burguesía catalana y los terratenientes andaluces. |
La dictadura de Primo de Rivera se presentó como “un movimiento de hombres” en contra de la corrupción política, con la idea de crear una nación más moderna y funcional. Suspendió la constitución y reprimió la actividad política, periodística y educativa. Siguiendo el ejemplo del fascismo de Mussolini en Italia, en los años veinte se creó un sindicato vertical que hizo algunas concesiones en salarios y protección laboral. La migración a las ciudades se aceleró y el desempleo disminuyó. Además, hacia 1927 el ejército español recuperó el control de las zonas españolas en Marruecos. Todo esto generó apoyo popular para el régimen. Al mismo tiempo, sin embargo, las condiciones de trabajo siguieron siendo pésimas y muchos sectores continuaron una oposición activa contra el autoritarismo y la desigualdad social. Había amplios sectores que anhelaban un sistema de gobierno democrático o incluso socialista.
El modernismo español y la "Generación del 98"
Los intelectuales que comparten la idea de usar simbólicamente la fecha de 1898 (final del imperio) para reflexionar sobre “el ser de España”, se conocen como la “Generación del 98”. El grupo incluyó escritores apreciados mundialmente tales como Miguel de Unamuno (1864-1936), Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) y Antonio Machado (1874-1939). Este último sintetizó en sus poemas la percepción dualista, prevaleciente en la época, de “las dos Españas”: una católica, autoritaria, aristocrática y centralista, heredera del viejo imperio y como soñando con el pasado; la otra, el pueblo trabajador, pobre, luchador. Así se ve en el último (L VIII) de sus “Proverbios y cantares” (1917):
Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza. Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón. |
There is now a Spaniard who wants to live, and begins to live, between a dying Spain and another Spain that is yawning. Baby Spaniard, you who are coming to the world, may God protect you. One of the two Spains shall be freezing your heart. |
Para hacer viable la vida de este “españolito” en un futuro deliberado y digno que no vaya a “helar[le] el corazón”, estos intelectuales viajan por el país, estudian sus paisajes y tradiciones, revalorizan la experiencia del pueblo y proponen visiones alternativas sobre la historia social y cultural de España. Aunque incluyen las diferentes regiones, con frecuencia utilizan el paisaje austero y rural de Castilla como metáfora del pueblo español (Méndez-Faith 290). Reflexionan sobre lo español en respuesta al derrumbe del proyecto imperial, la crisis de la política monárquica, y las nuevas fuerzas sociales e ideológicas de un país cada vez más industrial y secular.
Pero sus temas y estética no están limitados al “profundo trauma social” de España (Gagen 91). Su producción literaria está en diálogo con tendencias europeas y americanas, generando una corriente que puede denominarse más inclusivamente como el “Modernismo español” ya que, como el hispanoamericano, es innovador en todos los géneros literarios, busca en el arte un espacio autoconsciente para indagar experiencias metafísicas o intuitivas, y cuestiona el positivismo burgués[1]. De hecho hubo una interacción significativa con los modernistas latinoamericanos, especialmente a través de Rubén Darío. En ambos casos se trata de una clase media intelectual negociando su lugar –y el del arte– en sociedades que se debaten entre la tradición aristocrática y un progreso burgués menos desarrollado que en los centros hegemónicos del norte, donde se toman las decisiones más influyentes. En ambos hay una búsqueda evocativa de trascendencia espiritual a través del arte, relacionada con el simbolismo francés[2]: “no pintar la cosa misma, sino los efectos que produce” (Mallarmé). Se considera que la visión poética puede y debe iluminar intuitivamente el camino de las naciones y se busca comunicar la sensación de la belleza.
Mas también hay diferencias importantes. Por un lado, el norte de España se industrializa más rápidamente, dando un sentido menos extranjero al “cosmopolitismo” (que en Hispanoamérica era casi netamente importado) y propiciando un vigoroso movimiento obrero-socialista. Esto permite un modernismo estético que tiene un contacto más dinámico con su propio contexto social. Fomenta la innovación anti-burguesa en artes de participación pública como el teatro del gallego Ramón del Valle Inclán (1866-1936) y la arquitectura del catalán Antonio Gaudí (1852-1926). En la poesía, se producen formas más flexibles, se enfatiza la dimensión filosófica y social, y se adoptan formas breves de la tradición popular como el proverbio o la canción. Prefieren un lenguaje cercano al habla cotidiana, de sintaxis más corta; recuperan el léxico del pueblo, en un esfuerzo por trabajar en armonía con el carácter distintivo de “lo español” (el Geist del romanticismo histórico). En esto la mayor parte de los modernistas españoles están muy lejos del exotismo y preciosismo de sus contrapartes hispanoamericanos.
El modernismo español, con su intención de crear un arte nuevo, se hace público a través de revistas culturales de amplia difusión. Sus títulos sugieren el espíritu de la época, tales como la Revista Contemporánea (1875-1907), La España Moderna (1889–1914), Alma española (1903-05), Don Quijote (1892-1902), Germinal (1897-1899), Vida nueva (1898-1900), y la revista Nuevo Teatro Crítico, de la influyente escritora feminista Emilia Pardo Bazán (1851-1921). El teatro alternativo fue cultivado por varios de los más importantes autores de esta época, tales como Unamuno, Valle-Inclán, Concha Espina (1869-1955), Pío Baroja (1872-1956) y Azorín (José Augusto Trinidad Martínez Ruiz 1873-1967). Se oponía al drama realista y de corte burgués que tenía tanto éxito en los escenarios, ejemplificado en las obras de tipo costumbrista de los hermanos Álvarez Quintero –Serafín (1871-1938) y Joaquín (1873-1944)–, quienes representan un tono ligero dentro de un periodo intelectual más influido por lo castellano y lo trágico
[1] Es importante notar que el Modernismo hispánico es anterior y diferente al modernismo brasileño (años 1920) y del “Modernism” europeo y norteamericano (años 1900-30); estos dos últimos corresponden más a lo que en la tradición hispánica se conoce con el nombre de “vanguardia” (avant-garde).
[2] Simbolismo: corriente poética de fines del siglo XIX, caracterizada por el verso libre, la musicalidad sofisticada, el interés en lo misterioso o lo místico, y la construcción de símbolos subjetivos y ambiguos para evocar emociones a través de sinestesias (correspondencia entre sensaciones físicas y psicológicas). Fue una reacción en contra del perfeccionismo formal de los parnasianos y entiende el arte como una forma de conocer realidades metafísicas o psicológicas. Cuatro famosos simbolistas franceses son Charles Baudelaire (1821-67), Stéphane Mallarmé (1842-98), Paul Verlaine (1844-96) y Arthur Rimbaud (1854-91).
Estética romántica vs. modernista
Fuentes
- Blanco Aguinaga, Carlos, et al. Historia social de la literatura española. Akal, 2000.
- Carr, R. Spain 1808-1936. Oxford: Clarendon Press, 1982.
- Davies, Catherine, ed. The Companion to Hispanic Studies. Oxford University Press, 2002.
- Gagen, Derek. “Twentieth-Century Spain.” The Companion to Hispanic Studies. London: Oxford U P, 2002.
- García de Cortázar, Fernando y José Manuel González Vesga. Breve historia de España. Alianza Editorial, 2017.
- Gies, David, ed. The Cambridge History of Spanish Literature. 2nd ed. Cambridge: Cambridge U P, 2009.
- Glendinning, N. A Literary History of Spain: the Eighteenth Century. London: Berrn; New York: Barnes Noble, 1972.
- Kattán Ibarra, Juan. Perspectivas culturales de España. NTC Publishing, 1990.
- Méndez-Faith, Teresa. Panoramas literarios: España. Boston: Houghton Mifflin, 2008.