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4.3: Era republicana y romanticismo hispanoamericano

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    La llamada era republicana, o época de constitución de repúblicas nacionales, fue un periodo turbulento para Hispanoamérica, con numerosas guerras civiles y cambios de gobierno. Formar nuevas naciones relativamente democráticas fue un reto gigante, debido a la tremenda diversidad de su gente (indígena, afrodescendiente, eurodescendiente y sus mezclas), la herencia colonial autoritaria y clasista, la poca comunicación entre las regiones y la dependencia económica como consecuencia de las deudas internacionales.

    La producción cultural buscó, en general, incorporar los desarrollos estéticos de Europa (especialmente Francia e Inglaterra) y al mismo tiempo proponer modelos de nación, convivencia y expresión propios.

    Combate de la Angostura, Costa Rica, por Lorenzo Fortino (1860)
    "La batalla de la Angostura", guerra civil en Costa Rica, por Lorenzo Fortino (1860).

    Tempestades nacionales

    En la mayor parte de Hispanoamérica, los primeros setenta años del siglo XIX estuvieron marcados por los conflictos sociopolíticos y las guerras internas. Uno de ellos fue la progresiva desintegración regional. Tras más de diez años de batallas con el ejército español (1810-1822 aproximadamente), se habían formado siete estados independientes: el Imperio Mexicano, la Gran Colombia, las Provincias Unidas del Río de la Plata, Chile, Perú, la República de Bolívar y Paraguay. Sin embargo, un par de décadas después, estos territorios estaban divididos en quince países (los mismos del siglo XXI, con excepción de Panamá, que se separó de Colombia en 1903; recuérdese también que, en El Caribe, Cuba y Puerto Rico seguían siendo parte de España y la República Dominicana se separó de Haití en 1844 y luego de España en 1865). También fueron abundantes las guerras por fronteras entre estos países.

    Pero incluso al interior de estos países se presentaban conflictos frecuentes entre regiones y entre sectores de la población con intereses opuestos. Así que la lista de guerras civiles y rebeliones es copiosa. La esclavitud de afrodescendientes, por ejemplo, que líderes como Bolívar aspiraban a abolir desde los 1830, continuó por varias décadas en muchos de estos países. La situación de los indígenas y los campesinos no necesariamente mejoró con los nuevos gobiernos independientes, sino que, en muchos casos, empeoró. Además, la élite criolla estaba dividida, a veces con violencia, entre dos proyectos de desarrollo nacional: los que favorecían una economía basada en la tierra (generalmente asociados con sectores conservadores) y aquellos cuya riqueza se derivaba del comercio nacional e internacional (sectores liberales). Otro factor de esta inestabilidad política era la debilidad de los Estados, pues tenían poco dinero y debían pagar altas deudas con la banca europea, adquiridas durante las guerras de independencia y posteriores.


    El debate sobre la construcción de naciones

    Los nuevos países his­pa­no­a­me­ri­ca­nos man­tu­vieron la estructura de clases sociales que había existido durante la era colonial española. Había una minoría (5%) pri­vi­le­giada de ascendencia europea (los “criollos”), con casi todo el poder económico, en contraste con una mayoría em­pobrecida, compuesta de campesinos mestizos, indígenas o de as­cen­den­cia africana. Las clases di­rigentes en­fren­taron un problema central: ¿cómo convertir las excolonias, con su diferentes et­nias y clases so­ciales, en na­cio­nes coherentes? Para muchos criollos ilustrados, la res­puesta era iden­ti­fi­car­se con la “ci­vi­li­za­ción” europea, don­de estaba la riqueza, la democracia, la luz de la razón y del progreso. Se­ría necesario entonces eliminar o trans­formar (educar) la “barbarie” in­dí­ge­na, africana o mestiza. Pero esa “bar­ba­rie” era la mayoría y tenía ca­rac­te­rísticas muy diferentes a las eu­ropeas. Así, un debate fundamental de la li­te­ratura –y de la turbulenta vida po­lí­tica– del siglo XIX en His­panoamérica giró alrededor de qué lugar cultural, político y socioeconómico deberían te­ner los di­ver­sos sectores de la población.

    Muchos criollos educados abrazan los valores de individualismo, libertad y nacionalismo de la es­té­tica ro­mán­tica europea. Muchos criollos liberales –con frecuencia citadinos– consideraban a las cla­ses ba­jas y ru­ra­les como una fuerza salvaje y caótica que amenazaba destruir la libertad de todos y los ideales de formar repúblicas al estilo europeo. Así re­pre­sen­ta emo­ti­vamente a los indígenas el argentino Esteban Echeverría (1805-1851) en el poema épico “La cau­tiva” (1839):

    ¡Oíd! Ya se acerca el bando
    de salvajes, atronando
    todo el campo convecino.
    [. . . ]
    ¡Ved que las puntas ufanas
    de sus lanzas, por despojos,
    llevan cabezas humanas!

    (v. 140-57)
    Listen! The group of savages
    is getting closer now, thundering
    through the neighboring fields.
    . . .
    See how the proud points
    of their spears
    carry human heads as spoils

    Echeverría es también autor del cuento "El matadero". Por su rica construcción, que traza un paralelo de espacios, conceptos y personajes (entre el toro y el unitario; el matadero y la nación; la barbarie y la tiranía), así como por la complejidad social que representa, este cuento ha sido consagrado como una de las obras claves de la narrativa hispanoamericana. Aunque su conexión con escenas y situaciones de su momento histórico, tales como la dictadura, vinculan el estilo con el realismo, son románticas la fascinación con lo grotesco y el apasionamiento por un debate nacional. Como fue típico de las polémicas políticas de la era republicana, el cuento representa el enfrentamiento entre dos sectores de la élite, en su esfuerzo por dominar a otros sectores de la población y justificar esta dominación en nombre de la civilización y la defensa de las instituciones.

    Para un sector de liberales criollos era entonces evidente la necesidad de eliminar o asimilar este “ban­do de sal­va­jes” para construir naciones “civilizadas”, es decir, similares a los modelos franceses o an­glo­sa­jones. Por eso al­gu­nos gobiernos organizaron campañas contra poblaciones indígenas y fo­men­ta­ron la in­mi­gra­ción europea para traer gente blanca al país. En Argentina, los liberales tendían a fa­vo­re­cer un go­bier­no centralista desde Buenos Aires, para incentivar el comercio, la industria y un modo de vi­da comparable al de París o Londres.

    Había al mismo tiempo otros sectores sociales con ideas diferentes sobre el tema. Por un lado, mu­chos aris­tó­cratas criollos conservadores tenían una relación paternalista con la población campesina –en algunos lugares de ascendencia indígena y en otros mestiza– que trabajaba en sus haciendas, y ten­dían a favorecer un gobierno federal que les diera más autonomía para administrar sus tierras según sus in­tereses. Por otro lado, las luchas de in­dependencia y el comercio habían abierto oportunidades a un sec­tor mestizo numeroso que era de­ci­si­vo en las muchas guerras civiles por el poder político. Muchos de estos mestizos eran campesinos y fueron objeto de idea­li­za­ción romántica en la poesía, pre­sen­ta­dos co­mo la base para un modelo de nación que pudiera integrar sus cul­tu­ras locales. En la novela, que por fin se pudo cultivar con libertad tras siglos de prohibición colonial en la América española, aparecen narraciones que, mientras representan romances y vivencias subjetivas como típicos temas románticos, funcionan como alegorías de la nación. Tal es el caso, entre otras, de María (1867), del colombiano Jorge Isaacs (1837-1895) –que, junto a una trágica relación amorosa, idealiza la geografía regional y los modos de vida de los campesinos–; de Cumandá o Un drama entre salvajes (1879), en que el ecuatoriano Juan León Mera dramatiza un amor entre una mujer de la cultura zápara (Amazonía) y un hombre de familia terrateniente; y de Sab (1841), de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, un relato de amor entre un esclavo y una mujer criolla que al mismo tiempo sirve de denuncia contra la esclavitud y la discriminación basada en la clase socioeconómica.

    Dos poemas extensos y narrativos que idealizan grupos marginales y campesinos, se hicieron par­ti­­cu­lar­men­te famosos y se consideran hoy obras muy representativas de la poesía romántica his­pa­no­a­me­ricana. Uno es Ta­ba­ré (1888), célebre poema épico del uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, que na­rra una historia de amor “en la salvaje primavera de América”, en la época de la conquista europea, en­tre un indígena y una mujer española. El otro es la obra épica del ar­gen­ti­no José Her­nán­­dez: El gaucho Martín Fierro (1872) y La vuelta de Martín Fierro (1879), sobre la figura del gaucho, el famoso va­que­ro de la pampa que tenía tradiciones tanto indígenas como españolas. Hernández escribe su obra den­tro de la tradición de la poesía gauchesca, que había aparecido desde la época de las luchas por la in­dependencia a comienzos del XIX y celebraba el heroísmo patriótico y la cultura local y dis­tin­ti­va del vaquero de las lla­nu­ras argentinas y uruguayas.

    La siguiente estrofca de "Martín Fierro" resume los ideales de libertad, románticos y sociopolíticos, que sostuvieron los países hispanoamericanos en su turbulenta vida durante el siglo XIX:

    Mi gloria es vivir tan libre
    como el pájaro del cielo;
    no hago nido en este suelo
    ande hay tanto que sufrir;
    y naides me ha de seguir
    cuando yo remonte el vuelo.

    (v. 91-96)
    It is my glory to live as free
    as a bird in the sky:
    I make no nest on this ground
    where there's so much to be suffered,
    and no one follows me
    when I take to flight again.

    ["ande", colloquialism for "donde";
    "naides", colloquialism for "nadie"]

     


    Contexto estético: el romanticismo

     

    canalizando: channeling

    inacabado: unfinished, unpolished

    entorno: surroundings.

     

    Una reacción contra el racionalismo de la Ilustración había comenzado en Alemania e In­gla­te­rra desde la década de 1770, que valoraba el conocimiento no científico, lo irracional, lo emotivo y lo mis­terioso. Esta reacción, luego llamada el romanticismo, se extendió a través del mundo hispánico des­de comienzos del siglo XIX, canalizando los ideales nacionalistas y apasionados que acom­pa­ña­ron a las luchas de independencia y a la fundación de nuevas naciones o sistemas políticos. En tér­mi­nos generales, se opone a la nor­ma­ti­vi­dad del neo­cla­si­cis­mo iluminista, que enfatizaba la precisión, el equilibrio y el valor didáctico del arte con base en reglas claras. Los románticos defendieron en cambio la originalidad y la libertad tanto crea­tiva como política. Los primeros románticos fueron autores tan conocidos como Schiller y Goethe en Alemania, Wordsworth, Shelley y Keats en Inglaterra, o Chateaubriand y Víctor Hugo en Francia. De este último es la famosa frase: “El romanticismo es el liberalismo en la litera­tu­ra”, que enfatiza la obra inacabada y apasionada en contra de reglas acadé­mi­cas estrictas. Las ca­rac­te­rísticas básicas pueden resumirse así:

    1)  Subjetivismo: la obra se concibe como expresión del Yo creador y de su mundo sub­je­ti­vo; se enfatizan el individualismo y la originalidad del artista; predominan las emociones y se usa el entorno para reflejarlas.

    2)  Nacionalismo: se valora mucho ideal moderno de libertad política y personal, con fuerte tendencia nacionalista o patrió­ti­ca; se incorpora el lenguaje local; se idealiza lo típico, lo folclórico y lo popular, como bases de “lo auténtico”.

    3)  Escapismo: se exploran realidades alternativas como el pasado (medieval, barroco, precolombino), lo exótico, lo misterioso, lo nocturno, lo mórbido, lo erótico; hay fascinación con los laberintos de la psique humana.

    El romanticismo, entonces, puede considerarse como una rebeldía individualista que busca en­fa­tizar lo emotivo en la esfera artística, con gran aprecio por la subjetividad personal y nacional. Por eso los héroes románticos son, con frecuencia, prototipos de re­bel­día. Igual­men­te, hay una renovación de temas y estilos. Se aprecian los ambientes nocturnos y sórdidos, buscando las historias fantásticas y exóticas que los ilustrados ridiculizaban. Y es debido a este in­di­vidualismo y afán de ori­gi­na­li­dad que el movimiento presenta características di­versas, a veces opues­tas, en cada país y en cada autor.


    La muerte de Abel, de Santiago Rebull, 1851

    "La muerte de Abel", Santiago Rebull, 1851.
    Museo Nacional de Arte, Public domain, via Wikimedia Commons.

    Como hemos visto, una parte de la élite socioeconómica hispanoamericana buscaba formar naciones a partir de los modelos de Francia e Inglaterra. En muchos casos, la formación de los artistas, y los encargos que recibían, se basaban en temas, gustos y expectativas asociados con Europa, como se ve en esta pintura del mexicano Santiago Rebull (1829-1902). La estética romántica se evidencia en la intensidad emocional de los personajes, a la que corresponde también el entorno oscuro y el manejo de luz y sombra.

    Parte de la obra de Rebull fue pagada por el emperador Maximiliano I, que fue "importado" desde Austria por los líderes conservadores y gobernó México entre 1863 y 1867, un caso claro de "europeización" política. Curiosamente, le sucedió, por rebelión civil, el presidente Benito Juárez, de ascendencia indígena. Este episodio histórico es representativo de las violentas tensiones entre propuestas de nación, clases sociales, etnias y grupos de poder que caracterizaron la mayor parte del siglo XIX en Hispanoamérica, y que con frecuencia solo pudieron estabilizarse a través de gobiernos autoritarios o dictaduras.


    Fuentes


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