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19.2: Historia de la Señorita Grano de Polvo, bailarina del Sol

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    Teresa de la Parra

    Era un mañana a fines del mes de abril. El buen tiempo en delirio, contrastaba irónicamente con un pobre trabajo de escribanillo que tenía yo entre manos aquel día. De pronto como levantara la cabeza vi a Jimmy, mi muñeco de fieltro que se balanceaba sentado frente a mí, apoyando la espalda en la columna de la lámpara. La pantalla parecía servirle de parasol. No me veía y su mirada, una mirada que yo no le conocía estaba fija con extraña atención en un rayo de sol que atravesaba la pieza.

    —¿Qué tienes, querido Jimmy? —le pregunté—. ¿En qué piensas?

    —En el pasado —me respondió simplemente sin mirarme— y volvió a sumirse en su contemplación.[1]

    Y como temiese haberme herido por la brusquedad de la respuesta:

    —No tengo motivos para esconderte nada —replicó—. Pero por otro lado, nada puedes hacer ¡ay! por mí; y suspiró en forma que me destrozó el corazón.

    Tomó cierto tiempo. Dio media vuelta a las dos arandelas[2] de fieltro blanco que rodean sus pupilas negras y que son el alma de su expresión. Pasó ésta al punto de la atención íntima, al ensueño melancólico. Y me habló así:

    —Sí, pienso en el pasado. Pienso siempre en el pasado. Pero hoy especialmente, esta primavera tibia e insinuante reanima mi recuerdo. En cuanto al rayo de sol quien, clava a tus pies, fíjate bien, la alfombra que transfigura, este rayo de sol se parece tanto a aquel otro en el cual encontré por primera vez a… ¡Ah! siento que necesitarás suplir con tu complacencia la pobreza de mis palabras!

    —Imagínate la criatura más rubia, más argentina[3], más locamente etérea que haya nunca danzado por sobre las miserias de la vida. Apareció y, mi ensueño se armonizó al instante con su presencia milagrosa. ¡Qué encanto! Bajaba por el rayo de sol, hollando con su presencia deslumbrante aquel camino de claridad que acaba de recordármela. Suspiros imperceptibles a nuestro burdo tacto animaban a su alrededor un pueblo de seres semejantes a ella, pero sin su gracia soberana ni su atractivo fulminante. Retozaba ella con todos un instante, se enlazaba en sus corros, se escapaba hábil por un intersticio, evitaba de un brinco el torpe abrazo de monstruo-mosquito ebrio[4] y pesado como una fiera… mientras que un balanceo insensible y dulce la iba atrayendo hacia mí. —Dios mío ¡qué linda era!

    —Como rostro no tenía ninguno propiamente hablando. Te diré que en realidad no poseía una forma precisa. Pero tomaba del sol con vertiginosa rapidez todos los rostros que yo hubiese podido soñar y que eran precisamente los mismos con que soñaba cuando pensaba en el amor. Su sonrisa en vez de limitarse a los pliegues de la boca se extendía por sobre todos sus movimientos. Así, aparecía, tan pronto rubia como el reflejo de un cobre, tan pronto pálida y gris como la luz del crepúsculo[5], ya oscura y misteriosa como la noche. Era a la vez suave como el terciopelo[6], loca como la arena en el viento, pérfida como el ápice de espuma al borde de una ola que se rompe. Era mil y mil cosas más rápido que mis palabras no lograban seguir sus metamorfosis.

    —Quedé larguísimo rato mirándola invadido por una especie de estupor sagrado… De pronto se me escapó un grito… La bailarina etérea iba a tocar el suelo. Todo mi ser protestó ante la ignominia de semejante encuentro, y me precipité.

    —Mi movimiento brusco produjo extrema perturbación en el mundo del rayo de sol y muchos de los geniecillos se lanzaron, creo que por temor hacia las alturas. Pero mis ojos no perdían de vista a mi amada. Inmóvil, conteniendo la respiración, la espiaba con la mano extendida. ¡Ah divina alegría! La mayor y la última ya de mi vida. En esa mano extendida había ella caído. Renuncio a detallarte mi estado de espíritu. El corazón me latía en forma tan acelerada que en mi mano temblorosa, mi dueña bailaba todavía. Era un vals[7] lento y cadencioso de una coquetería infinita.

    —Señorita Grano de Polvo… le dije.

    —¿Y cómo sabes mi nombre?

    —Por intuición, le contesté, el… en fin… el amor.

    —El amor, exclamó ella. ¡Ah! y volvió a bailar pero de un modo impertinente. Me pareció que se reía.

    —No te rías —le reproché—, te quiero de veras. Es muy serio.

    —Pero yo no tengo nada de seria —replicó—. Soy la Señorita Grano de Polvo, bailarina del Sol. Sé demasiado que mi alcurnia[8] no es de las más brillantes. Nací en una grieta del piso u nunca he vuelto a mi madre. Cuando me dicen que es una modesta suela de zapato, tengo que creerlo, pero nada me importa puesto que soy ahora la bailarina del Sol. No puedes quererme. Si me quieres, querrás también llevarme conmigo y entonces ¿qué sería de mí? Prueba, quita tu mano un instante y ponla fuera del rayo.

    —¡Ya ves! —dijo ella. Está ya hecha la experiencia. Sólo vivo para mi arte. Vuelve a ponerme pronto en el rayo de sol.

    Obedecí. Agradecida bailó de nuevo un instante en mi mano.

    —¿De qué cosa es tu mano?

    —Es de fieltro, contesté ingenuamente.

    —¡Es carrasposa![9] exclamó. Cuánto más prefiero mi camino aéreo —y trató de volar.

    Yo no sé qué me invadió. Furioso, por el insulto, pero además por el temor de perder a mi conquista, jugué mi vida entera en una decisión audaz. Será opaca, pero será mía, “pensé”. La cogí y la encerré dentro de mi cartera que coloqué sobre mi corazón.

    Aquí está desde hace un año. Pero la alegría ha huido de mí. Esta hada que escondo, no me atrevo ya a mirarla tan distinta la sé, de aquella visión que despertó su libertad.

    —¿De modo que la tienes todavía en tu cartera?, —le pregunté picado de curiosidad.

    —Sí. ¿Quieres verla?

    Sin esperar mi respuesta y porque no podía aguantar más su propio deseo, abrió la cartera y sacó lo que se llamaba: “la momia[10] de la Señorita Grano de Polvo”. Hice como si la viera pero sólo por amabilidad, pues en el fondo, no veía absolutamente nada. Hubo entre Jimmy y yo un momento de silencio penoso.

    —Si quieres un consejo —le dije al fin— te doy éste: Dale la libertad a tu amiga. Aprovecha ese rayo del sol. Aunque no dure más que dos horas serán dos horas de éxtasis. Eso vale más que continuar el martirio en que vives.

    —¿Lo crees de veras? —interrogó él mirándome con ansiedad—. Dos horas. ¡Ah, qué tentaciones siento. Sí, acabemos: sea!

    Así diciendo, sacó de su cartera a la Señorita Grano de Polvo y la volvió a colocar en el rayo. Fue una resurrección maravillosa. Saliendo de su misterioso letargo la bailarinita se lanzó loca, imponderable y como espiritual, idéntica a la descripción entusiasta que me había hecho Jimmy. Comprendí al punto su pasión. Había que verlo a él inmóvil, bocabierto ebrio de belleza. La voluptuosidad amarga del sacrificio se unía a la alegría purísima de la contemplación. Y a decir verdad, puesto que estaba iluminado de una nobleza moral extraña a la falaz bailarina.

    De pronto, juntos, exhalamos un grito. Un insecto enorme y estúpido, insecto grande como la cabeza de un alfiler, al bostezar acababa de tragarse a la Señorita Grano de Polvo.

    ¿Qué más decir ahora?[11]

    El pobre Jimmy con los ojos fijos consideraba la extensión de su deleite. Nos quedamos largo rato silencios incapaces de hallar nada que pudiese expresar, yo mi remordimiento y él su desesperación. No tuvo ni para mí, ni para la fatalidad siquiera una palabra de reproche, pero vi muy bien cómo bajo el pretexto de levantar la arandela de fieltro que gradúa la expresión de sus pupilas, se enjugó furtivamente una lágrima.

    Preguntas de discusión

    1. ¿Cómo influiría la posición de clase de la autora en su postura, o la falta de ella en la política en el momento de su carrera?
    2. ¿Qué simboliza la existencia de la Señorita Grano de Polvo, bailarina del sol en la historia?
    3. ¿Qué importancia tendría esta historia durante el movimiento literario de la vanguardia cuando la calidad de la obra literaria se definía por la masculinidad y la seriedad?
    4. ¿Qué significa para el cuento que el narrador no cree inicialmente que su muñeca que habla tiene un hada en el bolsillo? ¿Por qué de la Parra alude a tal escepticismo en una situación ya inusual?
    5. ¿Qué puede simbolizar en la historia la aparición abrupta de un “gran insecto estúpido”?

    1. El recurso literario del antropomorfismo es muy importante al cuento; el narrador habla con Jimmy como si fuera una persona real.
    2. Arandela: En general, cualquier pieza en forma de disco perforado (Diccionario de la lengua española).
    3. Argentina: argénteo (Diccionario de la lengua española).
    4. Ebrio: Embriagada por la bebida (Diccionario de la lengua española).
    5. Crepúsculo: Claridad que hay desde que raya el día hasta que sale el sol, y desde que ste se pone hasta que es de noche (Diccionario de la lengua española).
    6. Terciopelo: Tela de seda velluda y tupida, formada por dos urdimbres y una trama, o la de aspecto muy semejante (Diccionario de la lengua española).
    7. Vals: Baile, de origen alemán, que ejecutan las praejas con movimiento giratorio y de traslación. Se acompaña con una música de ritmo ternario, cuyas frases constan generalmente de 16 compases, en aire vivo (Diccionario de la lengua española).
    8. Alcurnia: Ascendencia o linaje, especialmente el noble (Diccionario de la lengua española).
    9. Carrasposa: Que padece carraspera crónica (Diccionario de la lengua española).
    10. Momia: Cadáver que naturalmente o por preparación artificial se deseca con el transcurso del tiempo sin entrar en putrefacción (Diccionario de la lengua española).
    11. La muerte de la Señorita Grano de Polvo es representativa de la naturaleza efímera de cosas verdaderamente bellas.

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